Mónica se sentía como en un sueño del que no quería despertar. Hacía su mejor esfuerzo por dejar atrás el miedo y las inseguridades. Pero a veces era inevitable pensar en las posibilidades de que un día su relación con William llegara a su fin. ¿Qué hará entonces si eso sucede? «Continuar», se había respondido a ella misma. De la misma forma que siempre lo ha hecho. Y mientras este sueño dure, se iba asegurar de poner de su parte para que lo suyo funcionara porque esta vez no era la única esforzándose. —Pasa —dijo él en cuanto abrió la puerta de su casa. Era fin de semana y habían acordado pasarlo en la casa de William. No era su primera vez ahí, sin embargo, aún se sentía cohibida. Y quizás para él eso no era un secreto porque la abrazó antes de besarla. —Siéntete cómoda —le susurró él, entonces se relajó. Se separaron al escuchar un carraspeo. A unos metros de ellos se encontraba de pie una mujer de media edad, tenía una sonrisa amable. —Margaret, te presento a Mónica, mi novi
—¿Entonces? —La voz de William llamó su atención— Siéntate. —ordenó él. —Will… —¿Sí? —No sé cómo sonará esto, pero… ¿Estás seguro de que está contigo porque le gustas de verdad y no por otro interés? No malinterpretes… —Detente ahí —Dijo él— Sé a lo que te refieres. Y sí, estoy seguro de que Mónica no es esa clase de persona. Susan sonrió como si le diera gusto escuchar sus palabras. —Entiendo. Yo solo estaba preocupada por ti, soy tu amiga y eso hacen los amigos. —Te lo agradezco. Pero no te preocupes por eso. —Él podía cuidarse solo. Incluso si Mónica estuviera interesada en obtener algo de él. Le habría dado lo que quisiera con tal de tenerla. Nunca antes pensó en hacer algo como eso, pero tratándose de ella no podía pensar en otra opción. Ella lo tenía como hechizado. —Bien. Vine porque escuché que los Sullivan negociaron también un ejemplar con el señor Hogan, el mismo día que te reuniste con él hace una semana. —Lo sé. Fui yo quien negoció con Hogan tanto mi caballo com
No importaba si estaba lloviendo o haciendo sol. Cada día junto a William era sencillamente maravilloso. Y cada día se convencía de que se estaba enamorando de él. No podía frenar su corazón, aunque lo intentara. Los días transcurrieron con tranquilidad, ella siguió quedándose a pasar las noches con William y a veces era él quien se quedaba en su departamento. La pasión entre ellos no había disminuido, ni siquiera un poco. Sin embargo, había algo que la hacía mantenerse en alerta, no sabría decir con exactitud que era, ni por que tenía esa sensación de que algo malo podría pasar. A veces pensaba que solo se trataba de los fantasmas de su pasado que querían atormentarla y no dejarla ser feliz. Y quería creer que todo estaría bien, quizás no todo sería color de rosas, pero junto a William sentía que podía superar las dificultades. El sonido del agua cayendo llegaba hasta sus oídos. William se estaba bañando mientras ella preparaba el desayuno. Justo cuando William entraba a la cocina
William fue directo al departamento de Mónica, luego de que ella no contestara a sus llamadas. Le habría encantado mucho que ella lo llamara en cuanto la despidieron del trabajo. Él, sin duda habría ido corriendo a buscarla. Tocó la puerta muchas veces, pero no hubo ninguna respuesta. Caminó de un lado a otro mientras volvía a marcar el número de su novia, a diferencia de las veces anteriores, esta vez la llamada fue directo al buzón. —¡Maldición! —Soltó. Bajó del edificio sin saber hacia dónde ir. De pronto una idea se le vino a la mente— ¿Y si ella fue a mi casa? —se preguntó en voz alta. Descartó la idea porque entonces ella le habría llamado para avisarle. Caminó en dirección hacia donde quedaba el restaurante, creyendo que podría encontrarla caminando. Su preocupación solo empeoró cuando había recorrido algunas cuadras sin mucho éxito. Entró a la pizzería de federico, pero tampoco estaba ahí. Al salir de ahí buscó en su celular el número de Jasmine y le marcó. —¿Qué sucede G
