En una tranquila tarde otoñal, junto al majestuoso y pronunciado acantilado, el sol alumbraba en lo más alto. Ni una sola nube asomaba por aquel cielo azul. Los pajarillos canturreaban posándose en los altos árboles mientras sentían la agradable brisa marina sobre sus plumas. Las olas chocaban delicadamente contra las rocas formando una espesa espuma, mientras las profundas grutas se llenaban y vaciaban de agua a su vez.
En aquel espeso bosque castaño, no muy lejos del mar, un majestuoso roble se mostraba con ramas vacías.
El canto del ruiseñor entristecía aún más aquella imagen, donde tres pequeños bancos de madera traían recuerdos del pasado. Antaño un ilusionado padre los había construido en representación de su amada familia. Aún se podían escuchar las risas en la brisa, entremezclándose con los sonidos del bosque. Los recuerdos felices habían quedado grabados en cada tronco…
“Por un momento, los ecos de risas olvidadas de una pequeña niña que jugaba con su madre a dar vueltas alrededor de un viejo abeto se escuchaba a lo lejos. La niña corría dando pequeños saltitos a esconderse detrás de él mientras la madre la perseguía divertida.
El sonido de aquel celestial eco se fue desvaneciendo para dar lugar a otro bien distinto, un apuesto joven sujetaba a su esposa en brazos mientras le daba vueltas y se dejaba embaucar por su encantadora risa.
De nuevo aquel bello sonido se fue perdiendo, para dar paso esta vez a un grito de felicidad, de una pequeña cría que sonreía triunfante sobre los hombros de su padre, mientras este la agarraba de sus manitas para evitar que cayese al suelo.”
Un apuesto muchacho de cabello castaño al viento, con ojos verdes cual esmeralda y una bien cuidada barba, se encontraba junto al roble. Llevaba una larga rebeca de lana para apaciguar el frío y de su pecho colgaba un medallón con una gema esmeralda.
Bajó la mirada hacia el suelo, hacia una pequeña lápida junto a aquel solemne árbol. En aquella tumba que él mismo había cavado, yacían los restos de su amada esposa.
Cerró los ojos angustiado, dejando escapar algunas lágrimas desconsoladas, sintiendo entonces, una pequeña mano apretando la suya con fuerza. Desvió la cabeza mirando hacia su hija y sonrió agradecido, pues sabía que ésta tan sólo trataba de reconfortarlo. La pequeña le devolvió la sonrisa antes de tirar de su padre hacia el camino.
Padre e hija emprendieron su viaje hacia su hogar, mientras el viejo y cansado roble los veía alejarse.
En un perfecto prado repleto de amapolas, una niña caminaba con pasos inciertos. Vestía un hermoso traje rojo de florecillas amarillas y unos zapatos de charol. Daba pequeños pasos por temor a caerse y estaba ilusionada admirando como los coloridos globos, que sostenía en su mano izquierda, tiraban de ella hacia el cielo. La pequeña estaba cerca de cumplir los tres años de edad, tenía el cabello castaño miel y ojos de un verde intenso. ––Andrea, no te alejes demasiado –– le advirtió su madre, pues en lo que llevaba de semana ya se había perdido tres veces. La primera fue el pasado lunes, cuando perseguía a un extraño conejillo blanco por el bosque que se metió rápidamente en su madriguera. La segunda, dos días después que jugando en la orilla con los pececillos perdió de vista a su madre que seguía caminando hacia casa mientras ojeaba uno de sus libros favoritos. Y la tercera, el día anterior, cuando paseaba por las vías del tren junto a su madre, la mujer se había quedado detrás re
CAPÍTULO 2:La leyendade la sirena En aquella soleada mañana de otoño, una joven de cabello azabache al viento, caminaba descalza por el camino de hierba hacia la playa, llevaba unos shorts y una camisa de cuadros verde entre abierta, sujetaba su cabello en una coleta alta, aunque los pelos más cortos se habían soltado y rondaban por su rostro, sobre sus orejas unos pequeños pendientes perlados las adornaban. Agarraba en su mano derecha las zapatillas que se había quitado con anterioridad, y en su mano izquierda la fina mano de su pequeña. Sonrió al imaginar lo mucho que disfrutaría la niña en la arena frente al mar, y aunque era una pena que su esposo no pudiese acompañarlas, debido a que tení
