—¿Mami? ¿Eres tú? —Los pequeños enfocaron sus azuladas miradas en la pantalla del computador, sus ojos brillaban y sus corazones latían con fuerza. —Me fui tan poquitos días y ya no me reconocen —reclamó Luciana, los miraba y sentía que el corazón se le quería salir del pecho, ansiaba llegar a Colombia y poder abrazarlos. —¿Estás bien? —preguntó Dafne, limpió sus lágrimas. —¿Te hicieron daño los malos? —indagó Mike habló con la voz temblorosa. —Tranquilos, estoy bien, su papá llegó a rescatarme. —Sonrió, mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. —Bravo, papá —exclamaron los mellizos y aplaudieron—. Eres un héroe. Miguel negó con la cabeza. —Se equivocan, la heroína es su mamá, ella lo hizo, es una mujer muy valiente. —Acarició la mejilla de Luciana. Los pequeños sonrieron. —¿Cuándo vienen por nosotros? —preguntó Dafne. —¿Están aburridos con los abuelos? —indagó Miguel, frunció el ceño. —No, claro que no, está bien divertido, el tío Juan Andrés, puso a Inesita a ha
Al día siguiente, era como el medio día cuando Marypaz al enterarse que su tío Miguel ansiaba tener más hijos fue nuevamente acompañada esta vez de Mike y Dafne a hacerle una propuesta al vecino del abuelo. Una vez más se encontraron con el hijo del señor Villamizar. —Hola niño, ¿está tu papá? —indagó la pequeña. El pequeño resopló, dibujó una mueca en sus labios. —No se encuentra, y dejen de venir a molestarnos —advirtió. Mike era mucho más pequeño, apenas tenía cinco años, claro que era alto para su edad, pero el otro niño le doblaba la edad, sin embargo, irguió la barbilla y se paró frente a su prima para defenderla. —Venimos a hacer una nueva propuesta —dijo el niño con firmeza. —Ya les dijo mi papá que no estamos vendiendo —habló el niño. —Ahora te ofrezco doscientos pesos por cada hectárea, es mucho dinero —expuso Marypaz—, quiero treinta hectáreas, haz el cálculo. El niño de nuevo empezó a contar con los dedos se quedó en silencio varios minutos. —Son como… seis mil pe
Mafer y Malú habían llegado al llamado de su hermano, ambas estaban consolando a los niños luego de aquel susto. Eduardo y Abel sus respectivos esposos corrieron montaña arriba para ayudar, sin embargo, ya Miguel, bajaba de la mano de su esposa, acompañados del señor Villamizar. —¿Estáis bien? —indagó Eduardo a los tres. —¡Joder! ¿Qué os ha ocurrido?Miguel apretó su puño, estaba completamente pálido al igual que Luciana. —No sé cómo la loca de Irma escapó, agredió a los niños y casi nos lleva al abismo.Luciana aún temblaba, casi no podía salir del shock en el cual se encontraba, cuando llegaron a la planicie corrió hacia sus pequeños, los abrazó. —¿Están bien? —indagó con la voz temblorosa y el rostro lleno de lágrimas. —Me duele un poco la cabeza. —Se quejó Dafne. —Ya los va a revisar el médico, tranquilos. —Volvió a abrazarlos. Luego miró a Marypaz. —¿Te hizo daño?La pequeña negó con la cabeza, y en ese momento llegó Juan Andrés. —¿Están todos bien? —preguntó y de inmedi
—Porque era la única forma de conseguir que me vendiera un poquito de sus tierras, es que cuando seamos grandes, no vamos a caber en esta hacienda. —Lamento mucho que mi nieta haya engañado a su hijo, de todos modos, agradecemos su muestra de generosidad y aceptamos los víveres, para repartirlos entre los trabajadores —expresó Joaquin. Esteban frunció los labios, fulminó con la mirada a Marypaz. —Tan grande y se cree los cuentos de mi prima —susurró Dafne en voz baja, pensó que el niño no la escuchó, pero no fue así. —¡Nunca se van a quedar con mis tierras! —vociferó, observó a Dafne con la mirada llena de seriedad. —¡Esteban! —recriminó su padre. —Ella empezó. —Acusó a Dafne. —Solo dije que lo pienso —contestó la niña. —Señor Villamizar, disculpe a los niños, en especial a mi hija —explicó Luciana—, ella tiene un coeficiente intelectual elevado, dice las cosas sin filtro. —No se preocupe, además yo le expliqué a mi hijo que eso de la pobreza no era verdad, pero insistió, vi
