(...)Hoy es el último día de plazo para presentar la solicitud de inscripción en la escuela de canto deBudapest. Después ya no será posible que se cumpla el sueño de Árpád.El director del orfanato es consciente de ello. Acaba de encenderse un cigarrillo, y está muynervioso. Su despacho es amplio, en perfecto orden; con la bandera húngara y la foto delpresidente bien expuestos en la pared principal. Hay diplomas, reconocimientos y honores. Hayfotografías en blanco y negro de niños que ahora ya son adultos, de huérfanos que –entre tanto–se han convertido en padres.El director se debate entre las dudas. Es verdad, Árpád siente una gran pasión por la música ysu oído es realmente extraordinario. Pero es un niño poco capacitado, con dificultades deaprendizaje; y la escuela de canto de Budapest nunca acepta a niños incapacitados.Quizá le ofrezcan la posibilidad de una audición: Árpád irá a Budapest lleno de esperanzas, ycantará las canciones de Barbra Streisand ante el jurado. Pe
Los clientes que acuden habitualmente a la cafetería de Imi se presentan siempre a la mismahora, tienen prisa y se impacientan con facilidad. Un señor delgado y con gafas gruesas pide unexpreso doble y un cruasán relleno de mermelada; come muy deprisa, se bebe el café de un solotrago y se mancha de migas el abrigo, igual que un niño pequeño. Imi lo ha apodado «Pulgarcito».Una mujer más bien robusta y con las cejas pintadas pide un vaso grande de leche manchada y unpanettone pequeño a la cereza, lo moja y cuando algún trozo se le escapa de los dedos ella lorecoge con la cucharita antes de que se sumerja en la leche deshaciéndose del todo. Imi la haapodado «la golosona». Un empleado de banco con la cabeza afeitada y barba pide siempre que sucafé americano le sea servido bien caliente (lo recalca siempre que viene, con cierta autoridad).Tiene la uña del dedo meñique más larga que las demás y el cuello de la camisa siempreperfectamente planchado. Imi ha encontrado un apodo tambi
La librería para la que Morgan trabaja es muy famosa y acoge las presentaciones londinenses delos más importantes escritores. Él no se pierde nunca ni una y, con los años, ha logrado reuniruna gran colección de libros firmados.Sus colegas podrían hacer lo mismo. En cambio, prefieren gastarse el dinero necesario para lacompra de esos libros de otras formas. Como si una pizza, una cerveza o un paquete decigarrillos pudieran realmente valer más.Morgan nunca sería capaz de tanta superficialidad. Es un chico distinto, ajeno a las excesivascostumbres que regulan el mundo. Como buen estratega de las pequeñas cosas, ha aprendido aescoger siempre con cuidado entre las miles de posibilidades que el destino le ofrece.La mayor parte de sus colegas, por el contrario, encuentra más cómodo confiarse al azar. Vivirsin esfuerzo, como ramas secas transportadas por la corriente.Morgan no. Él siente la responsabilidad de ser plenamente él mismo en cada circunstancia: «Noexiste viento favorabl
Nadine Gordimer habla en voz baja, casi susurrando. En su sencillez, es una mujer solemne.Morgan la observa y piensa que le gustaría ser como ella. No le envidia la fama, ni el talento, sinomás bien la completa serenidad que se desprenda de sus gestos y de sus palabras.También Imi está admirado por Nadine Gordimer: quisiera reunir el valor para hacerle unapregunta. Quisiera preguntarle qué piensa de Proper Coffee. Ella, sin duda, sabría decirle laverdad. También el tiempo, algún día, lo hará. Solo que el tiempo es mucho más lento que unarespuesta directa.Nadine Gordimer, entre tanto, empieza a firmar autógrafos.Los lectores, con rigor británico, se alinean ante ella en una fila ordenada.Sin necesidad de sacarlas, Imi cuenta las monedas que le pesan en el bolsillo, ha aprendido areconocerlas por su forma. La de cincuenta peniques es heptagonal; la de diez, redonda. La libra,en cambio, es gruesa y pesada.¡Qué suerte! Tiene suficiente calderilla para comprar un libro y transf
