Mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación de Elena, una tensión creciente le invadía el pecho. Sus pasos eran firmes, pero en su interior ardía un deseo indomable. Necesitaba verla. Sentir su presencia. Asegurarse de que estaba bien. Por más que intentara mantener la compostura, la verdad era que no solo le preocupaba su deseo de venganza o la investigación del accidenten en ese momento. Elena se había convertido en una obsesión silenciosa, en un anhelo que crecía con cada encuentro. Cada vez que estaba lejos de ella, una parte de sí mismo sentía un vacío imposible de llenar.Su corazón latía con más fuerza a medida que se acercaba a la puerta de su habitación. La idea de verla, de sostener su mirada, esa mirada penetrante que lo desarmaba aunque fuera por un instante. La necesidad de estar a solas con ella lo consumía. Se detuvo un momento antes de entrar, tomando aire profundamente para controlar las emociones que lo desbordaban. Siempre tuvo sus emociones bajo control, p
Alejandro le sostuvo la mirada por unos instantes, como si quisiera decir algo más, algo que no se atrevía a admitir. Pero finalmente la soltó con lentitud y dio un paso atrás, luchando por recuperar el control de sus emociones.-Descansa, nos vemos mañana.Mientras salía de la habitación, una figura conocida caminando por el corredor hacia la habitación de Elena, lo detuvo en seco. Iván. Llevaba un ramo de rosas rojas entre las manos, una sonrisa confiada en el rostro y una mirada que encendió una chispa de furia en el pecho de Alejandro.Iván también se percató de su presencia, pero no se detuvo. Siguó avanzando hacia la habitación de Elena con paso seguro. Alejandro salió, cerró la puerta tras de sí y avanzó por el pasillo acortando la distancia entre ambos.Al cruzarse con él, lo saludó pero Alejandro no pudo resistir la necesidad de marcar territorio.—Con ella, no Iván —espetó con frialdad, su voz como una advertencia silenciosa.Iván se detuvo por un instante, arqueando una cej
Elena se quedó inmóvil, con el corazón desbocado y una sensación de incredulidad que la invadía por completo. No podía comprender todo lo que estaba sucediendo en ese momento. No entendía porque Alejandro, con su mundo complicado, estaba haciendo algo así por ella.—¿Por qué haces esto? —preguntó en un murmullo, con la voz temblorosa—. Esto… esto es…Alejandro avanzó un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos.—Te lo dije —susurró, con una ternura inesperada en su voz—. Déjame cuidar de ti, Elena. No quiero que tú y tampoco tu hermana vuelvan a pasar necesidades o se sientan inseguras. Y si esto te parece demasiado… es porque no tienes ni idea todo lo que estaría dispuesto a hacer por ti.Elena sintió que las lágrimas pugnaban por salir, una mezcla de gratitud, asombro y algo más profundo que no se atrevía a nombrar. Sin pensarlo, dio un paso hacia Alejandro, y antes de que pudiera detenerse, se encontró entre sus brazos, dejando que ese torbellino de emociones la envolvie
Con una ternura infinita, Alejandro deslizó sus manos por los hombros de Elena, retirando con delicadeza el cabestrillo. Al percibir que ella no ponía ningún tipo de resistencia, sus dedos recorrieron su brazo herido con suavidad, acariciando cada centímetro como si quisiera aliviar cualquier dolor que ella pudiera sentir. —Si te lastimo, dímelo por favor —susurró, dejando un beso suave y cálido sobre la cicatriz en su frente. —No me duele… —respondió ella en un hilo de voz, sintiendo que su corazón latía frenéticamente. Lo único que sentía era la urgencia de estar con él. Su cuerpo temblaba, pero no de miedo, sino de deseo y pasión… Alejandro la tomó de la mano, guiándola hacia la amplia cama que parecía invitarlos a dejarse llevar por lo que ambos estaban sintiendo y anhelando. Cuando llegaron al borde, la miró fijamente de nuevo, como pidiendo permiso una vez más. Elena, incapaz de resistirse, llevó una de sus manos temblorosas al rostro de él y lo atrajo con suavidad hacia sí,
El chillido agudo de los frenos desgarraba la quietud de la noche, seguido por un impacto que sacudió el aire.El cristal estallaba en mil fragmentos, como una lluvia de estrellas fugaces atravesando la oscuridad, mientras el rugido del metal retorciéndose llenaba cada rincón.El fuerte olor a gasolina y el humo comenzaban a mezclarse con el aroma acre de algo más: miedo, desesperación, pérdida.Todo se movía en cámara lenta y, al mismo tiempo, con una velocidad imposible. Era abrumador.Un grito ahogado luchaba por atravesar la disonancia, pero se perdía en el eco del choque.La carretera, antes tan tranquila, ahora era un caos de luces intermitentes, sombras deformadas y un silencio que dolía más que el estruendo.Elena se despertó de golpe, el pecho agitado, el eco de los frenos chirriando aún resonando fuerte en su mente y con el zumbido en los oídos tan real que sintió la punzada de un fuerte dolor de cabeza apenas despertó a la realidad.El reloj en la mesita marcaba las 4:13 a.
