Hice la fila para recoger mi merienda y luego buscar un asiento. Me detuve en seco mientras buscaba un lugar cómodo donde sentarme, no sabía si era yo o realmente estaba delirando.
El cabello rubio fue lo primero que vi, aquella misma cabellera que me topé esa noche en las vías del tren.
Un escalofrío recorre mi cuerpo lentamente, puedo aún sentir el enojo que me causaron sus palabras sarcásticas. Estaba placidamente sentado hablando con un grupo de chicos a su lado habia una pelirroja que está en mi clase; recuerdo haberla visto en mi clase una que otra vez, se llama Cristine y otros dos chicos a los que no puedo llegar a identificar muy bien, pero uno es de tez morena y a su lado hay una chica con un largo lacio cabello negro.
Y para mi mala suerte a unos cuantos pasos está una mesa completamente sola, tal y como me gusta. Tomo aire y camino a paso a rápido, estando a tan solo unos centimetos cerca de ellos aumento el paso hasta llegar a la mesa. Estando en mi lugar de descando suelto el aire que tenía atorado y continuo con mi rutina. Saco la cuchara de su empaquetado y empiezo ver cuál era el menú de hoy: ensalada roja, puré de papa y tocino. Nada mal.
Nunca creí que las sorpresas llegaran por sí solas, aunque debíamos tener encuenta que excepciones.
La misma voz burlona de esa noche me interrumpió utilizando el mismo, soberbio; sarcástico y fastidioso tono de voz. Cerré los ojos buscando la calma que necesitaba. Lo mire tratando de no espantarlo. Sus ojos negros se toparon con los míos y sin perder tiempo habló:
─ ¿Ya pudiste calcular bien tu caída para la próxima?
Lo miré avergonzada y con ganas de estrangularlo por su prudencia. Siempre vi el suicidio de una forma íntima, eran sólo decisiones apresuradas que tomaban las personas que tienen un callejón sin salida.
─ Sí, y también calcularé que no haya interruptores cerca. Por cierto, ¿Por qué no superas el tema y ya está? No te pediré las gracias si es lo que quieres.
Él soltó una carcajada como si alguien le hubiese contado un chiste. Me acomodé en mi puesto con la mirada puesta en él.
─ No te las estoy pidiendo pero da igual te deseo suerte para la proxima.
Y con eso se fue. Hasta el momento esa había sido la conversación más larga que había tenido desde hace bastante tiempo, refiriendome a los chicos de mi edad. Desde que entré a esta nueva escuela había dejado mi virtud social fuera de mi alcance y estar en fiestas, clubes escolares, salidas de amigos sin Alice ya no tenían sabor para mí.
Las clases por el día de hoy ya habían acabado. No me topé con el chico rubio de las encuestas, y tampoco quería verlo hasta el final de mis días. En dirección para salir de la escuela intentando no toparme con las rayas de la baldosa tropecé con un chico que pasaba a dirección contraria de mí.
─ Lo siento…
─ Ten más cuidado. ─ Sin mirarme me dio un pequeño empujón dejandome a un lado y siguió su dirección.
Disgustada y apenda por la tonteria que estaba haciendo en no toparme con las rayas de las baldosas miré a todos lados buscando que nadie hubiese pillado el suceso y en efecto, nadie lo hizo. Nunca creí en las coincidencias, pero sí en el destino, en opinión propia es más creíble y aceptable. La puerta del psicólogo estaba delante de mí, esperando que mi delgado cuerpo pasara por ahí.
Nunca he ido a una sección de psicología, tampoco creo que lo necesite. Recuerdo una vez en verano antes de que todo se fuera a la m****a mi madre dio la idea de ir a una sección familiar, ella siempre le gustaba experimentar cosas exóticas. Aunque nada lo fuese. Pero mi padre irritado del tema calló a mi madre diciéndole que eso solo era para gente enferma.
Tomé el pomo de la puerta insegura. Sin vuelta atrás entre. La sala estaba desértica, pero había una chica rubia sentada frente a un computador. Al notar mi presencia me sonrió.
─ Soy Ambrosia-
─ Antepenúltima puerta. El psicólogo Roger te está esperando.
Fue lo único que dijo y sin una respuesta de mi parte, me encaminé con las indicaciones de la muchacha. Al estar frente a la puerta toqué tres veces y una voz adentro me cedió el paso. El mobiliario estaba casi vacío. Sólo había un par de sillones marrones, una vitrina llena de libros, los cuales algunos pude alcanzar a reconocer. Las paredes eran completamente blancas y para darle vida añadieron unos cuadros excéntricos muy coloridos. Junto al lado del Psicólogo había un gran ventanal que podía ver a todos los alumnos.
─ Ambrosia Bridgers ¿No es así? ─ Dice y llevo su vista hacia una agenda frente a él. Llevé un mechón de pelo detrás de mi oreja y le sonreí afirmando.
─ Siéntate, no te quedes ahí de pie mirando lejos. ─ Señaló la silla que tenía frente a mí me sente dejando mi bolso a un lado ─ ¿Qué tal la escuela?
─ A diferencia de otras, está bien.
