Elena sintió un leve calor en sus mejillas, pero se obligó a mantener la compostura y lo disimuló bastante bien.—Iván, bienvenido. Me da mucho gusto volver a verlo.—No podía dejar pasar la oportunidad de disfrutar de este lugar. Es precioso, fuera del ruido y el caos de la ciudad—respondió con encanto. –y por supuesto al verte, debo confirmar que fue una decisión acertada.El ambiente parecía cambiar con su presencia. Su actitud amigable y desinhibida contrastaba con la tensión que había dejado la llamada de Alejandro. Leticia, aunque aún molesta, se permitió relajar un poco al ver la forma en que Iván interactuaba con todos. Sobre todo, con Elena. Tal vez, el fin de semana no resultaría tan desagradable después de todo.-Iván eres incorregible. –exclamó Leticia. –Estás sonrojando a la pobre de Elena. Va a creer que estás hablando en serio.-Sé que soy incorregible. O lo he sido hasta el momento. Pero, querida Leticia, hoy estoy hablando muy en serio. –luego fijo nuevamente los ojos
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Alejandro llegó a la casa del lago. La luz de la mañana se reflejaba sobre la superficie del lago ofreciendo un paisaje de ensueño. Descendió de su vehículo y se quedó uno minutos disfrutando del paisaje. Respiró profundamente, dejando que el aire fresco del campo le despejara la mente.Se aproximó a paso seguro a la entrada de la casa. Una empleada le abrió la puerta con una sonrisa discreta. Apenas cruzó el umbral, el aroma a madera pulida y café recién hecho lo envolvió. Mientras ingresaba al recibidor, vio a Leticia parada al inicio de la escalera en el segundo nivel. Estaba impecable como siempre.Bajó las escaleras con una elegancia estudiada, deteniéndose frente a él en el salón principal.A esa hora, la luz ingresaba a través de los ventanales, proyectando sombras alargadas que acentuaban la sofisticación de los muebles antiguos. La casa estaba en calma, pero en el interior, la tensión flotaba en el aire, sutil pero innegable.—B
—Ah, señorita Duarte —dijo él con una sonrisa tensa, como si hubiera sido sorprendido en un acto indebido—Solo revisaba que todo estuviera en orden. Ya sabe, me preocupa la salud de mi esposa.Elena asintió lentamente, pero su intuición le gritaba que algo no estaba bien. Y que su presencia allí tenía claras motivaciones. O mejor, muy oscuras motivaciones. Había algo calculador en la forma en que Rodrigo Villalba sostenía el frasco, como si estuviera decidiendo algo más allá del simple bienestar de su esposa. Disimuladamente, observó el frasco que él tenía en las manos. Estaba abierto. Fingiendo no notar nada inusual, lo tomó con suavidad y, mientras él se alejaba, hizo una marca discreta en la etiqueta. Si sus sospechas eran correctas, ese hombre, estaba haciendo lo posible por alterar el tratamiento de su esposa.Elena decidió arriesgarse y tomar medidas al respecto sin levantar sospechas. Sintió una mezcla de temor y determinación afianzarse en su interior. No podía quedarse de br
Con el equipaje listo, los autos estaban preparados para salir. Alejandro abrió la puerta del coche para que Leticia entrara, y ella subió, ajena a la tormenta de emociones que se libraba dentro de él. El sol a esa hora de la mañana bañaba la carretera con una luz dorada. Los motores rugieron al unísono mientras los vehículos emprendían su camino de regreso a la ciudad. En el silencio del trayecto, Alejandro mantenía la vista fija en la carretera, conduciendo con precisión mecánica, pero su mente estaba en otra parte. La imagen de Iván, inclinado hacia Elena con esa sonrisa seductora, no dejaba de repetirse en su mente.La mañana era fresca, pero dentro del auto de Alejandro, el ambiente estaba tenso, cargado de pensamientos no expresados. Él mantenía la mirada fija en el camino, sus manos firmes en el volante. La imagen de Iván demasiado cerca de Elena, la forma en que ella le sonrió, el descaro con el que él la tocó... todo lo carcomía por dentro.Leticia, sentada a su lado, cruzó
