Más tarde cuando la mayoría de la familia se fue a dormir, y los demás a sus debidas residencias, Lu y Miguel contemplaban el anochecer desde la terraza de la habitación de él en la hacienda. —Se respira tanta paz —comentó Lu, suspiró profundo—, me parece un sueño estar otra vez en mi país, en esta casa, y que mis hijos conocieran la hacienda. Miguel la tenía abrazada de la cintura, y su cabeza reposaba en el cuello de Lu. —Te siento triste a pesar de que estamos acá —murmuró él, la conocía bien. Lu frunció los labios, y su corazón percibió un ligero estremecimiento. —Me gustaría tanto ver a mi mamá, y a mi hermano —balbuceó con la voz temblorosa. Miguel la pegó más a su pecho, y depositó un beso en su hombro. —Pues, podemos arreglar eso, claro que antes debo hablar con ella y explicarle, no queremos que le dé algo de la impresión. Luciana giró de golpe, dejó caer las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. —¿En serio? ¿La traerás?—Por supuesto —contestó Miguel, la miró
Al día siguiente Miguel salió desde temprano de la hacienda, a cumplir una misión importante, hablar con la mamá de Lu, claro que fue bien escoltado, estaba consciente que probablemente los hombres de Albeiro vigilaban a la señora, y tenía que ponerla a buen recaudo. Su canción favorita sonaba en el reproductor de música. —En Saturno viven los hijos que nunca tuvimos…—tarareó pensando en cómo su vida había cambiado en esos cortos meses: había recuperado la memoria, era padre de dos maravillosos niños, y había recuperado al amor de su vida. Se sentía afortunado; sin embargo, aún estaba aquella sombra del pasado de Lu en medio de sus vidas, apretó con fuerza el volante del auto—. Tienen que caer, no pueden seguir haciéndonos daño —setenció apretando los dientes.Unas horas más tarde aparcó en la nueva residencia donde ahora vivía la familia de Luciana, él mismo se había encargado de mejorar la vida de esas personas, descendió del auto, se acercó a la puerta, y timbró. La madre de Luc
Luciana se estremeció al oír esa voz, ya no era la misma del niño que ella dejó, y por quién se sacrificó y entró a aquel mundo. Despegó su cuerpo del de su madre, y lo miró. —¡No lo puedo creer! —expresó la mirada acuosa se le iluminó, se acercó a él, lo abrazó muy fuerte—. Estás tan alto, y muy guapo, te pareces tanto a papá —balbuceó sollozando. El adolescente la abrazó, lloró en brazos de su hermana. —Gracias Lu, nunca tuve la oportunidad de agradecerte todo lo que hiciste por mí. —La voz de Felipe se entrecortó—, te debo la vida. Luciana no pudo contener su llanto, su corazón se estremeció al escuchar a su hermano. —No me debes nada, lo volvería hacer, una y mil veces con tal de verte sano. —Pero… esos infelices te arruinaron la vida —reclamó. Lu apretó los labios, sintió una quemazón en el pecho. —Me lastimaron mucho, no te lo voy a negar, pero tengo conmigo mi mayor recompensa. —La mirada se le iluminó, se acercó a los mellizos, los tomó de las manos—. Ellos son
—¿¡Quién está embarazada!? La voz de Malú sobresalto a Majo y Karla, las miró a ambas con seriedad. —¿No van a responder?Majo miró a su prima, apretó sus labios, no dijo nada. Karla irguió su barbilla, miró a los ojos a Malú. —Yo, pero no pienso tener a este bebé —declaró con la seguridad que la caracterizaba. Malú la miró con una expresión de enojo, ira, y lástima. —¡No puedo creer que pienses así! ¡Ese bebé no tiene la culpa de tu irresponsabilidad! —vociferó. —¿Sabes cuantas mujeres en el mundo anhelan tener un hijo y no pueden? —La voz se le cortó, recordó sus pérdidas, y como padeció para lograr embarazarse y que sus mellizos nacieran. —¡Es mi vida, mi cuerpo, y mi decisión! —argumentó Karla. —Pues eso debiste pensar antes de tener relaciones sin protección —bufó Malu—, qué bonito, tener sexo desmedido, de manera irresponsable y luego asesinar a un bebé que no pidió venir al mundo —gritó—, tienes todas las posibilidades para sacar adelante a ese bebé, posees una profesió
