**SANTIAGO**El avión aterrizó en Los Ángeles, pero apenas sentí la sacudida de las ruedas al tocar la pista. Mi mente estaba en otra parte, atrapada en un torbellino de pensamientos que no me dejaban respirar con claridad. Desde la ventanilla, observé los edificios extenderse como un tapiz infinito, pero no era esa ciudad la que quería ver.Debería haberme quedado en Miami. Debería estar ahí, justo ahora, viendo su reacción a la sorpresa que le preparé. Viéndola fruncir el ceño con desconfianza, quizás cruzarse de brazos y lanzarme una mirada desafiante, pero también notando ese brillo en sus ojos cuando comprendiera que estoy aquí por ella. Porque, aunque tarde, me di cuenta de lo que siento.Suspiré, pasándome una mano por el rostro. No podía engañarme más. Andrea era la razón por la que había regresado antes. Ningún negocio, ningún compromiso. Solo ella. Y si quería recuperarla, tenía que empezar a hacer las cosas bien. Sin más excusas. Sin esperar que el destino hiciera el trabaj
Pasé una mano por el rostro, intentando borrar la tensión que me crispaba los músculos. Me incliné hacia ella, manteniendo mi voz baja y firme:—Ni se te ocurra.Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal.—Por esta vez lo dejaré pasar —agregué, sin apartar la mirada de la suya—. Fingiremos que hemos venido juntos.No necesitaba decir más. Su sonrisa se amplió, una de esas sonrisas que en otro tiempo podría haber confundido con ternura, pero que ahora solo veía como lo que realmente era: un gesto calculado. Deslizó su brazo alrededor del mío con una naturalidad ensayada y nos abrimos paso entre los invitados.Mi mirada recorrió la sala, filtrando las conversaciones, las risas y el tintineo de copas que se alzaban en brindis. Y entonces la vi.Andrea.El mundo pareció ralentizarse en ese instante.El aire se espesó en mis pulmones, y por un segundo olvidé cómo respirar. Su vestido, ceñido con una precisión milimétrica, acentuaba cada curva con una elegancia que no necesitaba de art
**ANDREA**El aire en la habitación se sentía espeso, cargado de una tensión sofocante que me mantenía atrapada entre el deseo y la razón. Mi piel aún ardía por el roce de sus manos, y cada resquicio de mi voluntad se veía amenazado por la calidez de su cuerpo, tan cerca del mío, tan inevitablemente tentador.Podía sentir su aliento cálido rozando mi cuello, enviando escalofríos a lo largo de mi espalda. Su pecho subía y bajaba con cada respiración agitada, sus latidos parecían retumbar contra mi piel, sincronizados con los míos en una peligrosa armonía. Santiago estaba sobre mí, con sus ojos oscuros fijos en los míos, tan cargados de deseo que me sentí al borde del abismo.Intenté desviar la mirada, apartar mi mente del fuego que su cercanía encendía en mi interior, pero era imposible. El roce de sus dedos en mi mejilla me hizo cerrar los ojos por un instante, disfrutando, a pesar de mí misma, de esa caricia delicada que contrastaba con la pasión latente entre nosotros.—Andrea… —su
El frío de la mañana me despierta antes de lo esperado. Me remuevo ligeramente, buscando el calor, y entonces lo siento. Algo fuerte, sólido y cálido me envuelve. Es un refugio involuntario, un escudo contra la frialdad de la madrugada.Por un instante, me abandono en esa sensación. Es reconfortante, demasiado. Casi olvido la realidad. Pero cuando mis sentidos se despiertan por completo, el pánico se apodera de mí.Mi respiración se vuelve errática, mi piel se eriza, pero no por el frío. Estoy en la cama de Santiago. En sus brazos.La certeza me golpea como un torrente de agua helada. Mi corazón late con violencia, ahogando cualquier otro sonido en la habitación. Cierro los ojos con fuerza, como si eso pudiera borrar lo que pasó anoche. Como si el simple acto de no mirar pudiera deshacer cada caricia, cada susurro, cada beso que compartimos.Una culpa densa y sofocante se instala en mi pecho, enredándose en mis pensamientos, convirtiéndose en un peso insoportable. Lo que pasó anoche..
