Recuerden que por estos días las actualizaciones son pasando un día, estoy con un poco de trabajo, me libero y actualizaré a diario. Gracias por comprender.
Miguel agarró el bolso, tomó de la mano a Dafne, y Luciana lo hizo con Mike, los cuatro salieron de la vivienda. Lu miró por última vez la casa donde pasó dos años de su vida, los tres restantes habían sido entre Colombia y Ecuador, antes residían en otro barrio, y se habían cambiado varias veces, hasta aquella morada en la cual vivieron un largo tiempo. —¿Y nuestros juguetes mami? —preguntó Dafne, también observando la casa. —Vendremos por nuestras cosas cuando no esté Emiliano. Mike también le dio un vistazo a la morada, su pequeño corazón se achicó. No dijo nada, y cuando estaban alejándose de su hogar, la voz de Emiliano interrumpió su partida. —¡Niños! —exclamó. Los pequeños estaban tomados de la mano de sus padres, voltearon al escucharlo, miraron a sus papás, pidiendo autorización para acercarse a Emiliano. Miguel inspiró profundo, soltó a Dafne, Luciana hizo lo mismo con Mike. Los pequeños se acercaron a Emiliano con cierto recelo. —Vengan, no voy a hacerles d
Aquella mañana el sol irradiaba en todo lo alto del firmamento, Luciana sentía que el corazón no le alcanzaba en el pecho de la dicha que sentía al contemplar a sus hijos jugando en el parque junto a su padre, corriendo de un lado a otro felices. —Ven a jugar mami —propuso Dafne, y le lanzó un balón. Luciana se inclinó, y agarró la pelota, y cuando se irguió, sintió algo metálico en su espalda. —Tanto tiempo sin vernos mi querida Lu. —La voz de Albeiro le erizó la piel, un escalofrío la recorrió por completo, miró hacia el lugar donde estaba sus hijos, y fue una escena de terror. Varios hombres fuertemente armados apuntaban a Miguel, y otros tenían en sus manos, cautivos a los niños. —Suéltalos, no les hagan daño —suplicó Lu entre sollozos, sintiendo que el alma abandonaba su cuerpo de desesperación—, haré lo que me pidas, pero no lastimes a mis niños —balbuceó. Una carcajada burlesca, sonora, tétrica fue lo que obtuvo como respuesta. —Ahora suplicas, cuando me dejaste…—Ma
Cuenca - Ecuador. Para Juan Miguel dormir junto a sus hijos había sido una hermosa y dolorosa experiencia, la cabeza de Dafne reposaba encima de su pecho y los pies de la niña estaban sobre Luciana, porque Mike tenía la cabeza abajo, y sus piececitos sobre el rostro de su madre. Miguel sonrió, pero sobó su cuello, no había podido moverse; sin embargo, nada de eso le quitaba la felicidad. Lu abrió sus ojos de golpe, pensó en el desayuno, en llevar a los niños al colegio, estaba acostumbrada a esa rutina, que despertó exaltada, cuando quiso sentarse no pudo, las piernas de sus hijos estaban sobre ella. —Son bastante inquietos para dormir —dijo Miguel inclinando su cuello de un lado a otro. Lu sonrió. —Son terribles, necesitaremos una cama más grande —bromeó—, debo preparar el desayuno, sus uniformes…—Recordó que ya no estaba en casa, y sintió un ligero estremecimiento, pensó en la soledad de Emiliano, suspiró. Miguel se dio cuenta de cómo le cambió la sonrisa, extendió su ma
—Bueno, estas no son conversaciones para niños de su edad, así tengan la inteligencia de diez —advirtió Miguel intentando no mostrar la preocupación que la llegada de esa mujer generó—, no pensemos en esa señora, que hoy nos vamos de compras, y voy a consentirlos a ustedes y a mamá. —¡Yupi! —exclamó Dafne—, que mamá se haga un cambio de look, y quede más bonita de lo que ya es, para que las resbalosas no se te acerquen papi. Miguel sonrió con ternura, alzó en sus brazos a su hija. —Por eso debes cuidarme de esas resbalosas —bromeó. —Ni que estuvieras tan guapo —susurró Lu, rodando los ojos—, la vanidad es de familia. —Recuerdo bien que casi me asesinas cuando llegué con mi prima al restaurante —susurró al oído de Lu. Luciana se mordió los labios, guardó silencio. Dafne arrugó el ceño, se quedó pensativa. —Pero yo no voy a andar dando pisotones a las chicas que se te acercan como lo hace Marypaz con las modelos que coquetean con el tío Andrés —advirtió Dafne. «Puedo hacerles c
