Cincuenta y ocho

—¿Adivina qué olvidé en el auto...? —se detiene frente a mi observando mi expresión afectada—. ¿Qué ocurre?

—¿Una apuesta, todo este tiempo fuí una apuesta? —mis palabras denotan impresión. De todas la personas, nunca creí que él, aquel chico amable que vivía en mi edificio hiciera semejante maldad—. ¡Habla! Dime de una vez por todo que es lo que he sido para ti, no puedo creer. ¡No puedo creer que esto esté pasando, eh!

Grito lanzándole su móvil contra el pecho. En su rostro veo la respuesta, su mirada dice todo, las palabras no son necesarias pues el silencio que guarda me confirma que es verdad. Siento ganas de golpearlo para drenar la rabia en mi cuerpo, pero me contengo.

—Puedo explicártelo, por favor escúchame —me ruega, lo típico que diría un culpable.

Sabe qué es terrible lo que ha hecho. De eso no hay duda.

—Házlo, dame una razón para creerte —ordeno cruzándome de brazos.

—Sí, es cierto que mis intenciones contigo al principio no estuvieron bien. Pero todo lo que dije hace r
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