CAPÍTULO 3:

Una vida que pudo haber sido

            Emily caminaba despacio con aquel extraño ser con apariencia de una joven y bella muchacha de unos dieciséis años de edad. Aquella muchacha ponía gran esmero en cada paso que daba, pues aún no dominaba el andar con piernas humanas. Cuando casi estaban a unos pocos pasos del mar, se paró en seco y miró a su compañera…

  • Tenías un bonito y próspero destino por delante… - Aclaraba mientras cogía su mano y sonreía con armonía, como si pretendiese mostrarle algo – déjame mostrarte todo lo que has perdido.

Emily miró a la joven y asintió con la cabeza, como señal de que estaba de acuerdo.

En aquel momento ambas cerraron los ojos y vislumbraron aquellas bellas escenas que nunca llegaron a suceder, aquella vida que pudo haber sido…

“Una pequeña niña, de tan sólo 5 años de edad jugaba junto al hermoso cerezo de la señora Hanson, con cuidado de no ser vista por su dueña, pues la mujer siempre solía espantar a los curiosos de aquel bello lugar. La casa de Bárbara Hanson era la más bonita de todas, digna de un cuento de hadas, y muy parecida a la casita de chocolate de Hansel y Gretel. Levantó la vista percatándose de que Rebekah Hanson, la hija menor, se asomaba a la ventana descubriéndola al fin.

Echó a correr hacia el bosque, dejando todo atrás, huyendo de aquella niña que tan sólo había visto en algunas ocasiones. Se trataba de una cría de su misma edad, con el cabello rubio cristalino y rizado y unos enormes ojos grises, siempre lucía bellos trajes caros y apenas salía de casa. La había visto en contadas ocasiones cuidando el bello jardín de su madre y sonriendo hacia ella con ternura, pero nunca había entablado una conversación con ella, ni con nadie en realidad, era bastante reservada a la hora de hacer amigos.

Tras largo rato corriendo sin parar, se paró en seco tocando su diminuto pecho y cogiendo aire a horconadas. El sol incidía sobre ella de una forma especial, ahora que las nubes se habían apartado para que este pudiese alumbrar a sus semejantes. Bajó la mirada hacia las hermosas margaritas que crecían bajo ella y sonrío divertida.

Volvió la mirada hacia un árbol cercano, un viejo sauce, pues el crujido de una rama acababa de sacarla de sus pensamientos, se acercó despacio y con sigilo hacia él, pero antes de que pudiese descubrir de quien se trataba una voz la sorprendió desde atrás…

  • ¿Por qué corres tanto? – Preguntaba Rebekah Hanson tras alcanzarla, la muchacha tenía el cabello alborotado a causa de la brisa, y la miraba con cara de pocos amigos, pues su hermoso vestido Rosa y sus relucientes zapatos de charol se encontraban ahora cubiertos de barro e hierba – Eres la niña que visita todos los días nuestro cerezo – Aclaró haciendo partícipe a Emily de que sabía de su existencia – Te he estado observando todos los días – añadió en vista de que la niña no estaba por la labor de pronunciar palabra – Si quieres… Podemos ser amigas. – Concluyó mientras le dedicaba una tímida, pero sincera sonrisa.

Pestañeó un par de veces boquiabierta, pues no esperaba aquella reacción en alguien como Rebekah Hanson, y antes de que pudiese darse cuenta si quiera ya estaba sonriendo hacia ella, en señal de que aprobaba su idea.

Fue en aquel momento cuando sintió una especie de añoranza, como si acabase de perder algo que ni siquiera había tenido, volvió entonces su mirada al árbol que tenía detrás, hacia aquel viejo sauce, sintiendo un gran vacío en su interior.

La Emily del presente acababa de comprender algo, era en aquel momento de su vida cuando ella conoció por primera vez a William, pero por alguna razón, el haberse dejado ver por aquella niña en la casa del cerezo había cambiado las cosas.

Esa escena se desvaneció dando lugar a otra muy parecida, otra que hacía que comprendiese aquello mucho mejor…

“Se encontraba en el tren, algunos años habían pasado pues ya había cumplido los 7 años de edad, junto a su nueva mejor amiga Rebekah y algunos amigos más, todos reían felices mientras charlaban animadamente sobre las vacaciones de verano…

  • ¿Vienes a pasarlas a casa de tus abuelos? – preguntaba uno de los niños, el más alto de todos, tenía el pelo castaño y una pose de chico sabelotodo insufrible.

  • Me quedaré todo el verano – sonrió dirigiendo una mirada de complicidad hacia su amiga.

Sonreía de felicidad, era una felicidad tan plena, que casi parecía mentira que su dolor por su padre, o todo lo que había sentido realmente en el pasado pudiese haber existido. Volvió la cabeza hacia la ventanilla y quedó unos segundos mirando por el cristal, percatándose entonces de él, se trataba de un pequeño crío de su misma edad, con ropas algo desgastadas y antiguas para la época, su cabello era de un rubio intenso y miraba hacia ella con mirada desafiante, sobre su cuello un hermoso colgante con una gema esmeralda brillaba, y entonces lo supo, aquel muchacho era William, aquel chico al que nunca llegó a conocer.

Volvió entonces la mirada hacia sus amigos y prosiguió hablando sobre las actividades que les esperaban en el pueblo, ignorando quien era el chico que la miraba desde el bosque.

