El día en el que Imi abandonó el orfanato llovía. Los niños se fueron despidiendo de él porturno: los mayores no lloraron. Los pequeños sí. Imi se dirigió a pie, solo, hacia la pequeñaestación verde de Landor. Como siempre, le pareció un lugar tétrico: los cristales hilados de lasala de espera, las pintadas de amor en las paredes de los baños, la taquillera prisionera en sugarita con los visillos de encaje amarillentos por el tiempo, los billetes escritos a mano, el reloj deplástico negro con su ruidosa manecilla de los segundos y las vías herrumbrosas, que acaban allí,porque Landor es la última estación. El final de Hungría, pero también el principio del resto deEuropa.Imi había estado esperando aquel viaje durante mucho tiempo y miles de veces al menos se lohabía imaginado, antes de quedarse dormido. Había fantaseado también sobre el últimomomento de todos: aquel en el que el jefe de estación, que llevaría un gorro rojo –cómico y unpoco circense–, atravesaría a la carrera
Imi ha nacido en junio, pero el día exacto de su nacimiento tan solo su madre lo sabe. Como lessucede a muchos otros huérfanos de Landor, también en su caso el cumpleaños coincide con lafecha en la que fue abandonado. Ada neni le ha contado, con todo lujo de detalles, cómo loencontraron al menos un centenar de veces; e Imi, todavía hoy, lo revive a menudo con lafantasía, con la esperanza de llegar a recordar el rostro de su madre. Un rostro que él, duranteunos cuantos días, llegó efectivamente a conocer; pero que, por desgracia, le ha desaparecido de lamemoria.Y en eso está: imaginándoselo todo ahora también, a bordo de un tétrico vagón de la CircleLine londinense.Hace calor, un automóvil rojo se detiene ante la verja del orfanato. Trascurren dos o tresminutos. Son dos o tres minutos importantes: aquellos en los que la madre de Imi decide que seseparará de él para siempre.Mientras tanto, el portero está aburrido.En su garita, protegido del sol, está mirando un telefilm en
(...)Ahora son casi las ocho y, dentro de poco, en la sala del dormitorio, se apagarán las luces. Losniños están poniéndose sus pijamas descoloridos, que tienen siempre las mangas demasiadocortas o demasiado largas, y que –con los años– han pasado de mano en mano, de remendadora enremendadora.Berta neni les da un beso a todos en la frente y se retira en su cuartito, feliz de que los niñoshayan pasado un día inolvidable.«Es increíble la de veces que la felicidad puede reinar en un sitio como este», piensa. Y se dacuenta de que, tal vez, la felicidad no dependa tanto de lo que se posee, sino de saberse resignar alo que no se tiene.(...)A pesar de sus cincuenta y dos años, Lynne sigue vistiéndose como una chica joven. Se adornael pelo con mariposas de colores y se pone faldas cortas y ceñidas, demasiado incluso.«Baby Jane Hudson» la ha apodado con malicia su vecina. Y, sin embargo, cada vez que se miraal espejo, Lynne se siente feliz con su aspecto. Es una mujer despreocupa
Esta noche Imi está muy cansado, pero ha empezado de todas formas a leerse el manual que ladirectora de la cafetería le ha entregado hace un rato. Quiere mejorar en todo, y ganarse la estimade sus superiores.El manual presenta un aspecto de lo más ordenado: está dividido en tres partes y cuenta connumerosos capítulos. Algunas frases han sido escritas en negrita; otras, en cambio, en unaelegante cursiva.Imi empieza por la introducción:Bienvenido al prestigioso mundo de Proper Coffee: la más célebre cadena de cafeterías del ReinoUnido. Este manual informativo te ayudará a conocer mejor nuestra empresa. Un consejo:empieza por el principio y no te saltes ningún pasaje, toda la información recogida en las páginasque siguen serán fundamentales para una correcta comprensión de tu trabajo.Imi está emocionado, las palabras del manual, desde el principio, suscitan en él la sensación deser muy amables y consideradas hacia él. Toma una decisión: no se irá a dormir hasta que no se loh