El Sr. Roger sonrio a medio lado. No entendia que le causaba gracia. Supongo que mi respuesta pero no lo dije para ser simpatica sino mas para ser cortante. A este hombre lo he visto en los pasillos hablando con todos los profesores de la institucion, siempre lo veia serio y una primera impresion y se destacaba como arrogante. Pensé que era una persona irrelvante que solo supervisaba pero nunca se me vino a la cabeza que fuese un psicologo. De hecho, hasta ahora me doy cuenta que en la escuela existe en psicologo.
─ ¿Has ido alguna vez al psicólogo? ─ Preguntó desconectado su vista de la libreta para mirarme a mi.
─ A mi padre no le gustan. ─ Respondi sin mirarlo solo jugueteaba con los detalles que tenia mi pantalon.
─ ¿Y a ti?
─ ¿A mi?
─ Sí, ¿Qué te parecen los psicolgos o has ido alguna vez a uno?
─ Nunca he ido a una.
Deduciendo por su edad, era un hombre que pronto pasaría de los cuarenta, tenía una barba sumamente definida, ojos de color y un aire a superioridad. Me fijé en el reloj que estaba arriba de él. Era temprano, pero esto apenas empezaba. El Sr. Roger me hizo unas cuantas preguntas básicas y otras fueron muy extrañas. No podía parar de mirar el reloj, no odié la consulta sólo que fue agotadora, el estar cuestionándote cosas que no sabes tu la respuesta.
─ Hasta otro día, Sr. Roger ─ Fue lo único que dije y salí de ahí.
No sé cuánto tiempo paso de la salida de la escuela hasta la mitad del camino. No me molesta caminar, de hecho, siento que es la actividad más tranquilizante que existe, puedes apreciar el aire deslizarse por tu cuerpo o escuchar los arboles moverse. Pienso que no hay personas a mi alrededor, los animales es mi única compañía, tengo todo el libertinaje que deseo.
Sabes que estás enamorado, cuando ya no sientes un toque frio, sino un toque cálido. Cuando ya no crees que el destino juega en tu contra, sólo te premia. Hace que pienses mucho en esa persona; Todo lo que hace es lo único que gira a tu alrededor, te gusta sentir el cosquilleo en tu estomago cada vez que sus miradas tropiezan, anhelas detener el tiempo cada vez que están junto a esa persona. Cuando te hablan ya no escuchas el eco y las frías palabras, sólo escuchas una hermosa y memorable melodía. Y yo, me había enamorado de una chica. Me enamoré de su linda sonrisa y blancos dientes, de sus hoyuelos en las mejillas cuando algo le causaba mucha gracia, de su sedoso y largo cabello castaño. Me enamoré de su cara sonrojada o su cara de confusión, su amabilidad y gentileza que denotaba cuando caminaba por los pasillos. A tan solo dos metros de distancia, solo utulizando mi imaginación puedo sentir sus labios rosados atravesando los míos, o mi cuerpo hundiéndose en sus delgados
Las clases ya habían terminado por el día de hoy, gracias al cielo, los salones eran tan pequeños que hacia muchisimo calor pero con respecto a las clases habian sido igual que las anteriores, al parecer era la unica que no le gustaba la monotonia lo unico que diferencia este dia con el resto era la tarde ya no se veía igual, hoy estaba brillante, el sol ya no parecía una hoguera apesar que allá adentro hiciese un calor horriblemente espantoso, sus radiantes viajes de luz eran como el manto de una madre. Acomodé mi mochila en mis hombros y mi búsqueda por Ruby empezó. Desafortunadamente no compartia clases con ella, solo de vez en cuenta pero era casi nunca. La tarde pasó más rápida de lo que pensé. Todos salían atraves de la puerta de la escuela, conocia a cada uno de ellos, no me comunicaba con ellos, pero extrañamente los disferenciaba. Busqué a todas horas los chillidos de las amigas de Ruby, realmente eran risas pero parecian chillidos. De tanto buscar no las hallé por
Las suaves manos de Ruby trenzaban mi lacio cabello. Había pasado la mayoría del descanso conmigo. Fue extraño, dejó prácticamente a sus amigas para estar conmigo, yo podía considerarme una desconocida, tan solo habíamos pasado unos días juntas, hablando de nuestros gustos, caminando y conociéndonos. Nunca pasó por mi mente estar en estas circunstancias y menos con ella, una chica a la que todos veían como unahumano imposiblede conquistar y claro que lo era, pero no quitaba lo agradable que era entablar una conversación con ella, podías hablar cualquier tipo de tema, desde el más perturbador hasta el más normal.─ ¿Qué te parece? ─ Puso un espejo que tenía en su bolso para poder ver lo que había hecho en mí.─ Son lindas, ¿Quién te enseñó? ─ Respondí mientras miraba mi trenzado cabello desde varias perspectivas.─ Mi abuela me las hacía cuando iba a clases de gimnasia. Pero falleció y me tocó aprender.La miré buscando en mí u
