—Strella, mi amor, ¿podrías tomar un poco más? —le susurré con ternura, alentándola a terminar su desayuno mientras luchaba contra su típica falta de apetito matutino. Después de algunos intentos, logré persuadirla, y me llené de alegría al ver cómo saboreaba cada bocado con deleite.Nathan, sentado a nuestro lado, observaba la escena con una sonrisa cálida, alternando su atención entre nosotras y la vista del jardín a través de la ventana, como si estuviera disfrutando de un tranquilo momento familiar.—Mamá, voy a darme un baño —anunció Strella, levantándose de la mesa.—¿Quieres que te acompañe, cariño? —le ofrecí, preocupada por su seguridad.Ella sacudió la cabeza con firmeza, mostrando su creciente independencia.—No, mamá, puedo hacerlo sola. Ya no soy una niña —respondió con orgullo en su tono, antes de dirigirse hacia las escaleras.Sus palabras resonaron en mi interior, dejando un peso en mi corazón. Me invadió un sentimiento de remordimiento al recordar los años perdidos y
Por la mañana, me deslicé silenciosamente fuera de la cama mientras Gabriel aún dormía profundamente.Con cuidado, retiré la sábana y me acurruqué a su lado desnuda, colocando su brazo alrededor de mí. Mis movimientos lo despertaron y, al abrir los ojos, lo recibí con una sonrisa cálida.—Hola, cariño —susurré, esperando que mi ternura ocultara la turbulencia interna.Gabriel me miró sorprendido, sus ojos aún nublados por el sueño reflejaban confusión.—¿En verdad estuviste conmigo? —preguntó, con curiosidad vibrante en su voz.—Sí, mi amor. Te dije que te amo —respondí con dulzura, deseando que mis palabras no sonaran a mentira evidente.Él me atrajo hacia su lado con un beso apasionado, aunque yo ocultaba mi repulsión detrás de un gesto afectuoso.—Amor, ahora no puedo. ¿Has visto la hora? Tengo un examen importante. Me encantaría quedarme más tiempo en la cama contigo y hacer travesuras, pero no puedo arriesgarme a reprobar por faltar —expliqué, cubriéndome con la sábana mientras m
★ Nathan Caminé lentamente hacia la casa de David, con cada paso resonando en el silencio de la noche. Ana y los demás oficiales me seguían de cerca, con sus rostros tensos reflejando la seriedad de la situación.Con una mirada, indiqué a uno de los oficiales que derribara la puerta, pero el golpe fue tan brutal que casi arrancó la puerta de sus bisagras. Un exceso de fuerza que revelaba la ira contenida dentro de nosotros, una ira alimentada por la injusticia y el dolor.Algunos oficiales subieron las escaleras hacia la planta superior, mientras otros descendíamos al sótano, adentrándonos en las sombras donde se escondía el horror más profundo.Sabía que Gabriel estaba allí, en algún rincón oscuro, y mi corazón latía con la anticipación de enfrentarlo cara a cara. Le pedí a varios hombres que me acompañaran, aunque en realidad sabía que no necesitaba a nadie más que a mí mismo.Descendimos por las escaleras con cautela, nuestros pasos resonando en el aire cargado de tensión. Y allí,
—¿Mami, me das permiso de salir con mi tía? —preguntó la pequeña, haciendo ojitos a Alondra, cuya mirada se llenó de cariño al escucharla.—Por favor, cuídala —respondió ella con una suave sonrisa en el rostro, denotando ternura y confianza en Ana.—Sí, por supuesto. La traeré de vuelta en unas horas —aseguró Ana, tomando la manita de Strella y encaminándose hacia el auto con ella, quien reía emocionada.—Creí que querías pasar tiempo con ella —comenté, acercándola a mis brazos.—Sí, pero... quiero darme un baño antes. Me siento un poco sucia. Acabo de enfrentarme a situaciones difíciles. No quiero cargar a mi hija con esa energía negativa. Será mejor que esté limpia cuando ella regrese —explicó Alondra con sinceridad, demostrando su preocupación por el bienestar de Strella.—Alondra, ¿te casarías conmigo? —pregunté, dejando escapar la pregunta que llevaba en mi mente desde hacía tiempo, aunque mi expresión fingía despreocupación.—¿Qué? —ella me miró confundida, sus ojos revelando so
