Capítulo 0.2

Ignatiev.

Se había marchado por tres años, el día en que se despidió de Kisha había dejado a una dulce niña de dieciséis años llorando desconsoladamente, ahora no podía reconocer en absoluto a la mujer que tenía frente a él, observandolo sin un mísero sentimiento en aquellos ojos.

El tiempo no había hecho más que embellecerla, ya no era una niña se había convertido en toda una mujer capaz de quitarte el aire tanto por su sensualidad, como por esa aura densa y oscura que la envolvía.

—Odio las sorpresas.

Fueron las únicas palabras que salieron de aquellos carnosos labios antes de marcharse.

Ignatiev quedó paralizado en su lugar. Se había imaginado mil veces aquel reencuentro, en ninguno de ellos se apreciaba este final.

Espero un reguero de lágrimas en aquel rostro dulce que recordaba con tanto anhelo, un abrazo cálido, quizás una bofetada por irse, no esa indiferencia que se clavó en su pecho como un puñal caliente, haciéndolo sentir dolor.

La sala se vació en menos de cinco minutos, sólo su padre Marck se quedó allí, observando con una mueca de tristeza desfigurando su rostro.

—¿Qué le sucedió?.

No oculto la estupefacción en su tono, la dejó fluir, clavando sus ojos en los de su padre, estupefacto.

—Ella ha cambiado un poco

—¿Un poco?. — bufo —Si parece un maldito demonio sacado del infierno, papá

Dirigió su mirada al pasillo vacío, donde el cuerpo de aquella mujer se había perdido minutos atrás.

—Cuando te fuiste sucedieron cosas que cambiaron a Kisha. Lamentablemente ese cambio no es reversible.

—¿Qué cosas?. — observó nuevamente a su padre. El recuerdo de aquel rostro femenino adornado por la sangre volvió a su mente. ——¿Ella realmente le ha cortado la cabeza a un tipo? ¿Se la mando a Lombardi?, ¿Qué demonios tiene que ver, Kisha, con el Rey de la mafia Italiana?.

Las preguntas se aglomeraron en su cabeza sin parar. Marck palmeó su hombro con suavidad.

—Sí ella ha hecho eso. La sangre en su rostro lo prueba, no es sorpresa, Ignatiev, Kisha cometió las peores atrocidades, pero no soy yo quien te las debe contar. ¿Qué tiene qué ver ella con los italianos?, fácil. Hace tres años se metió en nuestro negocio, ¿Has oído hablar sobre la princesa sangrienta?.

Ignatiev asintió, incapaz de pronunciar palabra alguna. 

Los rumores de la princesa sangrienta eran leyendas dentro de los clanes rusos en Estados Unidos, una sádica miembro de la mafia, autora de crímenes que no eres capaz de oír sin un estómago fuerte. Se decía que tiene la apariencia de un ángel pero el alma del diablo, una auténtica máquina de matar sin sentimientos algunos.

Ignatiev no podía entender que tenía que ver aquella mujer con su luz.

—Hace dos años que Kisha se ganó ese apodo, ¿No te has detenido a pensar?. Ella es la princesa de la mafia rusa, Ignatiev.

—¿Qué...?, no....

—Las cosas cambiaron, muchacho. Aquella joven dulce y llena de luz no volverá jamás.

Miró a su padre con la incredulidad prendida en su cuerpo como una enfermedad en fase terminal. No podía creer aquello, su muñequita, su ángel, la luz en la oscuridad que lo rodeaba, no podía ser ese ser mezquino.

—¿Qué le ha sucedido, papá?.

—No puedo decírtelo, no está en mis manos.—los ojos de Marck se nublaron por las lágrimas contenidas. — Lo único que te puedo revelar es que fue algo tan inhumano que la convirtió en un cuerpo sin alma. Ve a descansar, muchacho. Lo necesitas.

Se fue, dejándolo sólo, con mil dudas en la cabeza y un agudo dolor en el corazón.

¿Qué te hicieron, Kisha? ¿Qué fue tan horrible como para asesinar tu alma, muñequita?.

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