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Capítulo 8

SOFÍA

Tarde al menos cinco segundos en entender que sucedía, en asimilar el movimiento de sus labios sobre los míos. Y cuando finalmente caí en cuenta de lo que sucedía abrí mi boca para permitirle tomar todo de ella.

Su mano se mantenía firme tras mi nuca tomando el mando de la situación, mis manos fueron hacia su pecho intentando encontrar agarre de algo ante las sensación que me apresaban, sus labios se sentían como nunca podría haber imaginado.

Cálidos y dulces, un toque a menta se arrastro por mi lengua cuando hizo contacto con la suya, su mano libre la posó en mi espalda baja, pegando mi cintura contra la suya y un pequeño jadeo murió dentro de su boca cuando sentí una parte despierta de él, un gran parte.

Mis manos se cerraron en puños apresando parte de su camiseta cuando una ráfaga de excitación recorrió mi cuerpo, sus dedos se enterraron en mi cadera y su boca abandono la mía dando oportunidad de respirar e intentar recomponerme un poco de lo que acaba de suceder, pero mis planes se frustraron cuando lejos de alejarse se pego aun más, sus labios de deslizaron por mi mentón hacia mi cuello dejando pequeños besos y mordidas erizando toda mi piel.

–Mh… – su aliento contra mi piel expuesta levanto cada vello de mi cuerpo –. Hueles realmente delicioso.

Sin llegar poder a meditar mucho sobre el asunto, sus manos llegaron a la parte trasera de mis muslos y me alzaron hasta dejarme sentada en mi escritorio. La fría madera hizo que respingara un poco y dejo que mi mente saliera levemente de la nebulosa de emociones en la que me encontraba.

Sus ojos miel conectaron con los míos cuando se abrió espacio entre mis piernas arremangando mi falda, mis muslos quedaron expuestos a su toque cuando sus dedos comenzaron a deslizarle por mi piel.

Mi pecho subía y bajaba con intensidad, mi juicio se encontraba nublado ante su presencia, su aroma, su sabor, había perdido cualquier rastro de vergüenza frente a su imponente figura que me miraba y apresaba como si fuera una presa.

–Mía – gruño volviendo a pasear su nariz por mi cuello olfateándome.

Un mordisco más fuerte me hizo respingar y como por arte de magia toda la nebulosa que me envolvía desapareció. Ubique mis manos en su abdomen alejándolo de mí, su ceño fruncido apareció frente a mi rostro y rápidamente pude sentir como el color subía a mis mejillas cuando note lo arremangada que se encontraba mi falda.

–Esto no está bien – negué bajándome de mi mesa y arreglando mi ropa –. No deberíamos hacer esto.

–Lo siento – carraspeo un poco alejándose –. A veces no puedo controlar a Owen.

–¿Owen? – arrugue las cejas con confusión.

–Así se llama mi lobo.

Lo mire fijamente unos segundos dándome cuenta de lo sucedido. Su lobo. No él.

Las palabras que me dijo en su pent-house resonaron en mi memoria como si estuviera repitiéndomelas en este mismo instante, asentí un par de veces con la cabeza y me acomode tras mi lugar de trabajo intentando poner una barrera entre nosotros.

–¿Todo bien? – consultó cuando me quede en silencio.

–Sí – mentí –. ¿Necesitaba algo en especial señor Black?

Sus cejas se arrugaron suavemente mirándome fijo, sus orbes mieles se centraron en los míos como si quisiera ver dentro de mi alma. Intente mantener mi postura lo mejor posible, no necesitaba su lástima frente al como sus palabras me herían.

El ya no me encontraba suficiente y no quería darle otro motivo para reafirmar su pensamiento.

¥

ERIC

–¿Por qué huele así? – consulta mi lobo.

–No lo sé, no hice nada.

–No debiste besarla, era muy pronto.

–Lo sé – sigo observándola, perdiéndome en ese intenso gris de sus ojos –. No pude evitarlo.

–¿Señor Black?

Un gruñido sale de mi garganta sin poder evitarlo, pero ella ni se inmuta. Todo estaba bien hace unos momentos, cuando correspondía mi beso, sus manos afirmándose de mi pecho y su ligero aroma a excitación cuando logro sentirme contra ella.

–Yo solo… – carraspeo guardando mis manos dentro del pantalón. ¿Ahora que le digo? –. Quería saber si querías de vuelta tu vestido, Cleo lo lavo y coció, quedo como nuevo.

Puedo ver como un pequeño escalofrío recorre su cuerpo y el olor amargo se mezcla con el del miedo y tristeza.

–Idiota, lo empeoras – me gruñe Owen.

–¿Ahora que hice? No dije nada malo, ¿o sí?

–Debe haber recordado lo que ocurrió esa noche, con ese vestido, imbécil.

–Oh quizás podría solo botarlo o quemarlo – digo con prisa hacia ella, intentando arreglar la situación –. Ya sabes, para evitar que recuerdes cosas indeseadas.

