La noche envolvía la ciudad con su manto oscuro, mientras los faros de los automóviles pintaban líneas luminosas en el asfalto. En medio de ese mar de luces y bocinas, una mujer se encontraba atrapada en el caos del tráfico nocturno.Su automóvil estaba inmóvil, atrapado entre un mar de vehículos que avanzaban a paso de tortuga. La radio sonaba con una mezcla de música suave y anuncios comerciales, intentando llenar el vacío en la cabina del auto. Sin embargo, el constante sonido de los claxons y el murmullo de las conversaciones de los conductores vecinos parecían ahogar cualquier intento de relajación.La mujer trató de mantener la calma, recordándose a sí misma que ponerse nerviosa no iba a hacer que el tráfico se acelerara. Pero sus dedos jugueteaban inquietos sobre el volante, y sus pies golpeteaban el suelo del auto en un intento de liberar la energía acumulada.Detestaba quedarse atrapada en los atascos de tráfico, esa sensación de estar inmovilizada mientras el tiempo pasaba l
Desde la camilla de un hospital, la mujer supuestamente sin vida abrió los ojos abruptamente y llevó sus manos a su cuello con un gesto teatral de horror, mientras el eco de una voz distante llenaba la sala.—¡Ay, por Dios, Segunda! —exclamó con voz rasgada, incorporándose como impulsada por resortes, y señalándose a sí misma con dramatismo—. ¿Te imaginas? Ese bastardo, después de haberme separado la cabeza del cuerpo, ¿sabes lo que tuvo el descaro de hacer?La otra, al colgar el teléfono, elevó sus hombros con una indiferencia casi aristocrática, mostrando su desinterés en la tragedia narrada.—Querida Sexta, serénate. La morbosidad de los detalles escapa a mi curiosidad, francamente.La doctora, arquitecta de este caótico concierto de copias, apretaba el teléfono muerto contra su frente, como si quisiera fusionar metal y piel.—Oh, cielos, esto es más allá de lo imaginable… —susurraba, mientras se daba suaves golpes en la cabeza, como si intentara activar recuerdos esquivos—. No pue
Beltaine se apartó de sus compañeros con determinación, su rostro reflejando una mezcla de furia y frustración. —¿Qué demonios estás tramando?—susurró para sí misma, con una mirada desafiante clavada en la pared. Se aferró a su brazo con fuerza—. No voy a dejar que la culpa me arrastre. Esto es un juego de poder, una danza de astucia y determinación—declaró con vehemencia—. Le brindé mi ayuda y ahora él debe corresponder. Es justo, necesario.El dolor en su brazo la hizo soltar un gruñido de frustración, pero su determinación no flaqueó.Sin embargo, una duda se abrió paso en su mente. ¿Había sido demasiado implacable con Kyrios? El Alfa parecía estar a punto de revelarle algo importante antes de que ella lo interrumpiera y se marchara, cegada por la ira.La pelirroja se dejó caer junto a la pared, cerrando los ojos con fuerza mientras luchaba con sus pensamientos. ¿Por qué se sentía tan atormentada? No había hecho nada malo. La culpa no debería pesar sobre sus hombros. Era Kyrios qu
—¡Bastian, carajo! —exclamó Beltaine, su voz cortando el aire como un cuchillo. Observó el rostro de su amigo, desfigurado por el terror, una máscara grotesca de lo que alguna vez fue.—¿Bastian? —repitió, su ceño se arrugó en una mezcla de confusión y alarma. La preocupación la invadió al verlo tan pálido y mudo, su mano aún aferrada a su brazo con una fuerza desesperada—. ¡Vamos, reacciona!Los párpados de Bastian batieron como alas de mariposa en tormenta, luchando por separar la pesadilla de la realidad.—¿Eh? ¿Qué… dónde…?Un suspiro de alivio se escapó de Beltaine al ver a su amigo emergiendo del abismo de su mente.—Hablas, pero tus palabras se pierden en el vacío. ¿Qué demonios te sucede?Bastian temblaba, un muñeco de trapo en manos de un titiritero invisible, su risa un eco distorsionado que llenaba el aire de malestar.Estuvo a punto de caer, pero Beltaine lo sostuvo con una determinación férrea.—Oye, ¿estás seguro que no te pasa nada? Estás temblando como hoja en vendaval
