Los días en la cabaña estaban pasando más rápido de lo que a Ezio le habría gustado. Sin que se diera cuenta ya había transcurrido más de media semana y el fin se sentía cerca.
Su tiempo allí había sido increíble y los había ayudado a calmar los ánimos. Durante las mañanas ambos iban a dar un paseo y se metían a nadar al estanque y por las tardes se dedicaban a ver alguna película, leer un libro o conversar de cosas sin mucha relevancia, nada que pudiera romper la engañosa calma.
Era como si hubieran entrado en un mundo alterno donde todo estaba bien. Sin embargo, era consciente de que eso no podía durar para siempre. En algún momento tendrían que enfrentarse a la realidad. Quería pensar que todo estaría bien después de eso, pero ya no estaba seguro de nada y quizás ese era el motivo por el cual hab&iacu
Ezio la amaba. Su corazón se había acelerado en cuanto se lo había dicho, pero no podía sentirse feliz, no cuando le había causado tanto daño. Él estaba sufriendo y ella también. Había tratado de evitarles dolor, pero era lo único que había causado con sus decisiones. Era hora de la verdad. Ezio se la merecía. No estaba ni siquiera un poco preparada, pero no podía prolongarlo por más tiempo. Estaba asustada de lo que sucedería después de que Ezio supiera todo. Tragó el nudo en su garganta e intentó controlar las lágrimas que corrían libres por sus mejillas. —Unos días antes de que te dijera aquellas cosas, Aitana fue a verme —comenzó, pero luego se quedó en silencio tratando de reunir valor para continuar. Ezio la observó con la confusión reflejada en el rostro. Era obvio que no esperaba que mencionara el nombre de su amiga y seguro que no entendía que tenía que ver ella en todo esto. Miró más allá de él. El sol hace tiempo habí
La cuenta regresiva había comenzado, solo que no había una meta definida. Podía pasar un mes o un año antes de que Elaide decidiera volver a su vida. Ezio era consciente de que la espera sería una tortura, pero estaba dispuesto a hacerlo. Ella iba a comprender que sin importar cuanto tiempo pasara, estaría allí. No iba a decepcionarla.Elaide tenía mucho que superar y si le hubiera permitido quedarse a su lado, lo habría hecho sin dudar, pero entendía porque quería dar los primeros pasos por su cuenta. Y estaba orgulloso de ella. Mientras Elaide, hacia lo suyo. Él se iba a encargar de sus propios asuntos, no había manera de que no corrigiera sus errores. El primero y más importante: Haber llevado a Aitana a sus vidas. Ella había sido su amiga por tanto tiempo, pero eso había acabado en el momento en que decidió destrozar lo que tenían.
—Yo me hago cargo de aquí en adelante —anunció Leonardo entrando en la habitación—. Gracias por la ayuda. —Está bien. —Se inclinó y les dio un beso de despedida en la frente a sus sobrinos—. Estaré en la cocina con Natalia. Leonardo asintió y se sentó en la cama de Cloe para comenzar con el cuento. Los dos niños estaban en la misma cama, pero su padre llevaría al menor a su habitación cuando terminara de leerles su cuento. Los pequeños se concentraron en su padre, pero podía apostar que no durarían despiertos por mucho tiempo. El pobre Horatio apenas podía mantener los ojos abiertos. Sonrió y los dejó a solas. —¿Estás bien? —preguntó su hermana en cuanto lo escuchó entrar a la cocina—. Me enteré de que Elaide regresó a su departamento. —¿Quién te lo dijo? —Vanessa. Me llamó ayer justo después de visitar a su hermana. —Debí suponerlo —musitó sin malicia. Aunque su familia podía ser entrometida, sabía que tenían buenas intenciones y que podía contar con ellos sin importar qué. —
—¿Hay algo que quieras compartir conmigo?Elaide pensó en la pregunta de Stefania, su psicóloga. Llevaba viéndola dos veces por semana desde casi un mes atrás.Decidir recibir terapia no había sido fácil. Por muchos años su padre le había dicho que esas cosas eran para los débiles y ella lo había llegado a creer. Pero, después de todo lo que había sucedido, comprendió que necesitaba ayuda para lidiar con todos los fantasmas que la perseguían. El gran Fillippo, que incluso se había negado a llevarla a ver a un especialista después del accidente, tendría mucho que decir en ese momento. Bueno, no estaba allí más. Al principio le había costado abrirse frente a un extraño. Se había acostumbrado a reprimir muchos de sus sentimientos, pero poco a poco se le estaba haciendo más fácil hablar sobre ello.Ahora estaba segura que, si hubiera buscado ayuda antes, habría aprendido a manejar sus emociones de manera positiva. En ese mes había logrado grandes cosas, o eso es lo que decía Stefania.—