De nuevo aquella visión fue remplazada por otra, esta vez ella era mucho más mayor…

“Sonreía dichosa para su foto de graduación junto a sus tres mejores amigas: Rebekah, Elisabeth y Jane. Parecía realmente agradecida de haber llegado hasta aquel lugar gracias a sus compañeras. Miró hacia el lado en el que se encontraba Jane, era la más pequeña de las cuatro, era una joven dedicada, muy estudiosa y con un gran sentido del humor. A su otro lado estaban Elisabeth la más fiestera, era una ligona empedernida y siempre estaba dispuesta a presentarles a los mejores chicos del lugar. Y Rebekah la presumida y experta en moda.

  • Tomémonos algunas más para el anuario – exigía Jane hacia el muchacho de ojos saltones que tomaba la foto. El joven asintió, mientras las chicas se preparaban con su mejor pose”

Su vida parecía haber sido de lo más entretenida y feliz, nada que ver con su vida real. Entonces una nueva visión de un recuerdo no vivido volvió a envolverla…

“Comenzó su carrera de derecho en la mejor facultad del país, justamente a la misma a la que había ido su padre, era todo un honor para ella poder estar a la altura de las expectativas, y su familia estaba realmente feliz por ella.

Caminaba por el campus con aire decidido pues no quería faltar a su próxima clase, llevaba unos vaqueros y una camisa blanca de lino, sobre su cabeza un sombrero la adornaba. Entró en la clase al mismo tiempo que lo hacía el profesor, advirtiendo como este le dedicaba un saludo…

  • Ah, señorita Forbes, vaya a sentarse por favor – decía el profesor Watson.”

Estaba cansada de aquellas estúpidas visiones, quería volver al presente, dejar de ver tantas estupideces, pues saber que podía haber ido a la misma universidad que lo hizo su padre, era algo que lamentaba. Pero antes de que pudiese soltarse de aquella joven, esta le mostró una última escena…

“Emily salía de la ópera junto a su mejor amiga Rebekah, habían ido a ver una divertida comedia en el Convent Garden, llevaba un glamuroso vestido de lunares blancos sobre fondo negro y unos altos zapatos de tacón, llevaba además el cabello recogido hacia atrás y se había cortado el flequillo. Rebekah por el contrario, había elegido un conjunto rojo con unos zapatos de tacón a juego y llevaba su larga y rizada melena suelta. Ambas se preparaban para cruzar la calle cuando la joven se percató de algo:  un apuesto joven de cabellos rubios y ojos azules, con un mentón mellado, llevaba un traje de etiqueta y una bolsa algo descuidada, pero lo que más sorprendió a la joven fueron los zapatos que este llevaba, pues eran de deporte. En ese instante, no pudo evitar sonreír divertida...

  • Disculpen – dijo el muchacho, cortándoles el paso, impidiéndoles así que estas pudiesen cruzar. Emily le miró intentando no reírse a carcajadas - ¿saben dónde puedo encontrar la Ópera Real?

Rebekah le miró boquiabierta, pues no podía entender como alguien podía hacer tal pregunta cuando se encontraba justo en frente de su destino.

  • La tiene delante – susurró Emily sin poder parar de mirar su atuendo que no pegaba absolutamente nada la parte de arriba con la de abajo.

  • Vengo de un partido de baloncesto – Aclaró con cara de pocos amigos, al percatarse de que la joven no paraba de reírse disimuladamente. – Debía jugar con los niños del hospital.

  • ¿Es usted doctor? – preguntó Rebekah al percatarse de que aquel joven parecía ser un buen partido. - ¿en qué hospital trabaja?

  • Puede comprar unos zapatos en aquella zapatería de allí – intervino Emily, haciendo que los presentes la mirasen. Rebekah por una parte, con cara de pocos amigos, pues acababa de estropearle el ligoteo, y el joven, agradecido, pues era todo un detalle por su parte – Si pretende entrar en la ópera necesitará unos de vestir.

  • Gracias, señorita… - comenzó, intentando con esta pausa que la joven le diese su nombre, pues en aquel momento le parecía una joven bastante atractiva.

  • Forbes, soy Emily Forbes – Aclaraba la joven mientras sentía como su amiga la agarraba del brazo y tiraba de ella hacia delante, para proseguir su marcha, o de lo contrario llegarían tarde al cumpleaños de la madre de esta.

  • ¿Forbes? ¿Es usted acaso la famosa abogada de la que tanto he oído hablar? – preguntaba haciendo que la joven volviese a pararse en seco y mirase hacia él, pues ella no practicaba la abogacía todavía, ya que se encontraba en su último año de carrera.

  • Mi nombre es Michael, Michael Thomson – Aclaró, haciendo partícipe a la joven de que era el hijo de su más preciado profesor, el profesor Thomson, el cual trabajaba a tiempo parcial en la universidad, ya que su verdadera vocación era la medicina”

Emily se soltó y dio un par de pasos hacia atrás abriendo los ojos, mientras negaba con la cabeza sin poder entender lo que había pasado, aun no entendía todos aquellos confusos sentimientos, era como si hubiese vivido dos vidas al mismo tiempo.

  • Nunca debiste conocerle – aclaró nuevamente la sirena – Tú no eras su destino, ni él el tuyo.

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