Capítulo 36
Al ver que no respondía, Sebastián levantó ligeramente los labios.

—¿Te quedaste muda?

Con una mano en el bolsillo, se mantenía erguido frente a la cama, irradiando una frialdad y elegancia que me hacía sentir insignificante.

Respondí en voz baja.

—De todas formas, nunca puedo ganarte en una discusión.

Sebastián frunció el ceño, parecía molesto.

Justo cuando la atmósfera se volvía incómoda, alguien llamó a la puerta. Era alguien que traía ropa.

Sebastián tomó la bolsa y la puso en la mesita de noche, con su habitual tono frío.

—Cámbiate y baja.

Fue entonces que me di cuenta de que llevaba puesta una camiseta blanca de algodón y unos shorts deportivos de hombre.

Casi sin pensarlo, dije.

—Sebastián, mi ropa…

Sebastián soltó una risa sarcástica, entendiendo de inmediato lo que quería decir.

—Sí, la ropa que llevas es mía, porque en mi casa no hay ropa de mujer.

—Pero fue la señora de la limpieza quien te cambió la ropa.

Suspiré aliviada, claro, tenía sentido. ¿Cómo iba a ser Sebastián qui
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