¿Y ahora que creen que ocurra? Leo sus reseñas.
—No sabía que estabas acompañado. —Se disculpó Emiliano, y observó con atención al hermano de Miguel, y de pronto se le iluminó más la mente, ya no tenía dudas, uno de los dos era el padre de los hijos de Luciana, los niños eran mellizos, era lógico, si su padre tenía un gemelo idéntico. —Tranquilo, te presento a mi hermano: Juan Andrés. —Mucho gusto, doctor Duque —dijo Emiliano con seriedad. Juan Andrés, aunque físicamente era idéntico a Miguel, su personalidad era muy distinta. —De igual manera —respondió en un tono cortante, miró con seriedad a Emiliano. Ese gesto de desdén, y esa forma de saludarlo tan hostil, se le hizo muy sospechoso a Emiliano, así que ahora tenía en la mira a ambos, porque no descartaba a Miguel, tampoco. —Te traje el presupuesto del hospital, para que lo firmes —dijo Emiliano, colocó el folder en el escritorio—, me avisas cuando esté listo para llevarlo a contabilidad. Miguel sacudió la cabeza, enseguida tomó el folder, lo revisó y firmó. —Está listo
Luciana inspiró profundo, entrecerró los ojos, asintió. —Bueno Luciana, tengo entendido que debo llamarte Lucía —empezó diciendo María Paz, ocupó su lugar detrás del reluciente escritorio tallado en madera de roble—, bien voy a explicarte tus funciones, eres una chica inteligente y aprendes rápido, lo qué si requiero es que te inscribas a la brevedad en un curso de inglés es importante para que te puedas comunicar con nuestros clientes extranjeros, y por el dinero no te preocupes, el hotel pagará tu capacitación. —Gracias —contestó Luciana, sacó de su bolso una libreta y empezó a anotar todo lo que su suegra le decía, ponía mucha atención, no quería quedar mal, ansiaba superarse, por ella misma para que sus hijos estuvieran orgullosos. Luego de casi una hora de escuchar las indicaciones de María Paz, empezaron a recorrer el hotel, las suites más importantes, y demás dependencias. —¿Cómo van las cosas con mi hijo? —indagó Paz. Luciana suspiró. —No es tan sencillo, quizás muc
Luciana y Miguel luego de haber compartido el almuerzo, y charlar de los niños, fueron por ellos a la escuela. Los pequeños salieron sonrientes, el corazón de Lu, dio brincos de felicidad, era la primera vez que los veía salir tan contentos de clase. Los mellizos al ver a sus padres corrieron a saludarlos. Dafne se abalanzó al cuerpo de su papá, y de inmediato Miguel la cargó entre sus fuertes brazos. —Hola mi princesa, ¿cómo estuvo el día hoy? —indagó la miró a los ojos con infinita ternura. —Divertidísimo papi, aprendimos tantas cosas, ya no nos ponen a hacer bolitas, ni palitos. —Sonrió. Por otro lado, Mike abrazó las piernas de Lu, y ella lo alzó en sus brazos. —Y a ti mi bello príncipe: ¿Cómo te fue? —De maravilla mamá, aprendimos cosas super interesantes, además nuestros compañeros son como nosotros, nos entendemos bien. Luciana sintió una gran tranquilidad, observó a Juan Miguel, expresando con su mirada todo el amor que sentía por él, y lo agradecida que estaba po
Juan Miguel plantó su vista llena de seriedad, en Emiliano, apretó sus puños. —Porque fue ella, la propia Luciana la que me dijo que no me amaba, que no la buscara, que se iba con su amante. ¿Qué podía hacer yo? —cuestionó respirando agitado—, y sí la busqué, meses después, y me enteré de que había muerto, y el dolor que sentí ese día fue tan grande, que hubiera preferido ser yo, y no ella. —Sollozó, su pecho subía y bajaba agitado—, y cuando volvía a casa, me accidenté, estuve en coma más de un año, cuando desperté no la recordaba, mi mente la había bloqueado, volvía a nacer, aprendí de nuevo a hablar, a caminar, aún tengo secuelas —comunicó. Emiliano se quedó helado, se aclaró la garganta, ambos habían tenido terribles accidentes a causa de la misma mujer, aunque ella no fuera la culpable directa. —¿Renunciarías de nuevo a ella? —No —contestó Miguel con firmeza—, no ahora que la encontré y sé que tenemos dos hijos, no es justo que me aleje de su vida, ni la de mis pequeños, yo n