El viaje al hospital estaba durando una eternidad y más de una vez Elaide se encontró regañando a su hermano por no conducir lo suficientemente rápido. Paolo nunca perdió la calma, solo se limitó a decirle que todo estaría bien.Se trató de convencer de que así sería. Pensar lo contrario era tan doloroso que le dificultaba respirar. No podía imaginarse un mundo en el que él no estuviera, había sido demasiado doloroso la primera vez que se separaron. Jamás lograría salir adelante si lo perdía para siempre.Alejó esos pensamientos, no iba a dejar que la negatividad se apoderara de ella. Ezio era un luchador nato, no se iba a rendir.—¿Hay alguna nueva noticia? —preguntó.Estaban a mitad de camino y el tráfico era un infierno.Paolo le dio un rápido vistazo a su celular antes de negar.«Eso era bueno ¿verdad? —pensó—. Las malas noticias viajan rápido.»Soltó un suspiro de alivio cuando la vía comenzó a despejarse y su hermano aceleró el vehículo.Mientras las calles se volvían una mancha
Elaide había adquirido una nueva rutina durante los últimos cuatro días. Se pasaba todo el día en el hospital y alrededor de las ocho de la noche su hermano la llevaba casi a rastras de regreso a su departamento para que pudiera descansar. Como si hubiera podido dormir bien mientras Ezio siguiera en el hospital. Sus párpados estaban adornados por unas inmensas ojeras y cada mañana tenía que tomarse su tiempo tratando de ocultarlas con maquillaje. No tenía tiempo para esas cosas, pero era eso o escuchar el interminable sermón de algún miembro de su familia o de la de Ezio. Ellos se habían tomado muy en serio su papel de asegurarse de que se alimentaba a sus horas y descansaba lo suficiente. El primer día había tratado de decirles que no tenían por qué preocuparse por ella; pero como quién habla con un niño, le habían dicho que, si no la cuidaban, Ezio no estaría nada contento cuando despertara. La sola mención de su nombre, había hecho que se mostrara más cooperativa… Al menos lo más
—Señor Palmieri, voy a proceder a hacerle algunas evaluaciones —dijo el doctor llamando su atención. Ezio miró al hombre. Elaide había salido de la habitación segundos atrás, pero él se había quedado con la mirada en esa dirección. Su mente estaba algo confusa, pero estaba seguro de que no se había tratado de ninguna alucinación. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la vio, para él se sentía como si hubiera sido apenas un par de días atrás, pero tenía el presentimiento de que había sido mucho más. ¿Cuánto tiempo llevaba en hospitalizado? Era difícil saberlo sin tener idea de que día era. Intentó recordar el motivo de por qué estaba allí y lo único que provocó fue que su cabeza le comenzara a doler. No era intenso, pero si molestoso. El doctor le explicó algunas cosas, pero apenas pudo concentrarse en sus palabras. Se sentía como si estuviera viendo a través de una bruma espesa. El hombre junto a una enfermera, le retiraron el tubo que bajaba por su garga
Elaide entró a la habitación de Ezio sin anunciarse y lo encontró revisando unos documentos. Por supuesto, estaba tratando de trabajar. El día anterior también lo había intentado, pero Elaide lo había detenido a tiempo.—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz autoritaria.Ezio alzó la mirada llena de sorpresa. De inmediato colocó los documentos sobre su velador.—Creí que llegarías dentro de media hora.—¿Y es por eso que decidiste trabajar?—No le diría trabajar. Solo estaba revisando unos papeles.—Seguro que pueden esperar hasta que estés mejor. Acabas de tener un accidente grave y además sigues en el hospital.Ezio le dio una media sonrisa que estuvo a punto de derretirla. Sí que sabía muy bien cómo utilizar sus encantos, pero no pensaba caer en ellos esta vez.—Ni lo intentes —le advirtió señalándolo con el dedo.—¿A qué te refieres? —preguntó él con aires de inocencia.—No trates de distraerme con una sonrisa, no va funcionar esta vez.Un golpe sonó en la puerta interrumpiendo s