El reloj marcaba las 5:30 a.m. Aunque cada día tenía la esperanza que fuera un poco diferente, ese día el turno de la madrugada en el hospital público al parecer empezaba igual: el zumbido de luces fluorescentes, el aroma a desinfectante y las voces apagadas de los que aún no despertaban del todo.—Duarte, llegas justo a tiempo para la tormenta —dijo Miguel, su mentor y supervisor, un hombre robusto de mirada cansada y barba entrecana que siempre parecía tener una respuesta lista para cualquier crisis.Elena se detuvo junto a la estación de enfermería, donde Miguel revisaba un informe con la rapidez de quien ya lo ha visto todo. — ¿Algo especial hoy, jefe? —preguntó Elena mientras se ajustaba el largo y sedoso cabello en una coleta apurada.—Lo mismo de siempre: pacientes que no deberían estar aquí, médicos que llegarán tarde y una máquina de café rota. Bienvenida al infierno, versión jueves por la mañana —respondió él, con un tono sarcástico que apenas ocultaba su genuino aprecio pa
El silencio se instaló por unos segundos entre ellos, pesado y lleno de preguntas sin respuesta. Elena no sabía por qué alguien como él la estaba buscando, pero tenía claro que lo que fuera, no sería algo simple.Sus miradas se mantenían una fija en la otra, ninguno de los dos se atrevía a desviarla, desafiándose mutuamente con la mirada. Elena nerviosa, presintiendo un golpe más para sumarlo entre todos los que ha recibido a lo largo de su vida, aunque sin la intención de ser minimizada por esa mirada fija y penetrante que le estaba haciendo erizar la piel.Alejandro disimuló con maestría el impacto de verla frente a frente. Para él, Elena Duarte había sido solo un nombre, alguien a quien había imaginado de muchas formas, pero nunca así: esbelta y elegante, incluso en el uniforme sencillo de enfermera. Había en ella una presencia que no necesitaba imponerse; era natural, casi desafiante. Su mirada, fija y directa, parecía querer transmitir frialdad, pero lo que Alejandro percibía era
Elena respiró hondo antes de responder. Todo su ser le indicaba que no debía escuchar ni considerar cualquiera propuesta que le pudiera sugerir Alejandro Santoro, pero algo en su interior, una sensación inquietante que no lograba ignorar, le decía que debía escuchar lo que tenía que decir. La inquietaba el vínculo que pudiera tener con Diana Santoro, pero sobre todo la inquietaba la relación tiene Rodrigo Villalba en la propuesta que no quería escuchar.—No puedo hablar más ahora, estoy trabajando —dijo finalmente, cruzando los brazos frente a su pecho en un intento de recuperar algo de control sobre la situación.Alejandro inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara su reacción con la precisión de alguien acostumbrado a leer a las personas. —Lo entiendo. Pero esto es realmente importante para ambos, señorita Duarte. ¿Podemos vernos más tarde?Elena vaciló. La presencia de ese hombre la perturbaba más de lo que le gustaría admitir. Había algo en su mirada que no solo intimidaba,