Nueva vida.

El Alfa la miraba fijamente, pero ella no podía entender lo que ocurría. Sentía que algo estaba terriblemente mal, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Las palabras del Alfa la sorprendieron, y aunque su mente no lograba procesar todo lo que estaba sucediendo, algo en su interior le decía que no podía ser real.

—Debe ser un error —susurró con la voz temblorosa, intentando negar lo que veía.

Él no respondió con palabras, solo siguió llevándola del brazo con firmeza, guiándola hacia el auto.

—Camina. No perdamos tiempo —dijo sin darle oportunidad de nada. Su tono era tan decidido que cualquier intento de resistirse se sintió inútil.

Su cuerpo permaneció inmóvil, paralizado por el miedo. Todo lo que pudo hacer fue pensar en sus padres, en su hermana Lía, en sus amigos. ¿Qué sucedería con ellos? ¿Por qué tenía que ser ella quien pagara por algo que no entendía?

Miró hacia atrás una vez más, buscando alguna respuesta en las caras de sus seres queridos. Su padre, Sebas, la observaba con una tristeza infinita en sus ojos, al igual que Lía. La preocupación era evidente en sus miradas, pero había algo más, algo que la llenaba de terror: sabían lo que le esperaba. Ellos no podían hacer nada. Ella era su mate, y eso la condenaba.

A ella solo le pesaba que su madre no estaba allí para verla una última vez.

Su padre, con la mirada cargada de impotencia, la veía alejarse mientras el Alfa la arrastraba. Lía, su hermana, la observaba en silencio, compartiendo la angustia que se reflejaba en sus ojos. Pero en sus corazones, sabían que no había escapatoria. La situación era incontrolable. La joven sabía que ellos no deseaban que esto sucediera, pero en ese momento, la realidad era cruel: el Alfa la odiaba, él los odiaba a todos, especialmente a los humanos.

—Lo siento, papá, lo siento, Lía —murmuró ella, sin poder evitar que las lágrimas comenzaran a caer mientras caminaba hacia su destino, hacia lo que no podía comprender.

La fuerza con la que el Alfa la sostenía de su brazo le impedía moverse, mientras su mente se debatía entre el miedo y el dolor. Un último vistazo hacia su familia, una última mirada llena de amor y desesperación.

—No me olviden —dijo, en un susurro quebrado, mientras la tristeza le partía el corazón en mil pedazos. Y, sin más, bajó la cabeza, aceptando lo que parecía ser su destino: la sumisión.

El Alfa no decía nada, pero su presencia imponente, su fuerza y su indiferencia ante sus palabras la hacían sentir cada vez más pequeña. En su mente solo había confusión, y su cuerpo estaba tan en shock que no encontraba fuerzas para luchar.

Al llegar a su manada, el Alfa la dejó frente a él, la observó unos segundos y luego le habló con una dureza que caló hondo.

—Escúchame bien, humana —dijo en un tono frío y directo—. Tengo prometida y no la pienso dejar por alguien como tú. Sus palabras eran como dagas afiladas y ni siquiera entendía por qué le dolían.

Con cada palabra, su corazón se rompía más, pero sabía que no podía resistirse. No tenía derecho a hacerlo.

—Las cosas están claras. Me voy a casar con Amber Smith. Ella será la luna de esta manada, y tú solo serás una integrante más. Solo estarás aquí para darme fuerzas. ¿Entiendes? Su voz de algo retumbaba en sus oídos.

Las palabras del Alfa le cortaron el aliento. ¿Eso era todo lo que sería para él? ¿Una fuente de poder? Un doloroso vacío se apoderó de su corazón.

—No necesitamos tener relaciones ni marcarte. Eso, aunque me haría más fuerte, no es necesario. Lo que importa es que, estando cerca de mí, yo me fortaleceré. Pero, escucha bien: mi prometida no estaría de acuerdo con que me acueste contigo. Vivirás aquí, pero no serás nadie. No serás mi luna, solo serás una más –continuó el Alfa con tono tajante.

Ella, en su total desesperación, solo pudo decir:

—Sí, Gran Alfa —su voz era apenas un susurro, llena de tristeza.

