Con el equipaje listo, los autos estaban preparados para salir. Alejandro abrió la puerta del coche para que Leticia entrara, y ella subió, ajena a la tormenta de emociones que se libraba dentro de él. El sol a esa hora de la mañana bañaba la carretera con una luz dorada. Los motores rugieron al unísono mientras los vehículos emprendían su camino de regreso a la ciudad. En el silencio del trayecto, Alejandro mantenía la vista fija en la carretera, conduciendo con precisión mecánica, pero su mente estaba en otra parte. La imagen de Iván, inclinado hacia Elena con esa sonrisa seductora, no dejaba de repetirse en su mente.La mañana era fresca, pero dentro del auto de Alejandro, el ambiente estaba tenso, cargado de pensamientos no expresados. Él mantenía la mirada fija en el camino, sus manos firmes en el volante. La imagen de Iván demasiado cerca de Elena, la forma en que ella le sonrió, el descaro con el que él la tocó... todo lo carcomía por dentro.Leticia, sentada a su lado, cruzó
Elena sintió la pesadez en su cuerpo antes de siquiera abrir los ojos. Su conciencia flotaba entre la niebla, atrapada en un limbo donde las imágenes se mezclaban con el dolor latente en cada fibra de su ser.Luces intermitentes. El sonido del metal retorciéndose. Gritos. El peso del miedo oprimiéndole el pecho.Intentó moverse, pero un latigazo de dolor recorrió su cuerpo, obligándola a permanecer inmóvil. Su respiración se aceleró. Algo dentro de ella le decía que estaba en un lugar seguro, pero su mente seguía atrapada en el pasado.Otro choque. Otra vez atrapada. Otra vez la impotencia.El latido frenético de su corazón retumbaba en sus oídos. No podía respirar. El humo lo cubría todo. El peso de un cuerpo inerte sobre ella.—¡Mamá! —su propia voz resonó en su cabeza, desesperada, rota.Sus párpados temblaron. Sus manos se aferraron a las sábanas, como si necesitara anclarse a algo real.No. No estoy allí. No es el mismo accidente.Se obligó a respirar hondo y, con esfuerzo, abrió
Leticia alzó la vista con el ceño ligeramente fruncido. Aunque su rostro mantenía la frialdad habitual, en sus ojos se asomaba una sombra de cansancio y preocupación. Pero detrás de esa máscara, Alejandro no podía percatarse del torbellino de emociones que la consumía. Verlo tan atento a Elena, tan dispuesto a protegerla, encendía en Leticia un fuego que no estaba dispuesta a admitir. Sabía que no debería sentir celos, no de alguien como Elena, una simple enfermera. Pero no podía negar que la luz que irradiaba la otra mujer le molestaba, sobre todo porque incluso su madre, la elegante y orgullosa Camila, la apreciaba.—¿Sobre mi madre? —preguntó, dejando el teléfono a un lado.Alejandro asintió y se acercó unos pasos más.—Leticia escúchame detenidamente. Camila está estable, pero sigue en estado crítico. Los médicos están haciendo todo lo posible —hizo una pausa breve antes de añadir—. Pero no es solo eso. No permitas que nadie, absolutamente nadie, entre a verla sin tu autorización.
