Mía miraba la llave en sus manos que le había dado Fenicio de su casa, en lo que un guardia ayudaba a su madre a llegar a la puerta.—¿Qué esperas? —preguntó Azucena— abre tu casa.—¿Mamá? Mía miró a su madre con sorpresa, la llave aún pesada en su mano. Había estado tan absorta en sus propios pensamientos que no se había dado cuenta de que Azucena había estado despierta, escuchando cada palabra de su conversación con Fenicio.Azucena le sonrió, una sonrisa llena de entendimiento y amor maternal. A pesar de su frágil estado, sus ojos brillaban con una fuerza que Mía no había visto en mucho tiempo.—Sí, no estaba dormida —confirmó Azucena—. Escuché todo lo que hablaron y pienso que es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Y espero de todo corazón, Mía, que aprecies al gran hombre que has encontrado y que luches por mantenerlo.Las palabras de Azucena resonaron en el corazón de Mía, llenándola de una mezcla de alivio y temor. Era cierto, Fenicio era un hombre increíble y ella es
Elvira respiró hondo, sintiendo el aire llenar sus pulmones antes de exhalar lentamente. Cada palabra de Fenicio resonaba en su mente, cada una de ellas un recordatorio del peligro que César enfrentaba. “Si no abre su corazón ante su hijo, lo perderá para siempre.” Las palabras parecían grabadas en su mente, una advertencia y un consejo que no podía ignorar.—Entendido —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. Sabía lo que tenía que hacer. Sabía que tenía que enfrentar la verdad y revelarla a César. Aunque le doliera, aunque le asustara, tenía que hacerlo. Por César. Con una última mirada a Fenicio y Sir Alexander, Elvira se dirigió hacia la habitación de César. Su corazón latía con fuerza en su pecho, cada latido un eco de la verdad que estaba a punto de revelar. Pero sabía que tenía que hacerlo. Por su hijo. —Déjame ayudarte, Elvi —pidió Sir Alexander.Elvira se giró hacia él con una sonrisa triste. Levantó su mano y acarició su rostro, mientras negaba con la cabeza. Justo an
Elvira, con sus manos retorciéndose en su regazo, miraba a su hijo suplicante con su mirada limpia de siempre. César no podía ver en ella un ápice de engaño y eso lo confundía mucho. —Créeme por el amor de Dios, hijo. Yo no sabía que no eras de Javier. Tienes que escucharme César. Cada palabra estaba cargada de una tristeza desgarradora, una súplica dolorosa que dejó a César sin palabras mientras intentaba procesar la verdad que su madre acababa de revelar. —Mamá, no sé qué decir. ¿Puedes hacerme tu historia completa para ver si entiendo? Mi padre era un hombre honorable, te amó con todo su corazón. ¿Cómo no pudiste amarlo? Elvira lo miró con una profunda tristeza, era una culpa que había cargado en su corazón toda la vida. El amor de Javier había sido tan intenso, desinteresado, real y honesto, que ella escapaba de él por el dolor que ese amor le provocaba al no poder corresponder de la misma manera. Miró a su hijo, su corazón pesado y temeroso. Los ojos de César estaban lle
Sofía, llena de horror y desesperación, se encontraba en medio de una pesadilla que había cobrado vida. Todo lo que alguna vez creyó que era falso, ahora se revelaba como una cruel realidad. El velo de la ignorancia se desgarraba ante sus ojos, dejando al descubierto un pasado oscuro y lleno de atrocidades. Cada palabra que su suegra pronunciaba parecía un golpe directo a su corazón, recordándole las terribles acciones que su madre biológica, Victoria, había cometido contra ella. Elvira, la mujer a la que Sofía había llegado a amar y respetar como una madre, había sido víctima de un sufrimiento inimaginable. El peso de la verdad se posaba sobre los hombros de Sofía, aplastándola con una fuerza abrumadora. Se sentía atrapada en un torbellino de emociones, una mezcla de ira, tristeza y desesperanza. Cada latido de su corazón resonaba con el eco de las atrocidades que Victoria había infligido a Elvira, y el hecho de que su suegra nunca la hubiera rechazado, la llevaban de dolor. La r