Mónica se alejó de repente de él. —William, aún tengo una pregunta. Respóndeme con sinceridad. —Siempre. —musitó con seguridad. —¿Si deseas terminar lo nuestro, me dirás antes de comenzar a salir con alguien más, o cuando decidas irte de Wellington? —¿Qué? —William frunció el ceño. Su pregunta lo había tomado por sorpresa. Pero estaba seguro de su respuesta— En primer lugar, no existe posibilidad de que yo quiera terminar contigo. —él negó con la cabeza— ¿De dónde sacaste eso? —Por supuesto que existe. Llevamos acostándonos un mes. Podrías aburrirte de mí en cualquier momento. —¿Es eso para ti nuestra relación? ¿Solo acostarnos? —preguntó. Quería ser compresivo con ella. Pero no le estaba gustando ni un poco por donde había llevado la conversación. No es que él fuera un santo, pero hasta ese momento le había demostrado que de verdad le importaba. —No, claro que no —musitó ella. —Para mí tampoco lo es. Es más que eso. Él hizo el amago de abrazarla. Pero ella retrocedió. No ten
—Es una lástima que tengas que irte —dijo la señora mientras recibía las llaves del departamento— ¿Segura que no quieres quedarte? Puedo esperar un poco a que encuentres otro trabajo. No tienes que preocuparte por… —Se lo agradezco mucho —respondió Mónica—, pero volveré a mi región, cerca de mi familia. De verdad gracias por todo. —En ese caso, te deseo lo mejor. —Se despidió de la señora que había sido su inquilina por casi dos años. El día anterior William le había ayudado a trasladar todas sus pertenencias a su casa. Habían planeado viajar a Tauranga en unos días. William tenía algunas cosas que arreglar antes de eso. Mientras tanto ella se dedicaba a investigar en internet algunos lugares en los que podría trabajar. Ese día su amiga Jasmine la visitó. —No puedo creer que te vayas —se quejó ella como una niña—. Ese idiota —dijo cambiando en un segundo su expresión—, sabía desde que te vi con él que iba a robar a mí amiga, debí haberme desecho de él. Mónica se rio. Jasmine era
—“Mónica”, es un lindo nombre. —dijo la señora volviendo a llamar su atención. —Muchas gracias, señora. —Oh, por cierto. Mi nombre es Jessica y él es mi esposo William Green. —No pudo evitar quedar impresionada por el parecido qué su novio tenía con su padre. En lo único que se parecía a su madre era en el color de sus ojos y en su cabello ondulado. —Es un gusto conocerlos —Ella se acercó para estrechar sus manos— Mi nombre completo es Mónica Goodwin. La pareja compartió una mirada y también sonrieron. Tomó eso como una buena señal. —También nos complace conocerte. Will no sabe que vendríamos hoy. «Eso lo explicaba todo». De haberlo sabido, sin duda William la habría puesto al tanto. —Entiendo. —¿Qué estabas cocinando? Huele delicioso. —preguntó la madre de William. —Oh, sí. Son unas anzac biscuit. ¿Desean probar? —Por supuesto —dijo el señor Green. Ella fue a la cocina y la pareja la siguió. Mónica le sirvió a cada uno y luego de probar las galletas la halagaron. Ella no pu
Mónica se aferró al brazo de William mientras observaba a Susan saludar a sus padres. La noche habría sido perfecta si no fuera por ella. No, se dijo, no iba a dejar que su presencia le afectara y arruinara su noche. Sonrió cuando sus ojos se encontraron con los de Jessica, esperaba que ella no se hubiera dado cuenta de su incomodidad. Le devolvió la sonrisa, pero no parecía tan entusiasmada como hace un momento, o quizás eran ideas suyas. Luego de que Susan estirara su cuello para saludar a William con un beso en la mejilla, la miró a ella y le sonrió como si fueran amigas. Se preguntó si ella sabía que pronto se irían de la ciudad. Si no era así, por ella no lo iba a saber. —Mónica, que gusto verte de nuevo. —Lo mismo digo —Trató de no sonar sarcástica. —¡Oye! —Susan dejó de prestarle atención y se dirigió a William— ¿Por qué no me dijiste de la visita de tus padres? —reclamó. —Fue algo repentino —intervino Jessica. —¿Hay algún problema con la familia? —intentó averiguar. No