Los días pasaron, no quería ir a la escuela, sería un infierno estar ahí estaba muy segura de eso, recibiendo de todo tipo de insultos y no quería eso para mí. Tal y como lo dije no fui al colegio por varios días, me sentía sucia por dentro, así que tomé el descanso de unos días más.
A unos cuantos pasos de la escuela me preparé mentalmente. Al tener un pie en la entrada todas las miradas se dirigieron a mí. Caminé sin importar qué. Todos aquí eran una b****a al igual que sus máscaras. Todo usamos una, pero este mundo nos obliga hacerlo, las usamos para sentirnos a salvo. No puedo dejar de pensar qué pasaría el día que dejaran de existir las horribles máscaras que hemos creado, y por las que no podemos mostrar lo que realmente somos, como Ruby por ejemplo; hace unos pocos días se encontraba llorando y ahora estaba en los brazos de su novio, como si nada hubiera pasado. Este mundo estaba tan acabado, que necesitamos aceptación para así aceptarnos a nosotros mismos.
Es
Sentada en el puf de mi habitación, en un pequeño rincón, al lado de la ventana. Mirando a los niños jugar en un día soleado. Mi mente deambulaba ensimismada mientras veía la hermosa nube negra que se acercaba. Perdiéndome y hundiéndome ante tal oscuridad. Mis pupilas estaban hipnotizadas por su devoción. Los pensamientos aparecen. Siempre veía a las personas disfrutar la vida, como yo lo hacía. Veía a la gente llena de felicidad y con incontrolables emociones, como yo lo hacía. Y ahora, estoy aquí, envuelta en un mar rojo de lágrimas saladas. Varios recuerdos vuelven a reproducirse como una película. La risa de mi madre, el sonido que más miedo me dió olvidar o la voz de mi hermana hablando sin parar. No tardé mucho tiempo en hundirme. El teléfono sonó por toda la casa haciendo que saltara del susto. Me levanté de mi asiento para ir a atender. ─ Buenas tardes, ¿Qué necesita? ─ Pregunté al teléfono mientras me sentaba en un banco que había cerca.
Miraba cada rato mi reloj de mano. Sentía el tiempo infinito. El cielo se estaba oscureciendo y las personas del parque se estaban yendo, solo quedaba yo y unos viejos que jugaban juegos de cartas. Las esperanzas de volver a mi madre eran nulas. Me levanté soltando un bufido. Las maravillas no existían. Rumbo a casa con las calles despobladas, sentí pasos detrás mío. Al principio pensé que era de alguien que vivía cerca e incluso mi imaginación pero luego sentí sus pisadas más cerca. No quería voltearme, estaba nerviosa, estaba asustada. Aumente el paso pero este ser también lo hizo, lo único que mi cabeza sugirió fue echarme a correr. En mi confusión miré atrás. Mi mirada se encontró con un hombre que no había visto antes, alto, esbelto y con una vestimenta de color negro. No pude ver bien el rostro ya que en la gorra que tenía puesta impedía ver sus facciones. Encontré una farmacia la reconocí de inmediato. Estábamos cerca de casa. Miré atrás, agitada. Ya h
Un estrépito fuerte espantó mi sueño. Me desperté al instante del susto, pero una punzada en mi cabeza detuvo mi movimiento. Agarré mi cabeza con fuerza para aliviar el dolor y funcionó. Aún con sueño me arrastre quitando las sábanas de mi cuerpo para ir a ver qué estaba sucediendo. 3:15 am, marcaba la hora en mi teléfono. Solté un bostezó mientras me colocaba mis pantuflas. Caminé hasta la puerta y un golpe mucho más fuerte se escuchó. Apresuré mis pasos. Me estaba empezando a dar escalofríos. Recapitule el sí ayer había cerrado todas las puertas con llave y estaba en lo correcto. Bajando las escaleras con mis brazos enrollados con mi cuerpo para darme un poco calor ya que el frío del clima otoñal estaba haciendo apoderándose de la ciudad. Mi casa no tenía calefacción, padre no se había indignado a colocarlo por lo que sin falta todos los años en estas temporadas mi cuerpo enfermaba. Asomé mi cabeza para poder tener una mejor visión de lo que estaba pasando
