Capítulo 4
Al segundo siguiente, entró Ana.

Si Leticia la había dejado en clase de baile, ¿por qué estaba aquí?

—Sheila, ¿qué estás haciendo?

—Estoy buscando información en Internet.

Para entonces, el vídeo se había terminado de copiar y me apresuré a sacar el USB.

—Ana, no se lo digas a nadie, es un secreto entre nosotras, ¿de acuerdo?

Me agaché y le di un caramelo.

Aunque estaba sana y salva aquí a cambio del sacrificio de mis hijos, ella no sabía de todo eso, y no tenía porque odiarla.

—De acuerdo. ¡Yo también quiero contarte un secreto!

Me miró.

—Vi a Fernando arrojar tu bebé y tenía mucho miedo, por eso no me atreví contárselo a nadie.

El corazón me dio un vuelco.

—No tengas miedo, Ana, cuando llegue el momento, necesito que me hagas un favor...

...

Cuando Fernando volvió, ya había ordenado el estudio.

Se notaba que fue aterrorizado anoche, poque su cara seguía pálida.

En la cena, cuando Leticia le ponía comida en el plato, preguntó:

—Fer, ¿qué te pasa? No te ves muy bien.

Este no le contestó, sino que me miró.

—Sheila, ¿no estudiaste por un tiempo cosas de las energías de los objetos? Mira a ver si esta casa tiene algún problema.

Yo estaba esperando a que dijera eso.

Mis esfuerzos no fueron en vano.

—Sí, echaré un vistazo.

Entonces, revisé las habitaciones una por una antes de decirle: —Creo que algo va mal en esta casa, la energía que transmite no es buena, ¿qué tal si nos mudamos?

Al oír eso, Leticia enseguida dijo:

—Pues mudémonos lo antes posible, que Ana se acaba de ponerse bien.

Fernando tenía una expresión tensa.

—Sí, compremos otra casa.

—Bien, justo tengo un amigo que está vendiendo una casa.

En esa casa había un pasadizo secreto, lo que me facilitaría asustarle.

Mi intención no era más que torturarlo y quebrar su estado de ánimo.

Pronto, nos mudamos.

Fernando y yo nos alojamos en el dormitorio principal que contaba con un sótano, lejos del dormitorio de Leticia y Ana, así no me escucharían cuando torturara a Fernando.

Empecé a asustar a Fernando todos los días.

Tuvo un ataque de nervios y varias veces nos preguntó a Leticia y a mí si habíamos oído ruidos extraños.

Dijimos que no, y no le quedó más remedio que ir al hospital para que le hicieran un chequeo.

El médico dijo que estaba bien.

También contrató a un maestro de las energías para que comprobara la casa, pero no detectó ningún problema.

No obstante, cuanto más le decían todo estaba bien, más pánico sentía.

Ya no podía ni trabajar bien.

De modo que, Lucía aprovechó la oportunidad para hacerse con el control de la empresa y ganarse el favor de la gente.

Yo le aconsejé hacerlo, después de todo, si iba a ser la heredera, tenía que ponerle más dedicación.

Por la noche, me llamó para encontrarse conmigo.

—Los accionistas fueron sobornados.

—Fernando compró sus acciones, y legalmente ya es el presidente, no necesita que mi padre lo nombre para serlo, así que tu plan no va a funcionar.

Tomé un sorbo de mi café.

—Entonces que sea el presidente.

—De hecho, tú no tienes ni idea de administrar una empresa. Me dijeron que ahora la empresa está en una crisis, que Fernando se haga cargo de resolver la crisis.

—Cuando saque la empresa de problemas y esta esté a punto de salir a bolsa, será el momento perfecto de que muestres al mundo las pruebas que te aportaré.

—Después de que vaya a la cárcel, pediré el divorcio y las acciones se dividirán y te las daré a ti.

—Ahora solo nos queda esperar.

Dejé de asustar a Fernando para que pudiera manejar correctamente los asuntos de la empresa.

Leticia dormía con él cada dos por tres.

Como ya reuní todas las pruebas, solo me quedaba esperar ese día.

Pero hubo un incidente antes de eso.

Fernando descubrió que alguien había tocado su ordenador.

Leticia y yo éramos las únicas sospechosas.

Leticia dijo inmediatamente: —Yo no estaba en casa ese día, tengo pruebas.

Así que me quedé sola como sospechosa.

Fernando me miró fijamente.

—Sheila, ¿tocaste mi ordenador?

Aferré con fuerza mi abrigo y no paraba de sudar frío.

¿Por qué Lucía tardaba tanto?

Si ya le envié un mensaje.

Pues bien, en el momento crítico, Lucía entró en escena.

—Vaya, ¿qué está pasando?

Fernando la ignoró y siguió preguntándome: —Sheila, dime si has tocado mi ordenador, no te haré nada, solo dime la verdad.
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