—Alondra, ¿es verdad lo que dice este informe? —pregunté, mientras mi corazón bombeaba aceleradamente y leía el documento una y otra vez, de principio a fin.Era la mejor noticia que había recibido en mi vida.—Es verdad, tío Matute. ¡Voy a tener un hermanito! —exclamó la pequeña Strella.Al escucharla, dejé de respirar por un momento y me concentré en Alondra, quien me miraba con una radiante sonrisa que parecía disipar todas mis dudas.«¿En serio ella va a tener un hijo mío?»—Sí, Matute, estoy embarazada. Tengo unas siete semanas. Vamos a ser papás —confirmó ella.Reflexioné sobre cada palabra que salía de sus labios. ¿Cómo no iba a aceptar a este bebé? Es mi hijo.Sin necesidad de levantarme del todo, me incliné ligeramente y llevé mi mano a su aún plano vientre. Solo de pensar que dentro se estaba formando mi hijo, sentía una inmensa felicidad. Tener un hijo con la mujer que amo, la única que he amado en mi vida y por quien lo daría todo, es simplemente maravilloso.—Alondra, ¿me
★ AlondraUn día soleado en el hospital, recibí una visita inesperada. Era el diputado Evans, un hombre imponente con mirada penetrante.—Por lo visto, ha logrado su venganza, señorita Vergara —mencionó Alexander mientras se sentaba en una de las sillas del hospital.Mis ojos se encontraron con los suyos, llenos de firmeza y un dejo de malicia.—Si viene a pedirme que retire la demanda y que limpie el nombre de Gabriel... —mi voz se apagó al ver que no me prestaba atención.—Los niños pequeños son muy inquietos —continuó Evans—. Siempre hacen todo lo posible por llamar la atención de los padres. Mientras van creciendo, se convierten en una molestia. La mayoría de los adultos son así, ¿verdad, Damián?Damián, su hijo de dos años, se encontraba en el suelo jugando con carritos. El pequeño solo volteó a ver a su padre y continuó jugando como si no pasara nada.Confundida por los comentarios enigmáticos de Evans, decidí indagar.—¿Qué quiere decir con eso, señor Evans?Mi corazón latía co
—Eres una hipócrita, Alondra —espetó Gabriel con una mirada desafiante—. Sé que lo disfrutabas, sé que disfrutabas cuando te tenía entre mis brazos, cuando me adentraba en ti.Me estremecí, pero mantuve la compostura.—Jamás disfruté que me tocaras —repliqué, con mis palabras saliendo entre dientes apretados.Solo de recordarlo, me provocan ganas de estrangularlo y machacarlo en un millón de pedazos. Gabriel soltó una risa fría y amenazadora mientras se acercaba a mí.—Tus gritos decían otra cosa, Alondra. Y esas lágrimas... solo me excitaban cada vez más. Eres excitante cuando lloras y suplicas, cariño —susurró con una voz cargada de perversión.Solté una carcajada llena de desprecio antes de responder con furia: —Estás enfermo, Gabriel. Me das asco.Gabriel, sin inmutarse, continuó con su desquiciado discurso.—Alondra, tú nunca serás feliz. Nunca te dejaré serlo porque tú eres solo mía. Sé muy bien dónde vives. También sé que mi hija vive con ese miserable. Cuando salga de aquí, v
★Alondra. Algunos días más pasaron y me enteré por las noticias de que varios de los guardias de la prisión habían fallecido. Las fotografías mostraban que eran los encargados de la vigilancia de Gabriel.Los meses siguieron avanzando y Nathan no quería que me involucrara demasiado en las cosas relacionadas con Gabriel. Después de aquella vez, no volví a visitarlo.Mientras tanto, mi vientre ha crecido mucho y pronto daré a luz a mi hijo, que es un varón. Estrellita y Nathan me consienten demasiado y son muy sobreprotectores conmigo. Mi corazón ha reaccionado bien aunque he tenido algunas alteraciones, pero no hay motivo de preocupación.Lo que realmente me preocupa es el día del parto.Estrellita tiene muchos amigos en la escuela y todos dicen que su papá es muy guapo. Nathan va a recogerla casi siempre y, en ocasiones, cuando me siento mal, él va a las juntas de padres de familia con las profesoras. Es un gran hombre y Estrellita me ha dicho que lo quiere mucho.El día en que nació