A veces, la vida nos sitúa en difíciles encrucijadas, algunas tan complicadas que nos aterroriza el simple pensamiento de no poder superarlas. La luz blanca del laboratorio de Capitalia era cegadora, reflejándose en las superficies de metal y vidrio que llenaban la estancia. César López y Sofía, tomados de la mano, se encontraban en el centro de todo esto, como dos figuras solitarias en un mar de tecnología desconocida y fría. César, con su mirada fija en la puerta de cristal a través de la cual, en cualquier momento, entraría el genetista con los resultados de las pruebas de ADN, sentía un nudo en el estómago. Sofía, por su parte, miraba a César, tratando de encontrar en su rostro alguna señal que le indicara qué debía sentir. ¿Miedo? ¿Esperanza? ¿Desesperación? Ambos habían llegado a este punto tras las noticias de Sir Alexander Cavendish. Y ahora, se encontraban al borde de un precipicio emocional, a punto de descubrir si todo lo que habían construido juntos estaba destinado a d
Después de mostrarle las pruebas a su madre, César López se dirigió hacia donde Fenicio lo esperaba discretamente. Un nudo de incertidumbre se había formado en su pecho tras escuchar al genetista, pero decidió que, sin importar cuál fuese la verdad en ese aspecto, prefería no conocerla. Era hijo de Javier López y nada ni nadie iba a cambiar eso.—¿Qué sucede, Fenicio? —preguntó al notar la expresión preocupada de su amigo, cuya mirada estaba fija en el sendero que conducía al cementerio.—Mis hombres acaban de informarme que dos extraños estuvieron observándote a ti y a tu madre, luego se dirigieron hacia el cementerio. Empiezo a temer que este no sea el lugar más seguro para escondernos. Primero apareció Carlos, luego el Sir y ahora esos dos.—¿Sabes quiénes son?—No, pero según el vehículo que describieron mis hombres, deben ser personas adineradas. ¿Qué te parece si nos esfumamos de nuevo?—No estoy seguro, Fenicio. Bee acaba de informarme que ha acorralado a Montenegro y está a p
Elvira parecía desconcertada, sus ojos oscuros parpadeaban con confusión y una sombra de preocupación se reflejó en su rostro. Se mordió el labio inferior, una señal de que estaba nerviosa.—Alexander, no entiendo a qué te refieres —dijo, frunciendo el ceño con preocupación—. ¿Por qué debería tener algo que confesarte? Sir Alexander tomó una respiración profunda, sosteniendo los resultados de las pruebas en su mano. La seriedad de su expresión no se desvaneció.—Estos resultados de las pruebas, Elvi —dijo lentamente—. Indican que César... César es mi hijo. El silencio llenó la habitación mientras la revelación se asentaba. Elvira parpadeó, pareciendo aturdida.—¿Qué? Pero eso... eso no puede ser posible —balbuceó, sacudiendo la cabeza como si pudiera deshacerse de las palabras que acababa de escuchar. Pero Sir Alexander no apartó la mirada, su expresión era seria y decidida. Había esperado con ansias el momento, a pesar de ver la confusión en su amada, no quería dejar pasar esta o
Sofía seguía a su esposo, César, hacia el auto que aguardaba a la familia. Al divisar a Mía y su madre, una ola de sorpresa la inundó. Conocía su historia y, en cierta medida, la comprendía, pero no podía evitar albergar cierta reticencia hacia Mía. De repente, su mirada se cruzó con la del vagabundo que habían encontrado durante su paseo por el lago; él la observaba con insistencia desde lejos.—César —llamó con suavidad, captando su atención. Él giró la cabeza hacia ella, su rostro era un lienzo de frialdad—. ¿Podríamos invitar a aquel hombre a venir con nosotros? Sofía se hizo a un lado, permitiendo que la mirada de César se posara en la figura desaliñada que ella señalaba. No podía explicarlo, pero sentía un impulso irrefrenable de prestar ayuda. César, sin decir una palabra, asintió y volvió a centrar su atención en su pequeño hijo. Parecía buscar refugio en el amor puro e incondicional que solo un niño puede ofrecer.Mientras tanto, Sofía, acompañada de Fenicio, se acercó al va