–S-sí, esa es una buena opción – asiente con nerviosismo.

Su olor mejora un poco, pero no es suficiente. Quiero volver a sentir ese aroma a felicidad que desprende mezclado con el propio de ella. Por que esos olores juntos, joder… son la combinación perfecta.

Podría pasar horas regocijándome de aquella deliciosa fragancia.

–Eso haremos entonces – sonrió en su dirección y sorprendentemente ella me la devuelve.

–Gracias – responde.

–¿Por qué? – pregunto con curiosidad al no saber a que vino ese agradecimiento.

–Por lo de esa noche, no te había agradecido adecuadamente, así que... gracias.

Niego con la cabeza antes de volver a mirarla.

–No debes agradecer nada.

–Sí debo, porque si no hubiera sido por ti… – se calla volviendo a estremecerse –. No sé qué hubiera podido suceder.

–No pienses en eso, solo debes tener una cosa clara.

–¿Qué cosa?

–Que ahora nunca más te sucederá nada – respondo escuchando como su corazón se acelera –. Eres mía y te protegeré.

Sus ojos me miran fijamente, mostrándome todas las emociones que pasan por ellos al escucharme decir esas palabras. Y me enoja, me enoja el hecho de que quizás nunca se ha sentido protegida, que nunca se haya preocupado realmente por ella. Pero ahora las cosas son distintas, nos tiene a nosotros.

Unos golpes en su puerta nos sobresaltan a ambos, rompiendo la burbuja en la que nos encontrábamos, la puerta se abre antes de que alguno de nosotros pueda ceder el paso y el rostro de María asoma tras la madera.

–Aquí estas, te estuve buscando – me mira ignorando completamente a la mujer tras de mí –. No contestaste ninguna de mis llamadas ayer, quede preocupada luego que desaparecieras de la gala.

Solté un suspiro lo más silencioso que pude, consciente los ojos que nos miraban a mi espalda.

–Estuve ocupado.

–¿Todo el día? – inquirió acercándose para tocar mi brazo –. ¿No podías hacer un lugar para mí? Te he extrañado.

Cada musculo de mi cuerpo se tensó al oírla y fue aún peor cuando el olor áspero de los celos llegó a mis fosas nasales combinado con el amargo del enojo.

–No – respondí tosco alejándome de su toque, su mirada quemando mi nuca –. ¿Necesitas algo en particular? Estaba ocupado.

Por fin su mirada se aleja de la mía admirando el entorno, sus ojos caen en la mujer tras de mí y una sonrisa maliciosa se forma en sus labios.

–Oh querida, no te vi ahí – volteo a verla y el gris de sus ojos es como hielo puro –. ¿Podría robarme a este guapo hombre? ¿terminaron de hablar?

Miro rápidamente a la mujer que habla asesinándola con la mirada cuando el olor de los celos se hace más intenso picando en mi nariz, vuelvo a mirar a mi mujer y joder, si pudiera matarme con la mirada estoy seguro de que estuviera enterrado tres metros bajo tierra.

–Claro – sonríe forzosamente –. Es todo tuyo.

La mueca de fastidio no pasa desapercibida, María carraspea a mi lado tomándome de la mano seguramente para arrastrarme fuera, pero me alejo de su toque como si quemara.

–Espérame fuera – gruño con enojo en su dirección escudriñándola con la mirada.

Se encoje un poco en su lugar y asiente antes de salir de la oficina. Me giro hacia mi hembra cuando esta de necesidad de dar explicaciones me abarca, pero su mirada fría logra robarse todas mis palabras.

–Creo que lo esperan – apunta la puerta con el mentón.

–Escucha no es...

–No me interesa – me corta mientras camina en mi dirección haciéndome retroceder ante su olor de enojo –. Como dije, eres todo suyo.

Su mandíbula se aprieta cuando me arrastra fuera, su mano sosteniendo la puerta con fuerza y mi pecho se contrae ante su aroma. No me gusta, lo detesto y cada partícula de mi cuerpo me dice que debo contentarla, explicarle, que me perdone.

–No, no lo soy – niego cuando Owen chilla de tristeza al ver como nos rechaza –. Soy tuyo.

–¿Sí? – pregunta con ironía –. No lo note así, pero bueno es entendible que la elijas a ella, ¿Es una mujer lobo no?

Mi ceño se frunce y la confusión me llena cuando pregunta eso.

–¿Eso que relevancia tiene?

–Bueno, tu no querías una humana como pareja – me recuerda helando mi sangre y maldiciéndome internamente por haber dicho eso –. Así que es totalmente entendible que la elijas a ella sobre mí. Una débil humana.

–No, no, no, escúchame solo…

–No se preocupe señor Black, lo entiendo – dibuja una sonrisa falsa en sus labios –. Ahora si me disculpa, tengo cosas que hacer.

Concluye cerrándome la puerta en la cara.

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