Una vida que pudo haber sido Emily caminaba despacio con aquel extraño ser con apariencia de una joven y bella muchacha de unos dieciséis años de edad. Aquella muchacha ponía gran esmero en cada paso que daba, pues aún no dominaba el andar con piernas humanas. Cuando casi estaban a unos pocos pasos del mar, se paró en seco y miró a su compañera…Tenías un bonito y próspero destino por delante… - Aclaraba mientras cogía su mano y sonreía con armonía, como si pretendiese mostrarle algo – déjame mostrarte todo lo que has perdido.Emily miró a la joven y asintió con la cabeza, como señal de que estaba de acuerdo.En aquel momento ambas cerraron
Una decisiónde calma Hacía tan sólo una semana desde que la sirena se había marchado, aún no comprendían que era lo que aquel ser les había rogado, pero William sabía que era la única manera de mantener a su amada con vida. Debían viajar al pasado, hacia las montañas del dolor, cerca del monte Kakakorum. Era un viaje lleno de peligros que debían tomar los dos, deberían dejar a su hija atrás, y eso era algo que temía, temía no volver a ver a su pequeña niñita de ojos verdes. Volvió la vista hacia ella que se hallaba sentada en el césped junto a los olivos de detrás de la cabaña y observaba boquiabierta como su abuelo regaba e
Familia Era un mal día para comer fuera, o así lo pensaba Emily, que miraba hacia el mar mientras sentía el fuerte viento marino sobre su rostro, aquel que echaba su cabello hacia atrás de forma peligrosa. Llevaba un bonito vestido blanco, aquel con el que le había conocido por primera vez, y sobre su mano llevaba el brazalete. Miró al cielo una vez más, vislumbrando el sin fin de nubes que se arremolinaban impidiendo ver el sol.William la miraba desde atrás, llevaba puesta sus viejas ropas de capitán, pues aquella tarde sería la última que viviría en aquel hermoso lugar. Caminó hacia su esposa y la abrazó por detrás, para besarla más tarde sobre la cabeza…
Un viaje hacia el otro lado En aquella hermosa mañana otoñal, los pájaros canturreaban alegremente, y los árboles mecían sus castañas hojas tímidamente, el otoño había llegado a aquel valle, y ahora las rojizas hojas cubrían toda la hierba. En lo más alto, junto al acantilado, una pequeña niña de ojos verdes se hallaba sobre aquellas hojas, con su cabello castaño algo enmarañado, miraba hacia el cielo, recordando a sus padres, dejándose llevar por un triste recuerdo que había tenido lugar la noche anterior…Emily vestía unos shorts y una camiseta blanca, llevaba su cabello atorado en un lado, y sobre su muñeca se podía ver un hermoso brazalete con una
El reinode lassirenas Nadaba bajo el mar, introduciendo toda el agua posible en su interior, respirar agua era una sensación que nunca antes había sentido, y se sentía libre de poder hacer aquello sin ahogarse, las pequeñas membranas de su cuello se inflaban con cada horconada de aire. Sus dedos, mucho más largos y puntiagudos, revestidos por unas membranas gelatinosas sentían la calidez del agua sobre ellos. Su pecho se había metido hacia dentro, y ahora todo su cuerpo estaba revestido por un tejido gelatinoso que lo protegía, y su cabello se había convertido en este mismo tejido algoso. Volvió la mirada hacia su derecha, donde William le sonreía, a él también le habían salido agallas en su cuello, pero no
En busca de barco y tripulación Andrea corría por el bosque tras su nuevo perrito, era pequeño y desobediente y siempre se metía por algún lugar donde no debía, en esta ocasión se trataba del bosque oscuro. Odiaba meterse en aquel lugar, pues era un lugar poco iluminado a causa de los mal cuidados árboles y a las espesas grutas que por aquella zona se hallaban, tenía especial miedo a los pequeños murciélagos que salían al anochecer.El último rayo de sol dio cierto brillo hacia su rojo gorro, mientras la niña se percataba de que aquellos árboles se tornaban mucho más asustadizos que de costumbre. Escuchó temerosa a los búhos mientras cerraba sus ojos asustada. Escuchando en aquel