¡La fiesta de la unión!_Escena: Las manadas celebran la unión de Aaron y Jade_La noche de bodas de Aaron y Jade se convirtió en una gran fiesta para las dos manadas. La música y los cantos llenaron el aire, mientras los lobos bailaban y se divertían.Marcus y Eva, los líderes de las manadas, se acercaron a Aaron y Jade."Hijos, ustedes han unido nuestras familias y nuestras manadas", dijo Marcus. "Les deseamos una vida llena de amor y felicidad."Eva les entregó un regalo, un collar de cuero con un símbolo de la unión de las manadas."Este collar simboliza nuestra unión y nuestra fuerza", dijo Eva.Aaron y Jade se miraron, emocionados."Gracias, padres", dijo Aaron.La fiesta continuó hasta el amanecer, con risas, cantos y bailes.Pero en las sombras, Jason y Lyra observaban con rencor."Este no es el fin", dijo Jason. "Vamos a hacer que Aaron y Jade paguen por su felicidad."Lyra sonrió."Tengo un plan", dijo.¡La preparación para la venganza!_Escena: Jason y Lyra preparan su ejér
¡La defensa!_Escena: Las manadas unidas se preparan para defenderse_Aaron y Jade inmediatamente convocaron a las manadas unidas para prepararse para la defensa."Lyra ha traicionado", dijo Aaron. "Tenemos que proteger nuestro hogar."Jade asintió."Estamos listos", dijo.Jason, devastado por la traición de Lyra, se unió a la defensa."La voy a detener", dijo.Las manadas unidas se posicionaron en sus lugares estratégicos, listas para enfrentar el ataque de Lyra y sus aliados.La batalla comenzó, con Lyra liderando el ataque. Pero las manadas unidas estaban preparadas.Aaron y Jade lucharon con ferocidad, mientras Jason se enfrentó a Lyra."¿Por qué?", preguntó Jason.Lyra se rió."Por el poder", dijo.La lucha fue intensa, pero las manadas unidas mantuvieron su posición.De repente, un grupo de refuerzos llegó para ayudar a las manadas unidas."¡Son los lobos de la manada del norte!", gritó Aaron.Los lobos del norte se unieron a la batalla, y la suerte comenzó a cambiar.¡El enfren
Extraños son, muchas veces, los comienzos de las historias humanas. Extraños y llenos de imprevistos y de dudas y de improvisaciones. Porque cuando Bardo entró con su banda de casi-niños a la casa aquella, en la que esperaba encontrar algunos aparatos, algunas joyas y sobre todo dinero, la imaginó deshabitada, sumisa, lista para la búsqueda y para el hallazgo. Y sin embargo no fue así. Sucedió que el hijo mayor de los dueños —"Los dueños son todos iguales", solía repetir Bardo— se sintió grande en sus diez años recién cumplidos y quiso quedarse solo. Cuando escuchó ruidos en el comedor, se levantó creyendo que encontraría a sus padres y a las esperables preguntas sobre su soledad: "¿Cómo fue todo?, ¿no tuviste miedo?, ¿algo raro?", pero, en lugar de las frases amables que sus diez años buscaban, se encontró con el revólver del Lungo, que se le disparó sin cuidado, sin destino. Se le disparó para siempre, siempre. La bala rozó la cabeza rubia que buscaba preguntas amabl
Se querían Bardo y Hugo. Con ese cariño lejano queparece no contaminar mucho a ninguna de las partesinvolucradas. Pero se tenían un buen afecto. Hugo lo h,ibía adoptado a Bardo desde chiquito, cuando descubrióque detrás del pibe que iba camino a la pesada, casi sin escalas, había una inteligencia que sabía escuchar. Y Bardose había pegado a ese carpintero torpe, que se sentaba durante horas a la puerta de su negocio con un mate y unosbizcochitos, a abrirle las puertas más cerradas de su alma. Se sabían casi únicos en esa historia de confesionesy secretos, y esa sensación había servido para acercarlostodavía más. No se puede saber exactamente hasta dóndellegó Bardo con su sinceridad. Es posible pensar que sepermitiera franquezas que ninguno que los conociera habría imaginado. Hugo era el único que podía sacar al chico de su habitual parquedad y, a la vez, Bardo era vitalpara el carpintero. Bardo era su principal conexión con elmundo que empezaba en la puerta de su carp