En dirección a mi casillero con mi fiel acompañante Evan, quien me contaba sus experiencias con los Psicólogos y me distraía un poco. Extrañamente se había dado cuenta que tenía citas continúas con el psicólogo. Había tratado de mantener eso en secreto, pero fue casi imposible porque al parecer el aire hablaba. De hecho, Evan, aunque no me lo dijera, sabía que yo hace tiempo iba al psicólogo sólo que no me lo decía para no hacerme sentir incómoda. Era tan despistado que ciertas veces me insinuaba cosas con los Psicólogos y al darse cuenta de lo que había dicho despistaba la conversación. Según lo que me contaba, él iba al psicólogo por "cuenta propia", ya que le gustaba el apoyo emocional que ofrecían, y estaba en lo correcto. El psicólogo Roger no era un mal hombre, era todo lo contrario, siempre me daba consejos filosóficos de la vida, hasta se interesó en mis gustos y anécdotas. Si hubiera sabido eso hace tiempo, les hubiese rogado a mis padres con más insistencia.<
Si me preguntarán si quiero volver a nacer sería una respuesta rápida y sin siquiera pensarlo: No. Nadie sabía que crecer se iba a volver difícil, nada nos prepara para el dolor, ni aunque lo supiéramos tiempo atrás. Nos damos cuenta de la situación finalmente llegando a la adolescencia. Caemos en cuenta que todo lo que vemos en la televisión es sólo una fantasía incrédula. De cierta forma es una moralidad por parte de las empresas que nos muestran los sueños de una manera audiovisual, sin embargo, al no lograrlo nos llaman fracasados. Cuánto detesto pensar en aquella vez, ese recuerdo o sentimiento del desplante de mi madre en el parque, ver variadas veces la vista de los viejos que jugaban ajedrez en una esquina mirándome a ver si estaba perdida. Era una situación muy vergonzosa. Hacerte una ilusión y sentir la presión en el pecho al saber la verdad. Y había formado una teoría al respecto, era una bastante ridícula pero sensata para lo que había pasado. Los
─ ¿Ambrous? ¿Pero qué haces? ─ Él entró rápidamente acercándose a mí procesando todo lo que había hecho. Lo miré sin expresión alguna, con él ya no existía la vergüenza. Evan tomó mi mano llevando la muñeca a su boca, pude sentir su lengua rozar con mi piel y la succión que hizo que tan solo sentí un leve ardor. ─ ¿Qué haces? Eso es asqueroso ─ Le pregunté al instante con un gesto repulsivo. ─ Debería estar haciendo esa pregunta yo. ─ Respondió. Se veía enojado. ─ ¿No es obvio? ─ Respondí de defensa. ─ ¡Joder, Ambrosía! ─ Le escuché decir. Primera vez que lo escuchaba decir mi nombre completo en forma imperativa y fue raro pero bonito al mismo tiempo. Me gustaba como sonaba mi nombre en su voz. ─ Te estás matando, te has podido coger alguna vena y algo peor. Yo sólo miraba la muñeca en el reflejo del espejo. De alguna u otra manera la automutilación había servido, mis segundos más críticos los había calmado. Nos quedamos unos s
Tenía dos opciones; tirarme del carro mientras andaba o amputarme las muñecas con una navaja. La primera opción sonaba menos dolorosa. Me dirigía hacia la escuela con mi padre al lado. Él, como de costumbre, tenía su cara seria y muchísimo más hoy que iría a la escuela, acción que no le gusta hacer. Sabía que no había hecho bien en contarle sobre mi familia al Señor Roger. Es su deber saber la vida de sus pacientes, pero mi caso es muy diferente. El Sr. Roger me había pedido permiso para conocer a mi padre y como todo el mundo me preguntó que si tenía madre u otro familiar que no fuera mi papá. Y respondiendo a su pregunta sin problema, acepté, pero estando en casa con mi padre al frente para sólo hacerle una simple pregunta. Estando consciente caí en cuenta de todas las acciones negativas que podía hacer al enterarse que su hija le había desobedecido. No se me hizo extraño y mucho menos misteriosos el que mi papá no le gustara que yo hablara con pers
Me senté en la sala de espera, en donde solo se escuchaba el tecleo del computador que ocupada chica y las agujas del reloj que se encontraba la pared. Molestaba las heridas de mis manos y de vez en cuando quitaba el esmalte de mis uñas. Tenía un azul claro. Se aproximaba Halloween, tenía que ir con la época. Mi padre salió del consultorio. Su rostro no estaba tan tenso como al principio. Yo me levanté de mi asiento para salir, dentro de poco las clases empezaban. ─ Muchas gracias por su tiempo. ─ Dijo el Sr. Roger despidiéndose de mi padre. Él no dijo nada sólo un asentimiento de cabeza y era todo. ─ Ambrosia, vámonos. – Ordenó mi padre mientras caminaba hacia la salida. ─ Tengo clases. ─ Respondí. ─ Ya di una orden. Vámonos. ─ Sr. Bridgers lo mejor seria que Ambrosia se quede. Está en su horario de clase y la semana pasada fue exámenes por lo que esta será retroalimentación. ─ Escuche la voz del Sr. Roger. ─ Com