Sofía seguía a su esposo, César, hacia el auto que aguardaba a la familia. Al divisar a Mía y su madre, una ola de sorpresa la inundó. Conocía su historia y, en cierta medida, la comprendía, pero no podía evitar albergar cierta reticencia hacia Mía. De repente, su mirada se cruzó con la del vagabundo que habían encontrado durante su paseo por el lago; él la observaba con insistencia desde lejos.—César —llamó con suavidad, captando su atención. Él giró la cabeza hacia ella, su rostro era un lienzo de frialdad—. ¿Podríamos invitar a aquel hombre a venir con nosotros? Sofía se hizo a un lado, permitiendo que la mirada de César se posara en la figura desaliñada que ella señalaba. No podía explicarlo, pero sentía un impulso irrefrenable de prestar ayuda. César, sin decir una palabra, asintió y volvió a centrar su atención en su pequeño hijo. Parecía buscar refugio en el amor puro e incondicional que solo un niño puede ofrecer.Mientras tanto, Sofía, acompañada de Fenicio, se acercó al va
El viaje de regreso fue más que silencioso. Parecía como si todos en el avión tuvieran algo importante en qué pensar. César, con su pequeño hijo en brazos al que no había querido soltar, suspiraba mientras se repetía una y otra vez que eso tenía que ser un error. No podía dejar de ser el hijo del hombre maravilloso que era su padre. ¡No podía! Las palabras de Sofía, su madre y Sir Cavendish resonaban en su cabeza, pero César se negaba a aceptarlas. No podía creer que el hombre que lo había criado, que lo había amado y cuidado, no fuera su verdadero padre. No importaba lo que dijeran las pruebas o lo que insinuara la ciencia. Para César, Javier López siempre sería su padre. La incertidumbre y la confusión llenaban su mente, pero también la determinación. Determinación de proteger a su familia, de buscar la verdad, y de enfrentar cualquier desafío que se presentara. Porque al final del día, no importaba quién fuera su padre biológico. Javier López era el hombre que lo había criado, e
Al llegar al antiguo apartamento de soltero de César López, aún llevaba a su pequeño en brazos, profundamente dormido. El niño demostraba una seguridad y confianza en su padre, similar a la que César había experimentado toda su vida en los brazos de Javier López. Lo acomodó en su enorme cama y se quedó observándolo en silencio, haciéndose preguntas. ¿Sabría su padre que él no era su hijo biológico? ¿Habría amado a Javier si no fuera su hijo biológico? Y para su sorpresa, la respuesta fue sí, tanto su padre como él habrían amado a un pequeño ser como su hijo que confiaba ciegamente en ellos. En ese momento, César sintió una oleada de amor inmenso por su pequeño hijo, un amor que trascendía la sangre y la genética. Se dio cuenta de que el amor verdadero de un padre no se basa en el ADN, sino en los lazos emocionales, en el cuidado y en la dedicación incondicional. Él había amado a Javier mucho antes de saber que era suyo. Mirando a su pequeño dormir tranquilo, César recordó todas las
Sofía había sentido llegar a su esposo después de correr, meterse en el baño. Javier hacía rato que jugaba con los guardias de su seguridad y el nuevo que ella había contratado, aunque el niño no lo conocía, lo había aceptado de lo mejor. Ella les dijo que se lo miraran en lo que tomaba un baño, y sin más quitó toda su ropa y se metió detrás de su esposo que tenía su cabeza bajo del chorro de agua. No sabía a cabalidad que sucedía con él, pero algo le decía que la necesitaba más que nunca, por lo que comenzó a besar su fuerte y musculosa espalda. Llevaban días desde que el Sir dijera que podían ser familia, que no se amaban. César se tensó al sentirla, pero no se giró ni protestó. Necesitaba sentir que algo en su vida era real. Sofía siguió acariciándolo, besándolo, y chupándolo, hasta cruzar y colocarse delante de su esposo, que mantenía los ojos cerrados aunque su hombría había despertado hacía mucho. Se agachó y sin más tomó su bien erguido miembro que latió deseoso entre sus ma
