9. Perdiendo la fe.

Seguí los rastros del escape y al pasar por un montículo de barro vi algo realmente extraño, me refiero a una huella con garras, quién podría haber hecho esta cosa tan bizarra; una broma de mal gusto. Sentí un miedo inconmensurable, como cuando de chico veía las ventanas azotarse durante una tormenta. Seguí las migajas hasta llegar a  un arroyuelo, era el mismo que seguimos cuando buscábamos a los otros compañeros. Caminé por la orilla esperando cualquier pista, hasta que vi algo realmente aterrador, era el cuerpo sin vida de uno de los tres que emprendieron el éxodo, me refiero al menor, estaba flotando en las costas del arroyo. Su infantil y frágil cuerpecito quedó varado entre las raíces de un árbol, el cual sobre salía en las aguas. Grité desesperado, no podía creer lo que mis ojos estaban presenciando, temblaba de impotencia, como al ver a esos niños desnutridos de África. Lo arrastré a tierra firme, observé el cuerpo desde la cabeza a los pies. Su rostro jovial e infantil

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