Una puta —dijo el jefe de los intrusos. —Sí, ¿y? —dijo Nueve. —¿Cómo "y"? Que algo tendrá, algo ya habrá hecho —se plantó el Jefe, como para que no quedaran dudas de 12 que ya había elegido su objetivo y de que ningún advenedizo lo iba a apartar del botín que imaginaba esperándolo en la cartera plateada no demasiado grande. —¿Qué? ¿Ahora apretamos putas? —quiso seguir cuestionando Nueve, a partir de algún tipo de honor mancillado. —Apretamos lo que tenga plata, chabón. Y si no te gusta, te las podes tomar. Nadie te llamó. Los demás no quisieron formar parte de la diferencia de opiniones porque la navaja a resorte del Jefe era famosa, y además porque, secretamente, tal vez estaban complacidos de que el dinero de esa noche llegara con tanta simpleza. —Vos, tópala por adelante, que yo la aprieto por atrás— ordenó el Jefe. Sabían moverse. Pato corrió unos metros por la vereda de enfrente, antes de cruzarse en la imaginaria línea de camino de Elizabeth. Cuando la muje
La madre le había enseñado el amor por su nombre y por la memoria. El padre lo había inundado de su orgullo por el anarquismo. La madre le hablaba de lejanos héroes hebreos. El padre, de Antonio Soto, el español que se había puesto al frente de los campesinos patagónicos cuando las huelgas de 1919. Y había también una historia, claro: 18 "Llegó un momento en que los últimos obreros que todavía resistían fueron rodeados en los campos de una de las es tandas. Y hubo que decidir si pelear o entregarse. Los que dirigían el movimiento dijeron que había que combatir hasta el final. Pero los hombres ya estaban cansados de tanta lucha y, cuando hubo que votar, resolvieron rendirse a los soldados del teniente coronel Várela. Pero Soto no quiso suicidarse: sabía que Várela tenía orden de fusilarlo no bien se entregara y no tenía la intención de darle el gusto. Esa noche, cuando los campesinos cabalgaron con una handera blanca para ponerse a las órdenes de Várela, Soto se perdi
—Bueno, quién sabe. Ahora tengo que seguir trabajando, Nueve. Cerra la cortina, que vamos a arreglar el DiTelia este que lo van a venir a buscar a la tarde.Nueve era el único del barrio que conocía el secreto dela eficacia mecánica de don Eleazar. El hombre colocó susollas alrededor del auto y empezó a danzar en el taller,mientras recitaba los conjuros de los nativos de SierraLeona. Con la práctica, había descubierto que la danzaLa carpintería seguía cerrada. Eran más de las once y• Bardo le pareció una exageración esa costumbre de Hugode abrir casi al mediodía cuando la noche anterior terminaba con una borrachera inmortal. Ya se habían ido dosdientas que se habían cansado de esperar y Bardo pensóque era su deber de amigo entrar a la casilla y despertaral carpintero. Lo imaginó tirado en el catre, boca abajo,COn un aliento a alcohol que inundaría la habitación casihasta la náusea y pidiendo por favor que lo dejara morirtranquilo, que esa casilla de mierda y esa carpinte
lvido. El sol empezaba a hacerse un simulacro en el horizonte y el fresco del otoño ayudaba a aumentar la sensación de silencio que invadía todo. Bardo explicó las líneas de acción con detalle, para que nadie pudiera alegar ignorancia de sus deberes. —Quiero que ese sepa con quién se metió y por qué le va a pasar lo que le va a pasar. No le van a dar más ganas de andar metiéndose en la Villa para afanar nada y tampoco le van a quedar ganas de meterse con la Elizabeth. Además, el plan empezaba con un detalle curioso, por no decir inverosímil. El plan empezaba con una carta. —Esta es la carta que escribí, y vos, Pelado, te vas a ir hasta el barrio y se la vas a dejar en el kiosco del Pitu. El Jefe para siempre ahí. Después nos dejamos caer por el barrio el sábado a la noche. En El Trópico hay joda y van a estar todos. Yo voy a llevar el fierro. Ellos alguno van a tener. Nos vemos el sábado a las diez en la pizzería. Pocas palabras. Las necesarias para ser dichas. Las otras,