Capítulo 3
Aunque su cara y su comportamiento me ponía loca, aún conservaba en sus ademanes el infantilismo propio de un adolescente.

Estaba literalmente en un dilema.

De algún lugar saqué el valor, y le miré fijamente.

—Sergio, no sé qué estás pensando, pero quiero que te des cuenta de lo estás haciendo, y si solo te dejaste llevar por el impulso, puedo hacer como si no hubiera pasado nada.

Sus ojos perdieron el brillo de repente y parpadeó mientras retiraba la mano, parecía no saber qué hacer.

—Y, cabe mencioanr que actualmente no puedo permitirme mantenerte.

Visiblemente, el hombre corpulento se veía un poco menos imponente.

—Aséate primero, y lo siento.

Después de que se fuera, me recuperé y me calmé bastante.

Sin embargo, me preocupaba que lo que acababa de soltar fuera algo hiriente.

Porque mi intención no era herir sus sentimientos.

A las ocho y media, Noelia y yo nos fuimos a trabajar.

Como amigas que no guardábamos secretos entre nosotras, no sé si debería sincerarme con ella.

Pero antes, tenía que aclarar un asunto.

Me quedé mirando a Noelia en el autobús.

—¿Qué hiciste anoche?

Mi mejor amiga soltó una risa astuta y supe que era obra suya.

—Recuerdo que una vez dijiste que mi hermano era guapo, ¿no? Así que te di una oportunidad de mirarlo de cerca.

—Claro, y me lo creo, te conozco mejor que nadie, querida, seguro que sentías mucho calor y me echaste para un lado.

—¡Sí que me conoces!

Fingí querer golpearla, pero bueno, si supiera lo que pasó esta mañana, probablemente mandaría a Sergio de regreso.

—Lo siento, querida, si no estás cómoda, los mando a casa ahora mismo.

Sabía que diría eso.

Pero aún no me había cansado de ver esa cara bonita, ¿cómo dejaría que se fuera a casa tan pronto?

—¡No pasa nada! Estoy bien.

—Aunque es verdad que Sergio tiene a un montón de chicas detrás de él en el colegio, ¿de verdad es tan guapo?

Me hice la tranquila y respondí: —Creo que eso es innegable.

—El curso pasado tuvieron una nueva profesora de música de nuestra edad, y el chaval no paraba de contarme lo guapa que era.

—Aún es un mocoso —añadió.

Me recordó que, efectivamente, con mi edad podía ser su profesora.

—Los adolescentes son así, les gustan los profesores nuevos.

Intenté excusarlo, pero sentía un vacío y algo raro en mi corazón.

Dios estaba jugando conmigo, me mandó a mi prototipo ideal, pero era un menor de edad.

Aun así deseaba que lo que hizo esa mañana fuera algo privilegiado que no se lo haría a ninguna otra.
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