**SANTIAGO**La luz del mediodía se filtra por las cortinas, bañando la cama con un resplandor tenue. Su calor choca contra el ardor que aún persiste en mi piel, un eco de la noche que quedó grabado en mi memoria. Respiro hondo, disfrutando de la inusual tranquilidad que me envuelve. No hay prisas, solo la certeza de que ella está aquí, conmigo.Extiendo la mano, buscando su cuerpo, ansioso por atraerla una vez más, por alargar este momento un poco más. Pero el espacio a mi lado está vacío, la sábana fría.Abro los ojos, desconcertado. Paso la palma sobre el colchón, pero no hay rastro de su calor. Como si llevara mucho tiempo fuera de la cama.La sensación de paz se disuelve al instante, reemplazada por una inquietud que se instala en mi pecho. Me incorporo con rapidez, observando la habitación. Todo sigue impregnado con su presencia: su aroma en el aire, la evidencia de nuestra entrega desperdigada por el suelo. Y, sin embargo, ella no está.Me levanto sin pensarlo y camino hacia el
El frío de la noche calaba mis huesos, pero no era nada comparado con la sensación helada que se extendía dentro de mí mientras la observaba. Valeria estaba allí, con la barbilla en alto, como si no hubiera hecho nada, como si no acababa de cruzar una línea de la que no había retorno. Su arrogancia seguía intacta, incluso cuando mi mirada la atravesaba como una daga afilada.Inhalé profundamente. La rabia me quemaba la garganta, tensaba mis músculos, instándome a hacer algo que luego lamentaría. Mantener la calma no era fácil.— ¿Vas a hablar o tendré que hacer esto más difícil? —mi voz salió baja, controlada, pero cada palabra llevaba el filo de una amenaza latente.Ella soltó una risa seca, una burla descarada que solo avivó la furia dentro de mí. Ladeó la cabeza, con esa expresión de falsa inocencia que conocía demasiado bien.—Santiago, amor, ¿en serio crees que esto es necesario? —su tono era meloso, casi condescendiente—. Solo cometí un pequeño error… lo hice porque últimamente
**ANDREA**Han pasado varios días desde aquella noche. Desde que mis emociones se convirtieron en un caos imposible de ordenar. Desde que Santiago y yo cruzamos una línea que habíamos pasado años ignorando. Desde que Leonardo me miró de esa manera que aún me atormenta cuando cierro los ojos.Pero el mundo no se detiene porque yo esté confundida. No importa lo que haya pasado, ni lo que siento, ni las preguntas sin respuesta que me atormentan. La vida sigue. Y yo tengo que seguir con ella.El día transcurre en una rutina monótona, pero necesaria. Me aferro al trabajo como un náufrago a un salvavidas, convencida de que, si mantengo mi mente ocupada, podré ahogar el torbellino de emociones que se niegan a abandonarme.Desde el momento en que abro los ojos, siento el peso de la realidad hundiéndose en mi pecho. No me permito pensar demasiado. Me levanto de la cama con movimientos automáticos, casi mecánicos, como si fuera un engranaje más de la rutina que me he impuesto. Una ducha rápida,
**VALERIA**El dolor en mis muñecas es lo primero que siento al abrir los ojos. Mis brazos están tensos, la piel arde donde las ataduras han dejado su marca. Intento moverme, pero la cuerda se clava más en mi piel. Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de mi situación.Levanto la cabeza y lo veo. Santiago está de pie frente a mí, con el celular en la mano, mirándome con una expresión que no puedo descifrar del todo. Sus ojos oscuros reflejan una mezcla peligrosa de frialdad y determinación.—¿Disfrutando la vista?Mi tono sale más áspero de lo que pretendía, como si el aire se negara a salir con fluidez de mis pulmones.Santiago no responde de inmediato. En su lugar, inclina lentamente la pantalla del celular hacia mí, con una deliberación casi cruel.Y entonces lo veo."Caída de los Rojas: la red de corrupción llega a su fin. Fraude, lavado de dinero y conexiones peligrosas."No. No. No puede ser.La sangre abandona mi rostro. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos. E