Salvador se quedó helado, estático, al notar como Majo lo apuntaba con el arma, veía como las manos de ella temblaban, en cualquier momento podía halar el gatillo y disparar. —Suelta el arma, no te hice nada malo, no te he tocado, lo juro —aseguró—, vas a cometer una locura de la cual te vas a arrepentir. —Carraspeó y jadeó profundo. —¡No te creo nada! ¿Me tomaste fotos? ¿Se las mandaste a Sebas? ¿Qué pretendes con esa imagen de salvador que no te queda bien, solo combina con tu m@ldito nombre? —cuestionó ella gruñendo, sostenía el arma, pero toda ella temblaba. —Vamos a calmarnos, anda baja el revolver. —Se puso de pie. —¡No te muevas! —gritó Majo, colocó sus dedos en el gatillo—. No te me acerques. Salvador elevó sus manos en señal de rendición, sabía que una mujer alterada, nerviosa, y con un arma en la mano era altamente peligrosa. —Solo quise ayudarte, deseo hacerlo —comunicó. Majo frunció el ceño, arqueó una ceja.—¿A cambio de qué? ¡Nadie hace las cosas gratis! —Descub
«Yo soy… Aquel que una estrella del cielo te quiere bajar. Quien solo al tenerte despierta con ganas de amar. Quien más se te arrima, y más te adivina, soy yo»La hermosa melodía de Luis Miguel, se escuchaba en las bocinas del hermoso restaurante al cual llegó la pareja. Juan Miguel había reservado una mesa en la terraza de aquel rooftop bar, desde donde se apreciaban las cúpulas de la imponente catedral de Cuenca. Desde ese lugar se contemplaba el sonoro recorrido de las aguas del río Tomebamba, bañando la hermosa ciudad. Como bienvenida le sirvieron un coctel elaborado a base de ron, amaretto y un toque de naranja. —¿Te gusta el lugar? —preguntó Miguel, le acarició la mano. —Es hermoso, desde que llegué a esta ciudad me enamoré de su belleza, la arquitectura es muy particular, la gente es amable, me agrada. —Suspiró y pensó en su familia en Colombia. —¿Te gustaría volver a nuestro país? —preguntó Miguel, mientras le acariciaba el dorso de la mano. Lu exhaló un suspiro. —Sí —
Miguel separó los labios, su vista estaba nublada de deseo, sus manos rozaron las pantorrillas de Lu, luego sus muslos, provocando en ella ese cosquilleo que solo las caricias de él le podían hacer sentir. Le zafó la una media y se la quitó, luego hizo lo mismo con la otra pierna de Lu, pero no pudo contenerse más, la haló de la mano y ella subió a horcajadas en las piernas de él, y pudo sentir la gran erección de él rozando su sexo. —Miguel —susurró Lu. —¿Te das cuenta como me pones? —musitó él, pasó su lengua desde el cuello de Lu hasta la clavícula, mientras ella restregaba sus caderas en el miembro erecto de él.—También me enloqueces —susurró Lu, y levantó el buzo de él para quitárselo con premura. Juan Miguel sonrió, y la ayudó, entonces sintió los dulces labios de ella, dejando un reguero de besos en su cuello, y en su firme pectoral. —Te he extrañado tanto, me has hecho mucha falta Lu. —Apretó sus firmes glúteos, sentía el corazón agitado. —Soñaba con el momento de volve
—¿Te has vuelto loca? —gruñó Emiliano, apretó los dientes—, recuerda bien lo que hiciste, fuiste tú la que me besaste primero, tú la que te me restregaste, ¿qué querías que yo hiciera? —cuestionó resoplando—, soy hombre. Las mejillas de Karla se volvieron carmín, la ira encendió su sangre. —No aprovecharte, hubieras dicho que no, pero no, abusaste de mí. —¡No lo hice! —gritó—, no te forcé a nada, y deja de hacer tanto escándalo, ni que hubiera sido la gran cosa —bufó y salió envuelto en la sábana a la pequeña salita de la suite. —¡Imbécil! ¡Patán! —gritó Karla llorando desesperada—, busca un hotel —vociferó—, no te quiero ver aquí en la suite —expresó lanzó la puerta de la habitación. Emiliano la ignoró por completo, buscó en el minibar una botella con agua helada, sentía la garganta seca. —¿Qué hice? —gruñó y tiró de los mechones de su cabello—, cuando Lu se entere no voy a poder recuperarla —bramó enojando consigo mismo, golpeó con sus puños el mármol de la encimera, y fu