Rodrigo miró a su hija con furia contenida. Había cerrado la puerta con fuerza tras de sí, el eco del golpe reverberó en la sala privada. Su mandíbula estaba tensa, el ceño fruncido, y sus puños se apretaron a ambos lados del cuerpo. Leticia, en cambio, mantenía una postura erguida y desafiante, con los brazos cruzados y la mirada fija en él. Por primera vez en su vida, no se doblegaría ante su padre.—No puedo creer que hayas llegado tan lejos, Leticia —espetó Rodrigo con un tono cargado de veneno— ¿Qué rayos significa todo este esquema de seguridad dentro de la clínica para tu madre? ¿Y para la estúpida enfermara también? Es el colmo. ¿Cómo es posible que no pueda ingresar con total libertad a la habitación de Camila? Es mi esposa. –esa última frase le salió con un tono de voz mucho más elevado, estaba casi gritando.Leticia respiró hondo, conteniendo el temblor que amenazaba con quebrar su firmeza.—Simplemente tomé medidas. Estoy aquí para proteger a mi madre. Y si no te gusta, l
Cuando la puerta se cerró tras de sí, Leticia sintió que sus piernas temblaban. Se apoyó un momento en la pared del corredor, cerrando los ojos para contener el torbellino de emociones que se agitaba en su interior. El corazón le latía con fuerza, casi dolorosamente, y un escalofrío le recorrió la espalda.Respiró hondo, enderezó los hombros y avanzó con paso firme hacia la habitación de su madre. Frente a la puerta, se permitió un segundo para recomponerse y entró con suavidad. Al ingresar, el aroma sutil de los medicamentos y el silencio pesado de la clínica la envolvieron. La figura frágil de Camila Villalba descansaba en la cama, con el rostro pálido pero sereno. Leticia se apoyó en el respaldo de una silla cercana, permitiéndose un instante para recuperar el aliento. Era extraño verla así: vulnerable. Para ella, su madre siempre había sido una mujer indomable, fuerte, capaz de desafiar a cualquiera. Pero ahora... ahora las cosas habían cambiado.Sabía que había cruzado una línea
El sonido de la puerta al abrirse rompió el silencio de la habitación. Alejandro apareció y su sola presencia iluminó el espacio. Con su andar seguro, irradiando la misma firmeza, elegancia y caballerosidad que lo caracterizaba. Sus ojos, oscuros y profundos, recorrieron el lugar hasta posarse en Elena. Por un instante, el mundo entero pareció detenerse entre ellos. Una corriente invisible los unió, una mirada cargada de anhelo y deseo que no necesitaba palabras para expresarse.Leticia sintió un vuelco en el pecho al verlo. Su corazón se aceleró, una mezcla de alegría y alivio al tenerlo allí. Pero esa calidez se transformó rápidamente en un calor punzante de celos al notar que el interés de Alejandro no estaba dirigido a ella, su novia, sino que sus pasos lo llevaron directamente a la habitación donde estaba Elena. Estaba acostumbrada a ser siempre el centro de atención. ¿Por qué no la había llamado a ella primero? ¿Por qué se interesaba tanto en esa mujer? Ese pensamiento le provoc
Mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación de Elena, una tensión creciente le invadía el pecho. Sus pasos eran firmes, pero en su interior ardía un deseo indomable. Necesitaba verla. Sentir su presencia. Asegurarse de que estaba bien. Por más que intentara mantener la compostura, la verdad era que no solo le preocupaba su deseo de venganza o la investigación del accidenten en ese momento. Elena se había convertido en una obsesión silenciosa, en un anhelo que crecía con cada encuentro. Cada vez que estaba lejos de ella, una parte de sí mismo sentía un vacío imposible de llenar.Su corazón latía con más fuerza a medida que se acercaba a la puerta de su habitación. La idea de verla, de sostener su mirada, esa mirada penetrante que lo desarmaba aunque fuera por un instante. La necesidad de estar a solas con ella lo consumía. Se detuvo un momento antes de entrar, tomando aire profundamente para controlar las emociones que lo desbordaban. Siempre tuvo sus emociones bajo control, p
Alejandro le sostuvo la mirada por unos instantes, como si quisiera decir algo más, algo que no se atrevía a admitir. Pero finalmente la soltó con lentitud y dio un paso atrás, luchando por recuperar el control de sus emociones.-Descansa, nos vemos mañana.Mientras salía de la habitación, una figura conocida caminando por el corredor hacia la habitación de Elena, lo detuvo en seco. Iván. Llevaba un ramo de rosas rojas entre las manos, una sonrisa confiada en el rostro y una mirada que encendió una chispa de furia en el pecho de Alejandro.Iván también se percató de su presencia, pero no se detuvo. Siguó avanzando hacia la habitación de Elena con paso seguro. Alejandro salió, cerró la puerta tras de sí y avanzó por el pasillo acortando la distancia entre ambos.Al cruzarse con él, lo saludó pero Alejandro no pudo resistir la necesidad de marcar territorio.—Con ella, no Iván —espetó con frialdad, su voz como una advertencia silenciosa.Iván se detuvo por un instante, arqueando una cej