Retrospectiva: En una habitación de la gran mansión de Javier López, Victoria se paseaba furiosa por delante de él, que la miraba con un tabaco en sus manos. Sus ojos brillaban en la semioscuridad, al escuchar lo que había dicho.—Te digo que Alexander adora a Elvira. Tienes que impedir que huyan juntos, cuando se enteren los padres de ella quién es de verdad, seguro le cuentan todo para que los ayude. ¡Tienes que casarla con tu hijo!—No te preocupes, lo tengo todo bien arreglado, ya convencí a Sir Cavendish para que case a Alexander contigo, que eres hija de un conde. En cuanto a Elvira, ¿para qué quieres que se case con mi hijo?—Elvira representa una amenaza para nuestro plan. Si ella descubre la verdadera identidad de Alexander, podría arruinar todo lo que hemos construido. Además, él la ama sinceramente y no aceptará casarse conmigo. Eso es algo que no puedo permitir. ¡Él tiene que ser mío, sin importar lo que tenga que hacer! Javier se levantó de su silla y se acercó a Vict
En el confort del abrazo grupal, César, su madre Elvira y Sir Alexander compartían un momento de compasión y consuelo. Elvira, vencida por el dolor acumulado a lo largo de su vida, soltaba lágrimas que parecían no tener fin. En medio del silencio, el sonido de papeles cayendo al suelo llamó la atención de César. Un sobre amarillento, dado por su madre, había dejado caer su contenido. Junto a él, otro sobre que parecía haber estado pegado al primero atrajo su interés. De este último, habían caído dos sobres más pequeños, uno con el nombre de Elvira y otro con el suyo. Reconoció la caligrafía al instante; las letras eran obra de su difunto padre, Javier.—Mamá, estas cartas... son de papá —dijo César, sosteniéndolas en alto para que su madre las viera—. ¿Por qué no me las diste antes?—Es la primera vez que las veo, César —respondió Elvira, su voz temblorosa—. Léelas, veamos qué nos dejó dicho.Mi amada Elvira,Si estás leyendo estas palabras, significa que mi tiempo en esta tierra ha
El día en Santa Mónica había comenzado con un bullicio inusual. La principal cadena de noticias de televisión y su reportero estrella habían sacudido al mundo con una noticia impresionante. Matías, el reportero, anunciaba al mundo que Sir Alexander Cavendish había reaparecido. Pero eso no era todo. También reveló que Cavendish tenía un heredero, aunque se negó a divulgar su identidad. La noticia cayó como una bomba, desatando un torbellino de especulaciones y rumores. ¿Quién era el misterioso heredero? ¿Por qué Cavendish había desaparecido en primer lugar? ¿Y por qué había decidido reaparecer ahora? El reportero, Matías, comenzó a desglosar un extenso informe que cubría desde el día del accidente hasta la reciente aparición de Cavendish en Capitalia, siempre acompañado por su leal mayordomo. La impresionante figura de Cavendish era un vivo retrato de su difunto padre, y nadie podía negar su linaje. Pero Matías no se detuvo ahí, presentó pruebas genéticas que confirmaban sin luga
Mía corría con Javier en sus brazos, el pequeño clamaba por su madre que había quedado rezagada. De repente, sintió un golpe brutal en la pierna, como si una fuerza invisible la hubiera golpeado. Pero no soltó al niño, lo protegió con su propio cuerpo mientras era acogida por los brazos de los guardias que habían acudido a su encuentro.En medio del caos, su voz se elevó con una frialdad que dejó a todos asombrados. Era como si el propio Fenicio estuviera dando órdenes.—¡Cubran a Sofía…! ¡Alerten a todos...! ¡Llamen a Fenicio! ¡Y atrapen a ese francotirador! Sus palabras eran claras y precisas, cada una pronunciada con una determinación inquebrantable. A pesar del dolor y el miedo, Mía se mantuvo firme, su instinto protector y su formación como guardia la mantenían en pie, luchando por proteger a los suyos. Los guardias se movieron rápidamente, siguiendo sus instrucciones mientras intentaban localizar al francotirador. Mía, a pesar de la herida en su pierna, se mantuvo firme, prot