Y mientras Lu, gozaba de esos momentos de felicidad que bien merecidos se los tenía, en Ecuador: Emiliano y Max., pusieron en marcha su arriesgado plan. Ambos vestidos de civiles, como si fueran dos sujetos comunes y corrientes, llegaron a aquel burdel en donde había estado días antes Luciana. Ambos entraron y de inmediato fueron interceptados por un par de damas de la noche, había demasiado humo rojo en el ambiente, en la pista otras chicas bailaban el tubo, captando la atención de los caballeros.Los dos se sentaron en la barra, y notaron que el sitio estaba lleno de caballeros elegantes, se notaba un sitio exclusivo, pero bastante alejado de la ciudad. Una mujer mayor, con un maquillaje bastante recargado, se aproximó a ellos. —Tengo un par de chicas esperando por ustedes dos —habló con voz ronca, les sonrió. —Gracias, por ahora vinimos a ver bailar a las chicas, y tomarnos unos tragos —respondió Emiliano. —Está bien, pero si desean un servicio completo, solo me avisan. Emil
Majo observaba por todo lado aquella lujosa casa, que más que una residencia parecía una fortaleza. Ella no sabía en donde se encontraba, el hombre de confianza de Salvador aceptó llevarla hasta allá, con los ojos vendados; viajaron en auto, y luego en un helicóptero; sin embargo, desde los amplios ventanales de aquel salón, tenía una vista impresionante a las montañas, y aquel bosque que rodeaba esa mansión. Los ojos de Majo se clavaron en un estante de madera de roble, en donde reposaban varios libros. —Un buen abogado jamás abandona la lectura —susurró. De pronto un carraspeo femenino captó su atención. —Salvador se reunirá con usted en unos minutos. —La mujer de alta estatura, de piel bronceada y ojos oscuros habló y la miró con seriedad. —¿Desea tomar algo, o comer alguna cosa? —indagó en un tono que no le agradó a Majo—, mi jefe me pidió tratarla como a una reina —musitó sintiendo que la sangre le ardía. María Joaquina plantó su gélida mirada en aquella misteriosa mujer. —
Emiliano salió de casa rumbo a la empresa, debían seguir como siempre, él trabajando de gerente en el consorcio cafetero, subió al auto y antes de encenderlo, agarró su móvil, ladeó los labios, digitó un mensaje. «¿Amaneciste de buen humor, o te hace falta algo de acción?» Se mordió los labios esperando respuesta de Karla, pero eso no llegó, se dio cuenta de que el mensaje fue enviado, recibido, pero no visto. Frunció el ceño y pensó que se encontraba ocupada, pero no imaginó en qué, él estaba lejos de imaginar que Karla, había tomado la decisión de no tener al bebé que esperaba de él, Emiliano desconocía de ese embarazo.El hombre resopló, desanimado, decidió pasar antes por la casa de Esmeralda, y averiguar en dónde estaba viviendo. Condujo hacia uno de los barrios más alejados de la ciudad, y llegó a esa sencilla vivienda, descendió del vehículo y enseguida tocó a la puerta. Una mujer de apariencia severa, de mirada profunda, abrió. —¿A quién busca? —cuestionó con voz seca.
Como si se tratara de una película de romance, cuando Luciana llegó con Mafer luego de haber pasado en el spa y comprar su ajuar y vestido de novia, miró que los jardines de la Momposina, prácticamente ya estaban listos para su boda. —No lo puedo creer, en verdad me voy a casar con Miguel —expresó, sin poder entender que ese sueño por fin se iba a hacer realidad. —Pues solo es cuestión de maquillarte, y que te pongas el vestido, ah, pero Miguel no puede verte —comunicó Mafer. Luciana no quiso tentar a la mala suerte, y accedió a lo que propuso su futura cuñada, enseguida se metió a su alcoba, su suegra le avisó que Miguel ya había sacado sus cosas y se iba a alistar en casa de su hermano.—¿Y quién va a cuidar y alistar a mis hijos? —cuestionó. María Paz la observó sonriente. —Nosotras, entre las abuelas nos haremos cargo, tú dedicate a ti. —Sonrió y salió de la habitación. —No debe tardar en llegar la estilista —le dijo Mafer. En otras de las habitaciones ambas abuelas se enca