No quiero una humana de mate.
No quiero una humana de mate.
Por: Marines Bacadare
Comienzo.

El aullido de un lobo en la distancia se pierde entre los árboles mientras el viento sacude las copas. Dentro de la cabaña, Gema Mayers se amarra apresuradamente sus botas y echa un vistazo al reloj. Un suspiro escapa de sus labios. Como siempre, Lía se está tardando.

—¡Lía! ¡Apresúrate, vamos a llegar tarde otra vez! —grita desde la puerta, impaciente.

—¡Ya voy! —responde su hermana, bajando las escaleras de dos en dos, con el cabello aún alborotado y la mochila mal cerrada.

Gema sonríe con resignación. Su hermana adoptiva siempre iba con prisas, pero esa era solo una de las muchas cosas que la hacían especial. Lía, con su energía inagotable y su forma despreocupada de ver la vida, iluminaba la casa en la que habían crecido juntas. Aunque compartían el mismo techo y la misma familia, sus diferencias eran evidentes. Gema era humana en una manada de lobos.

A veces, se preguntaba si en verdad pertenecía ahí. Desde que Astrid la encontró en el bosque siendo apenas un bebé, su madre adoptiva no había hecho otra cosa que amarla, protegerla y cuidarla. Pero no todos en la manada compartían ese mismo sentimiento. Para muchos, Gema era solo una humana frágil, alguien que no debería estar entre ellos.

Pero Astrid y Sebastián, sus padres adoptivos, jamás le habían permitido dudar de su valor. Y Lía… Lía la defendería con uñas y dientes si fuera necesario.

—Vamos, hermana humana, o nos van a castigar otra vez —bromea Lía, dándole un leve empujón.

Gema sacude la cabeza, sonriendo, y ambas se encaminan a la preparatoria de la manada.

La escuela es un hervidero de energía. Al llegar, Gema se despide de Lía y entra a su salón, donde sus amigos la reciben con sonrisas y bromas. Se sienta junto a ellos y, en cuanto el profesor entra, las horas comienzan a pasar entre clases y ejercicios tediosos. Cuando finalmente suena la campana del almuerzo, todos salen apresurados hacia la cafetería.

El lugar está dividido en grupos bien definidos. La mesa de los guerreros, donde los futuros líderes de la manada se sientan con orgullo; la de los intelectuales, que hablan en voz baja mientras revisan libros y anotaciones; y, por supuesto, la mesa de las porristas, donde reina Megan Amber Smith, la capitana del equipo. Gema siempre ha tratado de evitar problemas con ella, pero Megan parece disfrutar haciéndole la vida imposible.

Cuando pasa cerca de su mesa, un pie aparece de la nada y, antes de que pueda reaccionar, tropieza y cae de bruces contra el suelo.

Las carcajadas resuenan en la cafetería.

—¡Uy, disculpa, humanita! No te vi. ¿No te rompiste nada, cierto? —dice Megan con una sonrisa cínica, mientras sus amigas se ríen a coro.

Gema aprieta los dientes. Lía se tensa a su lado y está a punto de lanzarse sobre Megan, pero ella la detiene.

—Estoy bien. Vamos, no vale la pena —susurra, ignorando las miradas burlonas mientras se levanta con dignidad.

Sabe que enfrentarse a Megan solo le traerá más problemas, y la verdad es que ya se ha acostumbrado a ese tipo de trato. Sin embargo, en su interior, algo arde con fuerza. Un deseo de demostrar que no es tan débil como todos creen.

Sentadas en su mesa, Gema y sus amigas hablan de todo un poco, tratando de aligerar el mal rato. No es hasta que uno de ellos menciona la gran noticia del día que la conversación toma otro giro.

—Mañana vienen Alfas, Betas y Deltas de otras manadas —dice uno de los chicos con emoción—. Habrá una reunión para formar alianzas… y para encontrar a sus mates.

Lía deja escapar una risita emocionada.

—¡Oh, qué bueno! A lo mejor mañana me voy con mi mate y soy su Luna —dice, dramatizando su tono antes de soltar una carcajada.

Pero Gema no puede compartir su entusiasmo. Solo la idea de que su hermana pueda encontrar a su compañero destinado y dejarla atrás le provoca un nudo en la garganta. No quiere ser egoísta, pero… ¿qué pasaría si Lía se iba?

Lía, al notar su expresión, se ríe de nuevo y le da un leve empujón.

—Solo bromeo, hermanita. No te preocupes, no te voy a dejar.

Gema intenta sonreír, pero la preocupación sigue ahí.

Al llegar a casa esa noche, el aroma de la cena casera inunda la cocina. Astrid las recibe con una cálida sonrisa.

—¿Cómo les fue hoy, mis niñas? Vayan a cambiarse y bajen a cenar.

Después de un rato, todos se sientan alrededor de la mesa, disfrutando de la comida y de la conversación. Lía no tarda en mencionar el evento de mañana.

—Papá, mañana vienen los Alfas y sus círculos a la prepa. Puede que encuentre a mi mate —dice con entusiasmo.

Sebastián la mira con diversión.

—Entonces prepárate, hija, puede que mañana nos dejes —bromea.

Pero Gema no encuentra gracia en la idea. Baja la cabeza, sintiendo ese nudo regresar a su garganta. Su madre lo nota y le dedica una mirada comprensiva.

—No te pongas así, amor. Si algo así sucediera, nunca estarías sola. Nosotros estamos aquí para ti.

—O puede que seas tú quien nos deje —añade su padre con una sonrisa.

Gema suelta una carcajada.

—Eso es imposible. Soy humana. ¿Quién me querría de mate?

—No estés tan segura —dice Astrid con cariño—. Son raros, pero hay casos en los que los humanos son compañeros de lobos. Y cualquiera estaría premiado de tenerte como mate, eres valiosa, Gema.

—Gracias, mamá, pero la mayoría de las veces los humanos son rechazados… porque somos débiles. Como yo.

Sebastián frunce el ceño.

—No eres débil. Tienes más fuerza de la que crees. Solo tienes que creer en ti, y nunca dejes que nadie te haga sentir menos.

Gema asiente, sintiendo el calor del amor de su familia envolverla. A pesar de sus miedos, al menos sabe que siempre contará con ellos.

Esa noche, una pesadilla la despierta de golpe.

Está en el bosque. Algo la persigue. Sus pies tropiezan con las raíces, el miedo se apodera de su cuerpo. Una sombra la acorrala, y una voz fría susurra:

—Tonta humana. No mereces ese regalo.

Cuando la figura se lanza sobre ella, un instinto primitivo se enciende en su interior. Antes de entender lo que hace, empuja con fuerza al atacante y lo estrella contra un árbol. La sensación es extraña. Casi… irreal.

Despierta con el corazón latiendo con fuerza. Mira a su alrededor, intentando convencerse de que solo fue una pesadilla. Pero el frío que recorre su espalda es demasiado real, como si algo invisible la estuviera rozando.

Su pecho le duele y su respiración es agitada, se sienta en la cama, envuelta por la oscuridad de su habitación, y por un momento, jura escuchar aquella voz otra vez, como un eco lejano:

"Tonta humana. No mereces ese regalo."

Se estremece. Esa voz… la misma del sueño. Pero hay algo más. Su pecho arde, no de miedo, sino de algo nuevo. Desconocido. Salvaje.

Siente un mal presentimiento. como si algo estuviera despertando en lo más profundo de su alma.

Y en ese instante, lo comprende:

Nada volverá a ser igual.

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