Elena sintió la pesadez en su cuerpo antes de siquiera abrir los ojos. Su conciencia flotaba entre la niebla, atrapada en un limbo donde las imágenes se mezclaban con el dolor latente en cada fibra de su ser.Luces intermitentes. El sonido del metal retorciéndose. Gritos. El peso del miedo oprimiéndole el pecho.Intentó moverse, pero un latigazo de dolor recorrió su cuerpo, obligándola a permanecer inmóvil. Su respiración se aceleró. Algo dentro de ella le decía que estaba en un lugar seguro, pero su mente seguía atrapada en el pasado.Otro choque. Otra vez atrapada. Otra vez la impotencia.El latido frenético de su corazón retumbaba en sus oídos. No podía respirar. El humo lo cubría todo. El peso de un cuerpo inerte sobre ella.—¡Mamá! —su propia voz resonó en su cabeza, desesperada, rota.Sus párpados temblaron. Sus manos se aferraron a las sábanas, como si necesitara anclarse a algo real.No. No estoy allí. No es el mismo accidente.Se obligó a respirar hondo y, con esfuerzo, abrió
Leticia alzó la vista con el ceño ligeramente fruncido. Aunque su rostro mantenía la frialdad habitual, en sus ojos se asomaba una sombra de cansancio y preocupación. Pero detrás de esa máscara, Alejandro no podía percatarse del torbellino de emociones que la consumía. Verlo tan atento a Elena, tan dispuesto a protegerla, encendía en Leticia un fuego que no estaba dispuesta a admitir. Sabía que no debería sentir celos, no de alguien como Elena, una simple enfermera. Pero no podía negar que la luz que irradiaba la otra mujer le molestaba, sobre todo porque incluso su madre, la elegante y orgullosa Camila, la apreciaba.—¿Sobre mi madre? —preguntó, dejando el teléfono a un lado.Alejandro asintió y se acercó unos pasos más.—Leticia escúchame detenidamente. Camila está estable, pero sigue en estado crítico. Los médicos están haciendo todo lo posible —hizo una pausa breve antes de añadir—. Pero no es solo eso. No permitas que nadie, absolutamente nadie, entre a verla sin tu autorización.
Rodrigo miró a su hija con furia contenida. Había cerrado la puerta con fuerza tras de sí, el eco del golpe reverberó en la sala privada. Su mandíbula estaba tensa, el ceño fruncido, y sus puños se apretaron a ambos lados del cuerpo. Leticia, en cambio, mantenía una postura erguida y desafiante, con los brazos cruzados y la mirada fija en él. Por primera vez en su vida, no se doblegaría ante su padre.—No puedo creer que hayas llegado tan lejos, Leticia —espetó Rodrigo con un tono cargado de veneno— ¿Qué rayos significa todo este esquema de seguridad dentro de la clínica para tu madre? ¿Y para la estúpida enfermara también? Es el colmo. ¿Cómo es posible que no pueda ingresar con total libertad a la habitación de Camila? Es mi esposa. –esa última frase le salió con un tono de voz mucho más elevado, estaba casi gritando.Leticia respiró hondo, conteniendo el temblor que amenazaba con quebrar su firmeza.—Simplemente tomé medidas. Estoy aquí para proteger a mi madre. Y si no te gusta, l
Cuando la puerta se cerró tras de sí, Leticia sintió que sus piernas temblaban. Se apoyó un momento en la pared del corredor, cerrando los ojos para contener el torbellino de emociones que se agitaba en su interior. El corazón le latía con fuerza, casi dolorosamente, y un escalofrío le recorrió la espalda.Respiró hondo, enderezó los hombros y avanzó con paso firme hacia la habitación de su madre. Frente a la puerta, se permitió un segundo para recomponerse y entró con suavidad. Al ingresar, el aroma sutil de los medicamentos y el silencio pesado de la clínica la envolvieron. La figura frágil de Camila Villalba descansaba en la cama, con el rostro pálido pero sereno. Leticia se apoyó en el respaldo de una silla cercana, permitiéndose un instante para recuperar el aliento. Era extraño verla así: vulnerable. Para ella, su madre siempre había sido una mujer indomable, fuerte, capaz de desafiar a cualquiera. Pero ahora... ahora las cosas habían cambiado.Sabía que había cruzado una línea