Capítulo 162
Nunca imaginé que lo que pasaba entre Carlos y yo se convertiría en un espectáculo público.

Especialmente siendo adultos, ¿cómo podíamos llegar a los golpes por cuestiones sentimentales?

¡Qué vergüenza!

Carlos giró la cabeza lentamente hacia mí, con los ojos llenos de furia, y dijo:

—¿Me mordiste por él?

El sabor metálico de la sangre llenó mi boca. No fue porque le hubiera roto la piel al morderlo, sino porque sus músculos tensos habían lastimado mis encías. A pesar de mi mordida, él parecía completamente inafectado.

Levanté la cabeza despacio y, al ver la intensidad en su mirada, entendí de inmediato que su enojo no se debía realmente a sus sentimientos.

No, lo que lo enfurecía era su orgullo herido, esa sensación de humillación que ningún hombre podría soportar: la sospecha de que su esposa le había sido infiel.

Carlos había tenido una vida sin contratiempos, sin enfrentar nunca situaciones humillantes. Ahora, lo que veía frente a él era, en su mente, la cúspide del deshonor
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