¿Qué pasará entre Emiliano y Lu? Leo sus conjeturas.
La piel de Lu se erizó, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, al escuchar los pasos de Emiliano, el corazón le palpitó con violencia. —Hola, Lu —saludó él, notó un profundo silencio, frunció el ceño. —¿Y los niños? Luciana no se atrevía a girar, ni menos verlo a los ojos, escuchó como las llaves del auto cayeron sobre la mesa, pasó la saliva con dificultad. —Quisieron quedarse con doña Caridad un rato, espero no te moleste. —Giró y lo miró por segundos, y volvió a sus quehaceres en la cocina. Emiliano suspiró profundo, había aprendido a conocerla, supuso que Miguel la alertó, y ella no se atrevía a darle la cara, a Luciana no le gustaba mentir, es más le costaba hacerlo, era una mujer sincera, y por eso la amaba. Y entonces recordó las palabras de Miguel: «Cuando se ama de verdad, se busca la felicidad de la persona amada» —Lu. —Carraspeó Emiliano—, necesito hablar contigo. Luciana cerró los ojos, apretó los labios, su pecho se agitó, temía lo peor, pero era m
Luciana suspiró profundo, no podía negarle algo así, asintió. Emiliano posó sus fríos labios sobre los de ella, la besó, Lu correspondió con ternura, con agradecimiento, con cariño, pero no con el amor que sentía por Miguel. —Gracias Luciana —susurró Emiliano—, gracias por haberme hecho feliz estos años, nunca voy a olvidarte, siempre voy a amarte —musitó y le acarició la mejilla—, eres una mujer incomparable, muy valiente, especial, te amo tanto. Luciana volvió a deshacerse en llanto, lo abrazó, besó la mejilla de Emiliano. —Siempre vas a ocupar un lugar importante en mi corazón, tampoco voy a olvidarte —murmuró gimoteando—. Si yo te pido un último deseo, ¿me lo cumplirías? Emiliano suspiró profundo, la miró a los ojos con infinita ternura. —Sabes que no voy a negarme, lo que me pidas lo haré. —Quiero que te operes, por favor —suplicó, lo agarró de las manos con fuerza—. Emiliano, no tienes mucho tiempo, y si logran extraer esa bala, con terapia, ejercicios, volverás a tu
La voz gruesa y llena de resentimiento de Emiliano, provocó que la pareja se alejara de pronto. Emiliano lleno de celos, asestó el primer golpe en el rostro de Juan Miguel, lo tomó desprevenido y cayó al suelo. —¡Emiliano! ¡No! —gritó Lu, intentó contenerlo. Juan Miguel sacudió la cabeza, su visión se volvió borrosa, un agudo dolor le sobrevino en las sienes. —¡Cuidado Lu! —exclamó temiendo que Emiliano pudiera lastimarla. Entonces el guardaespaldas que contrató, entró al escuchar los gritos de Luciana, y contuvo a Emiliano. —¡Suéltame infeliz! —gruñó. Lu corrió y se arrodilló junto a Miguel. —¿Estás bien? —cuestionó sintiendo que el corazón se le subía a la garganta. Miguel apretó los ojos, esperando que aquel malestar se disipara. —Estoy un poco aturdido, debe ser que dejé de tomar las medicinas, o el golpe, nada de cuidado. Luciana se estremeció, frunció el ceño. —¿Medicinas? ¿Por qué? —preguntó con la voz temblorosa. —Después te explico —respondió Miguel,
Miguel agarró el bolso, tomó de la mano a Dafne, y Luciana lo hizo con Mike, los cuatro salieron de la vivienda. Lu miró por última vez la casa donde pasó dos años de su vida, los tres restantes habían sido entre Colombia y Ecuador, antes residían en otro barrio, y se habían cambiado varias veces, hasta aquella morada en la cual vivieron un largo tiempo. —¿Y nuestros juguetes mami? —preguntó Dafne, también observando la casa. —Vendremos por nuestras cosas cuando no esté Emiliano. Mike también le dio un vistazo a la morada, su pequeño corazón se achicó. No dijo nada, y cuando estaban alejándose de su hogar, la voz de Emiliano interrumpió su partida. —¡Niños! —exclamó. Los pequeños estaban tomados de la mano de sus padres, voltearon al escucharlo, miraron a sus papás, pidiendo autorización para acercarse a Emiliano. Miguel inspiró profundo, soltó a Dafne, Luciana hizo lo mismo con Mike. Los pequeños se acercaron a Emiliano con cierto recelo. —Vengan, no voy a hacerles d
