CAPÍTULO 30. SE HA MARCHADO  

Lisbani salió de la oficina con la espalda erguida, con los ojos rojos tratando de contener las lágrimas, las cuales se agolpaban en sus ojos deseando salir, mientras Liuggi le propinaba un fuerte golpe a la pared de la rabia e impotencia.

En la sala contigua los trabajadores se aglomeraban, porque los gritos de Liuggi fueron demasiado fuertes, no pasando desapercibidos para los chismosos, quienes estaban ansiosos por conocer la noticia. Todos tenían a Lisbani como la mano derecha del presidente y nunca imaginaron sería capaz de tratarla de esa manera.

Cuando la joven iba caminando rumbo a su despacho, recibió miradas de lástima y de condescendencia, ella las ignoró todas, como si estuviese por encima de cualquier sentimiento, aunque por dentro, sentía punzadas filosas desgarrándole el corazón, no obstante, se mantuvo firme, no podía flaquear.

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