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No podía apartar la mirada de esos ojos verdes e inquiétenlas que me observaban sin vida. En la oscuridad de la noche, sus ojos daban miedo hasta metros de distancia. Incluso sus mejillas rosadas iguales a las de un niño o su sonrisa de boca cerrada que te transmitía perturbación.

–Esta cosa no me gusta –comento en voz baja.

–Quizás te empiece a gustar cuando dejes de verlo directamente –me responde con obviedad.

–Es que... se parece demasiado a ti.

–¿Me estas comparando a mi con un gnomo de jardín?

–No. –Hago una pausa–. El gnomo es mucho más bonito

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