Aquella mañana el sol irradiaba en todo lo alto del firmamento, Luciana sentía que el corazón no le alcanzaba en el pecho de la dicha que sentía al contemplar a sus hijos jugando en el parque junto a su padre, corriendo de un lado a otro felices. —Ven a jugar mami —propuso Dafne, y le lanzó un balón. Luciana se inclinó, y agarró la pelota, y cuando se irguió, sintió algo metálico en su espalda. —Tanto tiempo sin vernos mi querida Lu. —La voz de Albeiro le erizó la piel, un escalofrío la recorrió por completo, miró hacia el lugar donde estaba sus hijos, y fue una escena de terror. Varios hombres fuertemente armados apuntaban a Miguel, y otros tenían en sus manos, cautivos a los niños. —Suéltalos, no les hagan daño —suplicó Lu entre sollozos, sintiendo que el alma abandonaba su cuerpo de desesperación—, haré lo que me pidas, pero no lastimes a mis niños —balbuceó. Una carcajada burlesca, sonora, tétrica fue lo que obtuvo como respuesta. —Ahora suplicas, cuando me dejaste…—Ma
Cuenca - Ecuador. Para Juan Miguel dormir junto a sus hijos había sido una hermosa y dolorosa experiencia, la cabeza de Dafne reposaba encima de su pecho y los pies de la niña estaban sobre Luciana, porque Mike tenía la cabeza abajo, y sus piececitos sobre el rostro de su madre. Miguel sonrió, pero sobó su cuello, no había podido moverse; sin embargo, nada de eso le quitaba la felicidad. Lu abrió sus ojos de golpe, pensó en el desayuno, en llevar a los niños al colegio, estaba acostumbrada a esa rutina, que despertó exaltada, cuando quiso sentarse no pudo, las piernas de sus hijos estaban sobre ella. —Son bastante inquietos para dormir —dijo Miguel inclinando su cuello de un lado a otro. Lu sonrió. —Son terribles, necesitaremos una cama más grande —bromeó—, debo preparar el desayuno, sus uniformes…—Recordó que ya no estaba en casa, y sintió un ligero estremecimiento, pensó en la soledad de Emiliano, suspiró. Miguel se dio cuenta de cómo le cambió la sonrisa, extendió su ma
—Bueno, estas no son conversaciones para niños de su edad, así tengan la inteligencia de diez —advirtió Miguel intentando no mostrar la preocupación que la llegada de esa mujer generó—, no pensemos en esa señora, que hoy nos vamos de compras, y voy a consentirlos a ustedes y a mamá. —¡Yupi! —exclamó Dafne—, que mamá se haga un cambio de look, y quede más bonita de lo que ya es, para que las resbalosas no se te acerquen papi. Miguel sonrió con ternura, alzó en sus brazos a su hija. —Por eso debes cuidarme de esas resbalosas —bromeó. —Ni que estuvieras tan guapo —susurró Lu, rodando los ojos—, la vanidad es de familia. —Recuerdo bien que casi me asesinas cuando llegué con mi prima al restaurante —susurró al oído de Lu. Luciana se mordió los labios, guardó silencio. Dafne arrugó el ceño, se quedó pensativa. —Pero yo no voy a andar dando pisotones a las chicas que se te acercan como lo hace Marypaz con las modelos que coquetean con el tío Andrés —advirtió Dafne. «Puedo hacerles c
Salvador se quedó helado, estático, al notar como Majo lo apuntaba con el arma, veía como las manos de ella temblaban, en cualquier momento podía halar el gatillo y disparar. —Suelta el arma, no te hice nada malo, no te he tocado, lo juro —aseguró—, vas a cometer una locura de la cual te vas a arrepentir. —Carraspeó y jadeó profundo. —¡No te creo nada! ¿Me tomaste fotos? ¿Se las mandaste a Sebas? ¿Qué pretendes con esa imagen de salvador que no te queda bien, solo combina con tu m@ldito nombre? —cuestionó ella gruñendo, sostenía el arma, pero toda ella temblaba. —Vamos a calmarnos, anda baja el revolver. —Se puso de pie. —¡No te muevas! —gritó Majo, colocó sus dedos en el gatillo—. No te me acerques. Salvador elevó sus manos en señal de rendición, sabía que una mujer alterada, nerviosa, y con un arma en la mano era altamente peligrosa. —Solo quise ayudarte, deseo hacerlo —comunicó. Majo frunció el ceño, arqueó una ceja.—¿A cambio de qué? ¡Nadie hace las cosas gratis! —Descub