Ya es de día. Imi se ha puesto el despertador a las seis y media porque se ha leído a la perfecciónel manual del café y lo último que quiere es llegar tarde. Fuera todavía es de noche. Imi se viste,apura mucho el corte de las uñas de las manos y saca de la hucha un billete de veinte librasesterlinas: la fianza para su uniforme de asistente general.Anoche, el director de filial le explicó que los uniformes de Proper Coffee se confeccionan conlos mejores materiales y, en consecuencia, son muy costosos. La fianza, por lo demás, le seráretenida tan solo si llega a perder el uniforme o lo estropea; y, considerando lo cuidadoso que es,no hay motivo por el que preocuparse.Se le exigirán además otras fianzas para la llave de la taquilla y para la tarjeta magnética deidentificación: nada menos que cuarenta libras esterlinas que Imi tendrá que desembolsar aProper Coffee antes incluso de recibir su primer sueldo. Una cifra desorbitada para él, pero queel director de filial, con una so
Imi vive en Londres desde hace ya varias semanas y, sin embargo, apenas conoce nada de laciudad. El problema es que si las metrópolis son demasiado grandes para nuestra mente,imaginémonos Londres. Imaginémonos una ciudad tan vasta y heterogénea, millonificada enhilos de lo más enmarañados. Tupida y pululante como las ramas de un seto, ordenados enapariencia, pero monstruosos después, al contemplarlos de cerca, y llenos de miles de nudos.En este lugar tan incomprensible, destinado a la más completa impenetrabilidad por los siglosde los siglos, Imi ha experimentado desde el principio una sensación de impotencia, y se hasentido pequeño, como un gusanillo, uno de los muchos que se mueven por Londres siempre deprisa, y sin pausa.¿Cómo podrá apañárselas él, acostumbrado a los bosques y a los ciervos de una pequeña aldeahúngara, para entender esta ciudad? ¿Para interpretar un lugar que en sus sueños le parecíasencillo, pero que ahora, en la realidad, se le mostraba gigantesco, osc
Hoy una oronda clienta americana le ha pedido a Imi algo con su marcado acento tejano. Él noha entendido nada, como es lógico. Sabe bastante bien inglés, pero con los americanos tienesiempre dificultades, especialmente cuando hablan demasiado deprisa y unen todas las palabrasen una especie de trabalenguas.Después de haber repetido su pedido hasta tres veces, la clienta estadounidense ha perdido lapaciencia: IWannaTalkToYourSupervisor!, ha estallado. Andrew ha acudido al instante paraintentar apaciguarla:–¡Señora, tiene usted toda la razón! ¡Lo que ha ocurrido es realmente imperdonable! Es que elchico es nuevo, extranjero, sabe usted; se ha puesto nervioso, y ya no ha sido capaz decomprenderle. ¡Le garantizo que no volverá a suceder nunca más!La típica estrategia de dar coba, siempre acertada con los clientes difíciles. Hasta el punto deque, al final, la mujer se ha excusado por todo el jaleo y ha dejado incluso una libra esterlina en elcestillo de las propinas.Andrew odia
Imi ha telefoneado hace un momento al orfanato de Landor. Ha pedido que le pasen a Árpád yle ha dicho que acaba de comprar para él un gigantesco póster de Barbra Streisand.El póster le será enviado hoy mismo y llegará a Landor en menos de una semana. Árpád sesiente feliz. Siente dentro de sí una alegría sin límites. Deambula por las salas del orfanato yabraza a todos. Pero no explica a nadie el motivo de tanta felicidad, tiene miedo de que le tomenel pelo por esa pasión suya.7Andrew y Victoria han finalizado hace poco su turno de trabajo y están volviendo a casa en elmetro. Durante el largo trayecto, en vez de leer un libro o un periódico, se conforman con mirarfijamente un punto en el vacío, con la mirada perdida. Casi parece como si estuvieran muertos. Asus treinta y dos años no han aprendido todavía a observar el mundo. Sus vidas, pese a serdistintas, son parecidas, exactamente igual que las casas en las que viven: estudios anónimos,decorados con muebles impersonales y