Capítulo 41

Con un gemido ahogado, Beltaine hundió su rostro en los cojines del sofá, sumida en un mar de cavilaciones.

—¡Por todos los cielos, lo que me saca de quicio es la falsa cortesía de ese desgraciado! —exclamó, mientras sus dientes trituraban la uña del pulgar con furia contenida—. ¡Maldita sea su estampa!

De repente, una sensación insólita y al mismo tiempo conocida se arrastró por su muslo derecho, como si un río de fuego recorriese su piel. No hubo ni un ápice de tiempo para prepararse; el vacío se rasgó y de su negrura brotó Kyrios, tan imperturbable como la muerte misma.

El chillido de Beltaine debió de oírse hasta en los rincones más remotos del planeta.

—¡Diantres, no irrumpas así, como si nada! —gritó, llevándose una mano al pecho, donde su corazón martilleaba en un frenesí desbocado, y lo fulminó con la mirada.

—Aún no he descubierto cómo anunciarte mi llegada —respondió Lord Kyrios con una calma exasperante, desempolvándose tras levantarse del suelo, pues había emergido directa
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