Margaret Marshall está en su casa de Sloane Street. El salón-biblioteca, forrado de libros, es unlugar cálido, siempre, incluso en invierno. Un nocturno de Clara Schumann impregna el cuartocomo un perfume antiguo. Las luces encendidas son escasas. A ella le gusta así: vive muy próximaa la oscuridad. Sobre todo hoy que ha debido afrontar una nueva intervención quirúrgica, unenésimo pequeño corte para desfigurarle el rostro, ahora ya lleno de cicatrices.Dentro de poco, el recadero de Harvey Nichols pasará a traerle lo que ha pedido por teléfono:pan, azúcar, medio kilo de peras, unas hojas de menta fresca y un poco de canela.Es un chico originario de Oriente Medio, bastante guapo. Siempre inseguro y cohibido contodos. Especialmente con ella.Antes de entregarle la compra, en el pequeño espejo del ascensor, el mozo se ajusta el nudo dela corbata y comprueba que los cabellos se hallan en armonía entre ellos.Está tenso, se siente incómodo. Nunca sabe qué decir. Sobre todo cuando l
Hoy, el niño que no habla por fin ha hablado. Pero estaba solo en el cuarto y nadie le ha oído.Ha ocurrido hace un momento, mientras jugaba con el hámster de Barnabás, el hámsterpermanecía quieto sobre su mano. Tan solo los bigotes se le movían un poco, con esa especie detemblequeo típico de los roedores. Él ha ido levantando la mano muy despacio, por miedo a queel hámster se asustara, se ha acercado el animalillo a la cara y a media voz le ha susurrado:–Te quiero mucho.9–¡Lynne! ¡Lynne! ¡Ha ocurrido una cosa terrible! –chilla Imi nada más llegar a casa.Como de costumbre, Lynne atiende la llamada de su impaciencia y va a su encuentro conternura.–¿Qué te ha pasado esta vez?–¡La directora del café se ha enfadado conmigo y ya no me habla!–¡Dios mío! ¡Ya te dije que no la contradijeras!–Pero ¡si yo no la he contradicho!–Y ¿entonces por qué se ha ofendido? ¿Qué le has hecho?–¡Nada! Hoy ha venido al café con un nuevo corte de pelo que le sentaba realmente fatal, es laverdad,
A pesar de odiar la alta costura y de detestar el absurdo culto de las pasarelas, Margaret siempreha admirado a Yves Saint Laurent, porque ese hombre melancólico, con sus vestidos un pocoambiguos, ha logrado refinar el mundo, haciendo a la mujer un poco menos mujer y al hombre unpoco menos hombre. «No importa lo que vosotros penséis de mí; lo que importa únicamente eslo que yo pienso de vosotros.» Margaret lo leyó una vez en un enorme cartel publicitario de lascreaciones del estilista argelino. Una frase poderosa contra el juicio de los demás, útil paracualquiera, pero indispensable para un artista.En los años que siguieron, nació entre ellos una amistad construida sobre todo de cartas y dellamadas telefónicas. Dos almas muy parecidas: amantes de la soledad y del arte. Dos almasprivilegiadas, pero condenadas a la incomprensión y a la incomunicabilidad.Con ocasión de la entrega del Nobel, más tarde, Yves Saint Laurent creó para Margaret unvestido realmente especial inspirado
Fuera de la estación, los árboles acogen gran cantidad de anuncios, en su mayoría escritos amano en hojas volantes clavadas de mala manera en la corteza con una chincheta de dibujo. Sevende de todo: desde estufas a cocinas de gas, desde huevos de gallina a leña para hacer fuego.Las calles secundarias no están asfaltadas, y basta un breve temporal para transformarlas enpantanos. Las numerosas viviendas medio en ruinas, protegidas por perros enjutos y agresivos,ocultan historias de dolor y de privación. Algunas han sido abandonadas y la hiedra ha acabadopor enfilarse a través de los cristales rotos y colonizar su interior. Al mirar estas casasespectrales, de siglos de antigüedad, con los tejados inclinados, las chimeneas tambaleantes y losmuros llenos de grietas, uno se pregunta cómo es posible que no se derrumben.En una de esas frágiles casas, la peluquera recibe a su clientela. Horarios y precios estánresumidos en un cartel pegado con papel celo en la ventana de un dormitori