El viaje de regreso fue más que silencioso. Parecía como si todos en el avión tuvieran algo importante en qué pensar. César, con su pequeño hijo en brazos al que no había querido soltar, suspiraba mientras se repetía una y otra vez que eso tenía que ser un error. No podía dejar de ser el hijo del hombre maravilloso que era su padre. ¡No podía! Las palabras de Sofía, su madre y Sir Cavendish resonaban en su cabeza, pero César se negaba a aceptarlas. No podía creer que el hombre que lo había criado, que lo había amado y cuidado, no fuera su verdadero padre. No importaba lo que dijeran las pruebas o lo que insinuara la ciencia. Para César, Javier López siempre sería su padre. La incertidumbre y la confusión llenaban su mente, pero también la determinación. Determinación de proteger a su familia, de buscar la verdad, y de enfrentar cualquier desafío que se presentara. Porque al final del día, no importaba quién fuera su padre biológico. Javier López era el hombre que lo había criado, e
Al llegar al antiguo apartamento de soltero de César López, aún llevaba a su pequeño en brazos, profundamente dormido. El niño demostraba una seguridad y confianza en su padre, similar a la que César había experimentado toda su vida en los brazos de Javier López. Lo acomodó en su enorme cama y se quedó observándolo en silencio, haciéndose preguntas. ¿Sabría su padre que él no era su hijo biológico? ¿Habría amado a Javier si no fuera su hijo biológico? Y para su sorpresa, la respuesta fue sí, tanto su padre como él habrían amado a un pequeño ser como su hijo que confiaba ciegamente en ellos. En ese momento, César sintió una oleada de amor inmenso por su pequeño hijo, un amor que trascendía la sangre y la genética. Se dio cuenta de que el amor verdadero de un padre no se basa en el ADN, sino en los lazos emocionales, en el cuidado y en la dedicación incondicional. Él había amado a Javier mucho antes de saber que era suyo. Mirando a su pequeño dormir tranquilo, César recordó todas las
Sofía había sentido llegar a su esposo después de correr, meterse en el baño. Javier hacía rato que jugaba con los guardias de su seguridad y el nuevo que ella había contratado, aunque el niño no lo conocía, lo había aceptado de lo mejor. Ella les dijo que se lo miraran en lo que tomaba un baño, y sin más quitó toda su ropa y se metió detrás de su esposo que tenía su cabeza bajo del chorro de agua. No sabía a cabalidad que sucedía con él, pero algo le decía que la necesitaba más que nunca, por lo que comenzó a besar su fuerte y musculosa espalda. Llevaban días desde que el Sir dijera que podían ser familia, que no se amaban. César se tensó al sentirla, pero no se giró ni protestó. Necesitaba sentir que algo en su vida era real. Sofía siguió acariciándolo, besándolo, y chupándolo, hasta cruzar y colocarse delante de su esposo, que mantenía los ojos cerrados aunque su hombría había despertado hacía mucho. Se agachó y sin más tomó su bien erguido miembro que latió deseoso entre sus ma
Mía miraba la llave en sus manos que le había dado Fenicio de su casa, en lo que un guardia ayudaba a su madre a llegar a la puerta.—¿Qué esperas? —preguntó Azucena— abre tu casa.—¿Mamá? Mía miró a su madre con sorpresa, la llave aún pesada en su mano. Había estado tan absorta en sus propios pensamientos que no se había dado cuenta de que Azucena había estado despierta, escuchando cada palabra de su conversación con Fenicio.Azucena le sonrió, una sonrisa llena de entendimiento y amor maternal. A pesar de su frágil estado, sus ojos brillaban con una fuerza que Mía no había visto en mucho tiempo.—Sí, no estaba dormida —confirmó Azucena—. Escuché todo lo que hablaron y pienso que es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Y espero de todo corazón, Mía, que aprecies al gran hombre que has encontrado y que luches por mantenerlo.Las palabras de Azucena resonaron en el corazón de Mía, llenándola de una mezcla de alivio y temor. Era cierto, Fenicio era un hombre increíble y ella es