El Alfa la miró con desdén y respondió:

—No te atrevas a rechazarme. —Sus palabras eran una advertencia, aunque ella ya no tenía fuerzas para cuestionarlo.

—No, nunca lo haría, Gran Alfa. Usted no tiene la culpa de tener un mate tan insignificante como yo... —dijo, hundiendo su mirada en el suelo, sintiendo que la vergüenza la consumía por dentro.

El Alfa la observó por un momento más, como si meditara lo que acababa de escuchar, y luego continuó:

—Está bien. Mientras no te marque, no me dolerá con quién estés. Eres libre de estar con quien quieras, pero tu lugar está aquí. No te puedes alejar.

Las palabras le destrozaban el alma, pero no podía rebelarse. ¿Quién era ella para desafiar al alfa, el líder de la manada? Su humanidad, su debilidad, la hacían inferior. No tenía poder, no tenía lugar en su vida.

—Está bien, Gran Alfa —respondió, aceptando su destino, sintiendo cómo su corazón se hundía aún más en el abismo.

En ese momento, el Alfa, aunque aparentemente indiferente, se sintió algo incómodo. Había algo en esa humana que lo hacía cuestionarse sus decisiones, pero rápidamente desechó ese pensamiento. No podía permitirse debilidad. Tenía que ser fuerte.

Poco después, su prometida, Amber, llegó a la manada. La encontró esperando y, al verla, no pudo evitar que el dolor lo invadiera.

—¿Me vas a dejar por esa cosa? —Amber le preguntó, su tono lleno de furia y celos.

El Alfa no contestó, solo la tomó de la mano y la llevó a su habitación. Al llegar, le explicó su decisión. Aunque al principio Megan se mostró desconcertada, pronto se tranquilizó, aceptando la situación.

—¿Entonces eso es lo que decides? Está bien —le dijo, calmándose poco a poco.

Aquella misma noche, Amber se mudó con él. Ella iba y venía de la casa como si fuera suya, imponiendo su autoridad en cada rincón. A Gema no le gustó que no fuera la luna de la manada, pero no podía hacer nada al respecto.

El Alfa, por su parte, decidió cambiar a la humana a una escuela dentro de la manada. La joven no tenía mucho tiempo para graduarse, pero como él era el Gran Alfa, la manada la aceptó sin problemas.

Mandó a su hermana menor, Danna, a comprar ropa para la humana. Danna, quien le había tomado mucho cariño a la joven humana, se hizo amiga de ella. Aunque no estaba de acuerdo con que no fuera la luna de su hermano, Danna estaba feliz de que la humana no fuera rechazada por él.

Danna pasaba mucho tiempo con Gema; incluso salían a pasear. Cuando no estaba con su amigo Mack, el Beta, Danna prefería estar con ella. Pero, a pesar de la amistad que se forjaba entre ellas, el Alfa no podía dejar de sentirse incómodo. Las palabras de su hermana, sus reacciones, cómo le recriminaba el trato hacia la joven humana. Danna siempre fue de carácter muy fuerte y él la quería mucho.

Mientras tanto, el Alfa se obligaba a recordar la historia de su familia. La tragedia que había marcado su vida, que lo había hecho quien era hoy. Recordaba a su madre, humana, débil, incapaz de defenderse. Su padre, el gran protector de los reyes de la manada Gold Moon, había fallado en su deber, y eso había costado la vida a los líderes de su manada. Todo porque su madre, tan frágil, había estado en peligro.

Su padre prefirió defenderla en vez de concentrarse en los reyes. Ahora sí error y la profecía que pesaba sobre su familia le recordaban constantemente lo que estaba en juego. No podía ser débil. No podía permitirse ser como su padre, no podía cometer los mismos errores.

«No puedo tener una luna débil, no puedo», pensaba para sí mismo, mientras su mente seguía atrapada en las sombras del pasado.

La guerra estaba por venir, y él debía estar preparado. La profecía decía que una gran reina, poderosa, acabaría con la guerra y restauraría la paz. Pero para llegar a ese momento

Él tenía que estar listo. No podía dejar que una humana débil lo desviara de su destino.

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