Mía miraba la llave en sus manos que le había dado Fenicio de su casa, en lo que un guardia ayudaba a su madre a llegar a la puerta.—¿Qué esperas? —preguntó Azucena— abre tu casa.—¿Mamá? Mía miró a su madre con sorpresa, la llave aún pesada en su mano. Había estado tan absorta en sus propios pensamientos que no se había dado cuenta de que Azucena había estado despierta, escuchando cada palabra de su conversación con Fenicio.Azucena le sonrió, una sonrisa llena de entendimiento y amor maternal. A pesar de su frágil estado, sus ojos brillaban con una fuerza que Mía no había visto en mucho tiempo.—Sí, no estaba dormida —confirmó Azucena—. Escuché todo lo que hablaron y pienso que es la mejor decisión que has tomado en tu vida. Y espero de todo corazón, Mía, que aprecies al gran hombre que has encontrado y que luches por mantenerlo.Las palabras de Azucena resonaron en el corazón de Mía, llenándola de una mezcla de alivio y temor. Era cierto, Fenicio era un hombre increíble y ella es
Elvira respiró hondo, sintiendo el aire llenar sus pulmones antes de exhalar lentamente. Cada palabra de Fenicio resonaba en su mente, cada una de ellas un recordatorio del peligro que César enfrentaba. “Si no abre su corazón ante su hijo, lo perderá para siempre.” Las palabras parecían grabadas en su mente, una advertencia y un consejo que no podía ignorar.—Entendido —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. Sabía lo que tenía que hacer. Sabía que tenía que enfrentar la verdad y revelarla a César. Aunque le doliera, aunque le asustara, tenía que hacerlo. Por César. Con una última mirada a Fenicio y Sir Alexander, Elvira se dirigió hacia la habitación de César. Su corazón latía con fuerza en su pecho, cada latido un eco de la verdad que estaba a punto de revelar. Pero sabía que tenía que hacerlo. Por su hijo. —Déjame ayudarte, Elvi —pidió Sir Alexander.Elvira se giró hacia él con una sonrisa triste. Levantó su mano y acarició su rostro, mientras negaba con la cabeza. Justo an
Elvira, con sus manos retorciéndose en su regazo, miraba a su hijo suplicante con su mirada limpia de siempre. César no podía ver en ella un ápice de engaño y eso lo confundía mucho. —Créeme por el amor de Dios, hijo. Yo no sabía que no eras de Javier. Tienes que escucharme César. Cada palabra estaba cargada de una tristeza desgarradora, una súplica dolorosa que dejó a César sin palabras mientras intentaba procesar la verdad que su madre acababa de revelar. —Mamá, no sé qué decir. ¿Puedes hacerme tu historia completa para ver si entiendo? Mi padre era un hombre honorable, te amó con todo su corazón. ¿Cómo no pudiste amarlo? Elvira lo miró con una profunda tristeza, era una culpa que había cargado en su corazón toda la vida. El amor de Javier había sido tan intenso, desinteresado, real y honesto, que ella escapaba de él por el dolor que ese amor le provocaba al no poder corresponder de la misma manera. Miró a su hijo, su corazón pesado y temeroso. Los ojos de César estaban lle
Sofía, llena de horror y desesperación, se encontraba en medio de una pesadilla que había cobrado vida. Todo lo que alguna vez creyó que era falso, ahora se revelaba como una cruel realidad. El velo de la ignorancia se desgarraba ante sus ojos, dejando al descubierto un pasado oscuro y lleno de atrocidades. Cada palabra que su suegra pronunciaba parecía un golpe directo a su corazón, recordándole las terribles acciones que su madre biológica, Victoria, había cometido contra ella. Elvira, la mujer a la que Sofía había llegado a amar y respetar como una madre, había sido víctima de un sufrimiento inimaginable. El peso de la verdad se posaba sobre los hombros de Sofía, aplastándola con una fuerza abrumadora. Se sentía atrapada en un torbellino de emociones, una mezcla de ira, tristeza y desesperanza. Cada latido de su corazón resonaba con el eco de las atrocidades que Victoria había infligido a Elvira, y el hecho de que su suegra nunca la hubiera rechazado, la llevaban de dolor. La r