La piel de Lu se erizó, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, al escuchar los pasos de Emiliano, el corazón le palpitó con violencia. —Hola, Lu —saludó él, notó un profundo silencio, frunció el ceño. —¿Y los niños? Luciana no se atrevía a girar, ni menos verlo a los ojos, escuchó como las llaves del auto cayeron sobre la mesa, pasó la saliva con dificultad. —Quisieron quedarse con doña Caridad un rato, espero no te moleste. —Giró y lo miró por segundos, y volvió a sus quehaceres en la cocina. Emiliano suspiró profundo, había aprendido a conocerla, supuso que Miguel la alertó, y ella no se atrevía a darle la cara, a Luciana no le gustaba mentir, es más le costaba hacerlo, era una mujer sincera, y por eso la amaba. Y entonces recordó las palabras de Miguel: «Cuando se ama de verdad, se busca la felicidad de la persona amada» —Lu. —Carraspeó Emiliano—, necesito hablar contigo. Luciana cerró los ojos, apretó los labios, su pecho se agitó, temía lo peor, pero era m
Luciana suspiró profundo, no podía negarle algo así, asintió. Emiliano posó sus fríos labios sobre los de ella, la besó, Lu correspondió con ternura, con agradecimiento, con cariño, pero no con el amor que sentía por Miguel. —Gracias Luciana —susurró Emiliano—, gracias por haberme hecho feliz estos años, nunca voy a olvidarte, siempre voy a amarte —musitó y le acarició la mejilla—, eres una mujer incomparable, muy valiente, especial, te amo tanto. Luciana volvió a deshacerse en llanto, lo abrazó, besó la mejilla de Emiliano. —Siempre vas a ocupar un lugar importante en mi corazón, tampoco voy a olvidarte —murmuró gimoteando—. Si yo te pido un último deseo, ¿me lo cumplirías? Emiliano suspiró profundo, la miró a los ojos con infinita ternura. —Sabes que no voy a negarme, lo que me pidas lo haré. —Quiero que te operes, por favor —suplicó, lo agarró de las manos con fuerza—. Emiliano, no tienes mucho tiempo, y si logran extraer esa bala, con terapia, ejercicios, volverás a tu
La voz gruesa y llena de resentimiento de Emiliano, provocó que la pareja se alejara de pronto. Emiliano lleno de celos, asestó el primer golpe en el rostro de Juan Miguel, lo tomó desprevenido y cayó al suelo. —¡Emiliano! ¡No! —gritó Lu, intentó contenerlo. Juan Miguel sacudió la cabeza, su visión se volvió borrosa, un agudo dolor le sobrevino en las sienes. —¡Cuidado Lu! —exclamó temiendo que Emiliano pudiera lastimarla. Entonces el guardaespaldas que contrató, entró al escuchar los gritos de Luciana, y contuvo a Emiliano. —¡Suéltame infeliz! —gruñó. Lu corrió y se arrodilló junto a Miguel. —¿Estás bien? —cuestionó sintiendo que el corazón se le subía a la garganta. Miguel apretó los ojos, esperando que aquel malestar se disipara. —Estoy un poco aturdido, debe ser que dejé de tomar las medicinas, o el golpe, nada de cuidado. Luciana se estremeció, frunció el ceño. —¿Medicinas? ¿Por qué? —preguntó con la voz temblorosa. —Después te explico —respondió Miguel,
Miguel agarró el bolso, tomó de la mano a Dafne, y Luciana lo hizo con Mike, los cuatro salieron de la vivienda. Lu miró por última vez la casa donde pasó dos años de su vida, los tres restantes habían sido entre Colombia y Ecuador, antes residían en otro barrio, y se habían cambiado varias veces, hasta aquella morada en la cual vivieron un largo tiempo. —¿Y nuestros juguetes mami? —preguntó Dafne, también observando la casa. —Vendremos por nuestras cosas cuando no esté Emiliano. Mike también le dio un vistazo a la morada, su pequeño corazón se achicó. No dijo nada, y cuando estaban alejándose de su hogar, la voz de Emiliano interrumpió su partida. —¡Niños! —exclamó. Los pequeños estaban tomados de la mano de sus padres, voltearon al escucharlo, miraron a sus papás, pidiendo autorización para acercarse a Emiliano. Miguel inspiró profundo, soltó a Dafne, Luciana hizo lo mismo con Mike. Los pequeños se acercaron a Emiliano con cierto recelo. —Vengan, no voy a hacerles d