Teresa Vivaldi miró a Matías con ojos duros. En su casa, el periodista parecía nervioso, como si estuviera esperando un golpe. Teresa sabía que había estado evitando su encuentro, después de no haber cumplido con su parte del trato de enamorar a Sofía.—Me tuve que ir a África—, dijo Matías, su rostro serio. —¿Qué querías que hiciera? Se desató la guerra y tenía que ir, es mi trabajo. Sabes muy bien lo que me costó llegar a tener todo lo que tengo, soy el reportero número uno, no puedo perder lo que he logrado por tu venganza. El tono de Matías era desafiante, pero Teresa podía ver algo más en sus ojos. Sabía que él estaba atrapado entre su lealtad a la agencia y su acuerdo con ella. Pero eso no le importaba. Ella tenía un plan y estaba decidida a llevarlo a cabo, con o sin la ayuda de Matías.—Lo que tú hagas con tu carrera es tu problema, Matías—, dijo Teresa fríamente. —Pero recuerda, tú te comprometiste conmigo. Y espero que cumplas tu parte del trato. Matías tragó saliva, habí
La luz de la luna llena se filtraba a través de los enormes ventanales del salón de baile de la mansión, iluminando el reluciente piso de mármol. Lady Lorena hacía su entrada triunfal del brazo de su padre, ataviada con un impresionante vestido color marfil con finos encajes y perlas bordadas. Los invitados se volteaban para admirar su belleza mientras ella descendía con gracia por la majestuosa escalera de caracol. Al llegar al pie de la escalera, los ojos de Lady Lorena se posaron en el apuesto joven duque, Lord Henry, quien la esperaba para sacarla a bailar. Sus miradas se cruzaron por un instante que pareció eterno. Él se acercó y con una reverencia le pidió que le concediera el honor de ese baile. Ella aceptó con un leve asentimiento y una sonrisa tímida. Lord Henry la tomó delicadamente de la cintura con una mano y con la otra sostuvo su mano enguantada. Comenzaron a deslizarse grácilmente por la pista al compás de un vals vienés. Sus cuerpos se movían en perfecta armonía, co
A veces, la vida nos sitúa en difíciles encrucijadas, algunas tan complicadas que nos aterroriza el simple pensamiento de no poder superarlas. La luz blanca del laboratorio de Capitalia era cegadora, reflejándose en las superficies de metal y vidrio que llenaban la estancia. César López y Sofía, tomados de la mano, se encontraban en el centro de todo esto, como dos figuras solitarias en un mar de tecnología desconocida y fría. César, con su mirada fija en la puerta de cristal a través de la cual, en cualquier momento, entraría el genetista con los resultados de las pruebas de ADN, sentía un nudo en el estómago. Sofía, por su parte, miraba a César, tratando de encontrar en su rostro alguna señal que le indicara qué debía sentir. ¿Miedo? ¿Esperanza? ¿Desesperación? Ambos habían llegado a este punto tras las noticias de Sir Alexander Cavendish. Y ahora, se encontraban al borde de un precipicio emocional, a punto de descubrir si todo lo que habían construido juntos estaba destinado a d
Después de mostrarle las pruebas a su madre, César López se dirigió hacia donde Fenicio lo esperaba discretamente. Un nudo de incertidumbre se había formado en su pecho tras escuchar al genetista, pero decidió que, sin importar cuál fuese la verdad en ese aspecto, prefería no conocerla. Era hijo de Javier López y nada ni nadie iba a cambiar eso.—¿Qué sucede, Fenicio? —preguntó al notar la expresión preocupada de su amigo, cuya mirada estaba fija en el sendero que conducía al cementerio.—Mis hombres acaban de informarme que dos extraños estuvieron observándote a ti y a tu madre, luego se dirigieron hacia el cementerio. Empiezo a temer que este no sea el lugar más seguro para escondernos. Primero apareció Carlos, luego el Sir y ahora esos dos.—¿Sabes quiénes son?—No, pero según el vehículo que describieron mis hombres, deben ser personas adineradas. ¿Qué te parece si nos esfumamos de nuevo?—No estoy seguro, Fenicio. Bee acaba de informarme que ha acorralado a Montenegro y está a p