Al día siguiente el canto de las aves, el murmullo de los trabajadores despertó a Luciana y los niños en la hacienda. Todos abrieron sus ojos menos Miguel. —Amor —susurró Lu, lo movió, pero él tenía los ojos cerrados. —Papá, es hora de despertar —comunicó Dafne. —Papi, prometiste que haríamos un video con Inesita —dijo Mike y también lo movió. —Miguel —volvió a repetir Luciana, su corazón empezó a latir con fuerza descomunal—. Despierta —susurró la voz le sonó agitada. —¿Se murió? —cuestionaron Dafne y Mike, se abrazaron y empezaron a llorar. Luciana sintió que la sangre se le congeló, y el corazón se le estrujó. —No, no, hay que llamar a una ambulancia. Al escuchar el llanto de los niños, María Paz golpeó la puerta. —¿Todo en orden?Mike saltó de la cama, corrió a abrir. —Mi papá no se mueve, está muerto…María Paz palideció, se sostuvo del marco de la puerta, y luego abrió la puerta de golpe, miró a su hijo como inerte en la cama. —No, no puede ser, mi hijo no. —¿Qué est
—¿En dónde guardaste mi cepillo eléctrico de cabello? —vociferó Karla a los gritos desde el cuarto de baño a Emiliano. Emiliano se encontraba en la cocina preparando el desayuno, porque Karla no tenía la menor idea de cocinar, no sabía ni prender la estufa, su madre siempre había insistido en enseñarle a cocinar pero ella siempre se negó, no le agradaba ese tema. Él se encontraba con la licuadora prendida por eso no la escuchó, entonces ella apareció en la cocina, con el cabello enmarañado, húmedo, y envuelta en un albornoz. —¿Mi cepillo para el cabello? —preguntó y asustó a Emiliano, lo miró con el ceño fruncido. —Si fueras más ordenada ya lo habrías encontrado —refutó él—, está en el lugar que debería guardarse esas cosas, en los gabinetes de la parte alta. Karla rodó los ojos, negó con la cabeza. —Te he dicho millones de veces que no guardes mis cosas —rebatió, colocó su mano en la cintura. Emiliano resopló, se armó de paciencia. —No me gusta el desorden. —Yo odio el orden
Esta vez no hubo el beso de despedida que solían darse al llegar a la empresa. Karla entró al despacho, y se recargó en la puerta de la oficina, volvió a sentir esa opresión en el pecho, y un estremecimiento en todo el cuerpo. Colocó sus manos en su vientre, sintió a su bebé moverse, quizás percibía la misma ansiedad que ella, inhaló profundo, fue a su escritorio, encendió el computador, necesitaba concentrarse en sus actividades. Por otro lado, Emiliano en su despacho, intentaba tener la mente ocupada en sus actividades, pero sentía ese mismo estremecimiento en el cuerpo, y una agitación en el pecho, no sabía que iba a pasar en la noche, si Karla tenía la cita con ese importante amigo, toda esa situación lo tenía intranquilo. Y en ese momento apareció Luciana, había pasado a visitar a su esposo, y pasó a saludar a Emiliano, ella lo conocía bien, y notó en el rostro de él la preocupación. —Hola, ¿todo en orden? —preguntó. Emiliano se puso de pie, la saludó con un cálido abrazo,
La Momposina volvió a vestirse de blanco, todo estaba listo para la boda de Majo, los jardines de la hacienda estaban perfectamente adornados con las más bellas rosas rojas. Una gran mesa exhibía diversos bocaditos para los invitados, y el altar estaba decorado con cortinas de seda blancas y flores. Un gran despliegue de periodistas querían cubrir el evento, ya que Sebastián era un político muy reconocido, y Majo la abogada más prestigiosa del país, pero solo una cadena televisiva iba a transmitir el magno evento. En la alcoba, Majo se veía radiante con su vestido de novia, el diseño era exclusivo, digno de alguien de la realeza, el corte princesa, con finos bordados hechos a mano, y lujosa pedrería que engalanaba el corset, y mientras le colocaban el tocado, una de las empleadas entró a la alcoba, con un ramo de flores. —Señorita María Joaquina, le dejaron esto —informó. Majo frunció el ceño, el arreglo era enorme, muy bonito de hermosas rosas rojas, la curiosidad la hizo