La esencia pura del alma, ya corrompida hasta sus últimas fibras, comenzó a desmoronarse a una velocidad vertiginosa, como si un vendaval de oscuridad se desatara en su interior. Una luz deslumbrante emergió con una intensidad arrolladora, como si el mismísimo sol se hubiera liberado de sus ataduras y se deslizara hacia el mundo mortal. El aire se cargaba de una estática mortal, creando una atmósfera electrificada que anunciaba la llegada de una tormenta inminente.Los humanos prisioneros, atrapados en sus jaulas de desesperación, comenzaron a gritar clemencia, a suplicar por ayuda y a prometer cualquier cosa que pudiera aliviar su sufrimiento. Sus voces se entrelazaban en un coro desgarrador, resonando en los oscuros pasillos del castillo. Pero Lylo no escuchaba sus súplicas desesperadas, pues estaba absorta en el macabro espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. Los súbditos de la mujer, criaturas deformes y hambrientas, se abalanzaban sobre los humanos indefensos, devorándolos
—¡Cierra esa maldita boca de una vez! Lylo dio un respingo ante el estallido repentino del humano. ¿Cómo podía seguir resistiéndose a su influencia y control mental vampírico?—¡Vete al infierno, monstruo maldito! —Bastian temblaba de rabia—. ¡Déjame en paz de una vez por todas!Lylo frunció el ceño, desconcertada. A pesar de tener la imagen de la persona que amaba justo frente a él, aún así se resistía.—Si sigues con esa actitud... —su voz se tornó oscura, impregnada de ira—. Serás el único que sufrirá las consecuencias.Lylo lanzó una mirada intensa a Bastian, con el rostro de la pelirroja a la que amaba. ¿Qué estaba mal, de nuevo? ¿Por qué rechazaba al hombre incluso con esa apariencia?—Voy a mostrarte lo que sucede cuando me provocas.Lylo concentró todo su poder mental y persuasión en Bastian. Ya no le importaba dañar su mente, estaba furiosa por su resistencia, y si la mente del humano se rompía en el proceso, no le importaba; siempre habría otros humanos con los que jugar. ¡
—¡Maldición! —exclamó Beltaine, su voz un susurro que se deslizaba por las paredes como una sombra. Se dejó caer sobre la cama, su cuerpo un peso muerto, abrumado por la preocupación que la asfixiaba. La ausencia de Kyrios era una cadena fría y pesada alrededor de su corazón—. Ese condenado lobo... sin un maldito teléfono. ¿Cómo se supone que lo encuentre en esta inmensidad?Sus ojos, dos brasas en la oscuridad, se fijaron en la pared frente a ella, mientras su mente se perdía en un laberinto de pensamientos oscuros y temores. Cada recuerdo de Kyrios era una estaca que se clavaba en su alma, cada momento compartido un suspiro que se convertía en un grito en su interior.—Kyrios, Bastian... ambos me tienen al borde del abismo —susurró, sintiendo cómo una presión invisible le aplastaba el pecho, una mano espectral que estrangulaba su corazón con dedos gélidos. El día había sido una sombra que se cernía sobre ella, y la marca en su muslo, un recordatorio de promesas y pactos, ardía como
—Desoíste mis ruegos y te desvaneciste en su sombra, junto con aquel—la voz del lycan era un eco de desolación, tan palpable como la sangre que se extendía como un manto carmesí bajo los pies de la pelirroja.—¡Por los cielos! ¡Sosiégate! ¡Mil disculpas, está bien? —Beltaine irrumpió con una vehemencia que destilaba una mezcla de exasperación y ansiedad—. Antes que nada, vamos a sanar esas heridas que te afligen, después, si el destino lo permite, resolveremos tus penas, ¿me oyes? Tu aspecto me atormenta, pareces un alma en pena.Kyrios, sumido en su abismo de dolor, se tambaleaba al borde de la oscuridad. Con un arrebato repentino, recorrió con su lengua el cuello de Beltaine y le asestó una mordida despiadada, sellándola con el lazo de mates, un pacto de sangre y eternidad. Uno sagrado, ancestral e irrompible.Beltaine experimentó la invasión de los colmillos del Alfa, un tormento que se transformó en un éxtasis arrollador que surgió de las profundidades de su ser. Un calor que le e