Elvira parecía desconcertada, sus ojos oscuros parpadeaban con confusión y una sombra de preocupación se reflejó en su rostro. Se mordió el labio inferior, una señal de que estaba nerviosa.—Alexander, no entiendo a qué te refieres —dijo, frunciendo el ceño con preocupación—. ¿Por qué debería tener algo que confesarte? Sir Alexander tomó una respiración profunda, sosteniendo los resultados de las pruebas en su mano. La seriedad de su expresión no se desvaneció.—Estos resultados de las pruebas, Elvi —dijo lentamente—. Indican que César... César es mi hijo. El silencio llenó la habitación mientras la revelación se asentaba. Elvira parpadeó, pareciendo aturdida.—¿Qué? Pero eso... eso no puede ser posible —balbuceó, sacudiendo la cabeza como si pudiera deshacerse de las palabras que acababa de escuchar. Pero Sir Alexander no apartó la mirada, su expresión era seria y decidida. Había esperado con ansias el momento, a pesar de ver la confusión en su amada, no quería dejar pasar esta o
Sofía seguía a su esposo, César, hacia el auto que aguardaba a la familia. Al divisar a Mía y su madre, una ola de sorpresa la inundó. Conocía su historia y, en cierta medida, la comprendía, pero no podía evitar albergar cierta reticencia hacia Mía. De repente, su mirada se cruzó con la del vagabundo que habían encontrado durante su paseo por el lago; él la observaba con insistencia desde lejos.—César —llamó con suavidad, captando su atención. Él giró la cabeza hacia ella, su rostro era un lienzo de frialdad—. ¿Podríamos invitar a aquel hombre a venir con nosotros? Sofía se hizo a un lado, permitiendo que la mirada de César se posara en la figura desaliñada que ella señalaba. No podía explicarlo, pero sentía un impulso irrefrenable de prestar ayuda. César, sin decir una palabra, asintió y volvió a centrar su atención en su pequeño hijo. Parecía buscar refugio en el amor puro e incondicional que solo un niño puede ofrecer.Mientras tanto, Sofía, acompañada de Fenicio, se acercó al va
El viaje de regreso fue más que silencioso. Parecía como si todos en el avión tuvieran algo importante en qué pensar. César, con su pequeño hijo en brazos al que no había querido soltar, suspiraba mientras se repetía una y otra vez que eso tenía que ser un error. No podía dejar de ser el hijo del hombre maravilloso que era su padre. ¡No podía! Las palabras de Sofía, su madre y Sir Cavendish resonaban en su cabeza, pero César se negaba a aceptarlas. No podía creer que el hombre que lo había criado, que lo había amado y cuidado, no fuera su verdadero padre. No importaba lo que dijeran las pruebas o lo que insinuara la ciencia. Para César, Javier López siempre sería su padre. La incertidumbre y la confusión llenaban su mente, pero también la determinación. Determinación de proteger a su familia, de buscar la verdad, y de enfrentar cualquier desafío que se presentara. Porque al final del día, no importaba quién fuera su padre biológico. Javier López era el hombre que lo había criado, e
Al llegar al antiguo apartamento de soltero de César López, aún llevaba a su pequeño en brazos, profundamente dormido. El niño demostraba una seguridad y confianza en su padre, similar a la que César había experimentado toda su vida en los brazos de Javier López. Lo acomodó en su enorme cama y se quedó observándolo en silencio, haciéndose preguntas. ¿Sabría su padre que él no era su hijo biológico? ¿Habría amado a Javier si no fuera su hijo biológico? Y para su sorpresa, la respuesta fue sí, tanto su padre como él habrían amado a un pequeño ser como su hijo que confiaba ciegamente en ellos. En ese momento, César sintió una oleada de amor inmenso por su pequeño hijo, un amor que trascendía la sangre y la genética. Se dio cuenta de que el amor verdadero de un padre no se basa en el ADN, sino en los lazos emocionales, en el cuidado y en la dedicación incondicional. Él había amado a Javier mucho antes de saber que era suyo. Mirando a su pequeño dormir tranquilo, César recordó todas las