Los días pasaron, no quería ir a la escuela, sería un infierno estar ahí estaba muy segura de eso, recibiendo de todo tipo de insultos y no quería eso para mí. Tal y como lo dije no fui al colegio por varios días, me sentía sucia por dentro, así que tomé el descanso de unos días más. A unos cuantos pasos de la escuela me preparé mentalmente. Al tener un pie en la entrada todas las miradas se dirigieron a mí. Caminé sin importar qué. Todos aquí eran una b****a al igual que sus máscaras. Todo usamos una, pero este mundo nos obliga hacerlo, las usamos para sentirnos a salvo. No puedo dejar de pensar qué pasaría el día que dejaran de existir las horribles máscaras que hemos creado, y por las que no podemos mostrar lo que realmente somos, como Ruby por ejemplo; hace unos pocos días se encontraba llorando y ahora estaba en los brazos de su novio, como si nada hubiera pasado. Este mundo estaba tan acabado, que necesitamos aceptación para así aceptarnos a nosotros mismos. Es
Sentada en el puf de mi habitación, en un pequeño rincón, al lado de la ventana. Mirando a los niños jugar en un día soleado. Mi mente deambulaba ensimismada mientras veía la hermosa nube negra que se acercaba. Perdiéndome y hundiéndome ante tal oscuridad. Mis pupilas estaban hipnotizadas por su devoción. Los pensamientos aparecen. Siempre veía a las personas disfrutar la vida, como yo lo hacía. Veía a la gente llena de felicidad y con incontrolables emociones, como yo lo hacía. Y ahora, estoy aquí, envuelta en un mar rojo de lágrimas saladas. Varios recuerdos vuelven a reproducirse como una película. La risa de mi madre, el sonido que más miedo me dió olvidar o la voz de mi hermana hablando sin parar. No tardé mucho tiempo en hundirme. El teléfono sonó por toda la casa haciendo que saltara del susto. Me levanté de mi asiento para ir a atender. ─ Buenas tardes, ¿Qué necesita? ─ Pregunté al teléfono mientras me sentaba en un banco que había cerca.
Miraba cada rato mi reloj de mano. Sentía el tiempo infinito. El cielo se estaba oscureciendo y las personas del parque se estaban yendo, solo quedaba yo y unos viejos que jugaban juegos de cartas. Las esperanzas de volver a mi madre eran nulas. Me levanté soltando un bufido. Las maravillas no existían. Rumbo a casa con las calles despobladas, sentí pasos detrás mío. Al principio pensé que era de alguien que vivía cerca e incluso mi imaginación pero luego sentí sus pisadas más cerca. No quería voltearme, estaba nerviosa, estaba asustada. Aumente el paso pero este ser también lo hizo, lo único que mi cabeza sugirió fue echarme a correr. En mi confusión miré atrás. Mi mirada se encontró con un hombre que no había visto antes, alto, esbelto y con una vestimenta de color negro. No pude ver bien el rostro ya que en la gorra que tenía puesta impedía ver sus facciones. Encontré una farmacia la reconocí de inmediato. Estábamos cerca de casa. Miré atrás, agitada. Ya h
Un estrépito fuerte espantó mi sueño. Me desperté al instante del susto, pero una punzada en mi cabeza detuvo mi movimiento. Agarré mi cabeza con fuerza para aliviar el dolor y funcionó. Aún con sueño me arrastre quitando las sábanas de mi cuerpo para ir a ver qué estaba sucediendo. 3:15 am, marcaba la hora en mi teléfono. Solté un bostezó mientras me colocaba mis pantuflas. Caminé hasta la puerta y un golpe mucho más fuerte se escuchó. Apresuré mis pasos. Me estaba empezando a dar escalofríos. Recapitule el sí ayer había cerrado todas las puertas con llave y estaba en lo correcto. Bajando las escaleras con mis brazos enrollados con mi cuerpo para darme un poco calor ya que el frío del clima otoñal estaba haciendo apoderándose de la ciudad. Mi casa no tenía calefacción, padre no se había indignado a colocarlo por lo que sin falta todos los años en estas temporadas mi cuerpo enfermaba. Asomé mi cabeza para poder tener una mejor visión de lo que estaba pasando
En dirección a mi casillero con mi fiel acompañante Evan, quien me contaba sus experiencias con los Psicólogos y me distraía un poco. Extrañamente se había dado cuenta que tenía citas continúas con el psicólogo. Había tratado de mantener eso en secreto, pero fue casi imposible porque al parecer el aire hablaba. De hecho, Evan, aunque no me lo dijera, sabía que yo hace tiempo iba al psicólogo sólo que no me lo decía para no hacerme sentir incómoda. Era tan despistado que ciertas veces me insinuaba cosas con los Psicólogos y al darse cuenta de lo que había dicho despistaba la conversación. Según lo que me contaba, él iba al psicólogo por "cuenta propia", ya que le gustaba el apoyo emocional que ofrecían, y estaba en lo correcto. El psicólogo Roger no era un mal hombre, era todo lo contrario, siempre me daba consejos filosóficos de la vida, hasta se interesó en mis gustos y anécdotas. Si hubiera sabido eso hace tiempo, les hubiese rogado a mis padres con más insistencia.<