Capítulo 32
Carlos me dejó ir. No fue por la relación que teníamos, sino porque Sara lo estaba esperando.

—Límpiate las lágrimas, y cuando volvamos no digas lo que no debes,— me ordenó.

En el coche de regreso a la casa familiar, los tres permanecimos en silencio. Yo iba en el asiento del copiloto, mientras que Sara, todavía asustada, se acurrucaba lánguidamente en los brazos de Carlos. Como siempre, se acomodó sobre él, con sus cuerpos estrechamente unidos.

Carlos acariciaba la cabeza de Sara, interactuando de manera cariñosa y familiar. Sentí una profunda tristeza, por estar atrapada de forma tan pasiva en esta relación.

Levanté ligeramente la mirada y pude ver a Carlos observándome a través del espejo retrovisor. Cada vez que miraba hacia el espejo, ahí estaban sus ojos fijos en mí. Su querida hermana estaba en sus brazos, pero aún así tenía tiempo de mirarme. La escena en el asiento trasero, tan cálida, me incomodaba profundamente, pero Carlos insistía en seguir observándome.

La atmósfera
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