Capítulo 2
Cuando llegué a casa, dije que estaba muy cansada y llevé a Dani al dormitorio.

En realidad, necesitaba estar sola para ordenar el caos que tenía en mente.

¿Por qué Fernando tenía que tener un bebé conmigo para encontrar la médula ósea compatible?

Cabía mencionar que la probabilidad de emparejamiento era mínima.

Por lo que solo podía llegar a una conclusión lógica...

Ana era su hija biológica, por eso quería tener un bebé conmigo, solo así podía aumentar esa probabilidad mínima.

Mirando la pared decorada por fotos de esos cuatro niños fallecidos, me sequé las lágrimas.

«No se preocupen, vengaré por ustedes».

Escuché hablar de que a todo el mundo le llegaría el día del despertar, y cuando llegara ese día, el individuo se volvería sensato y espabilado.

Ahora parecía que era cierto.

En los días siguientes, me dediqué a recuperar mi condición física, y dejé a Dani con mi madre con el pretexto de que estaba trabajando.

Lo primero que hice al recuperarme fue ir a recoger a Leticia Gómez.

Ella era el amor platónico de Fernando.

Salieron juntos durante cuatro años.

Pero rompieron por razones desconocidas, y luego Fernando me conoció en una cita a ciegas.

Ahora que lo pensaba, descubrí que su propósito de casarse conmigo fue por la médula ósea desde un principio.

Leticia estaba en un hospital.

Fernando me había dicho que estaba en el Hospital Santa Mónica, así que la encontré rápidamente.

Estaba dando un beso a Ana en la sala de paciente.

—Ana, a partir de ahora ya eres como los demás.

Pero eso era a cambio de mis cinco embarazos y cuatro niños muertos.

Los niños eran todo para una madre, pero yo ya perdí a cuatro con solo veintitantos.

Apreté los puños, con el corazón lleno de tristeza y rabia.

Tranquilizándome, entré a la sala con mi regalo.

Leticia se sorprendió al verme.

—¿Qué haces aquí?

—Me enteré de que Ana había encontrado la médula ósea compatible y que la operación había sido un éxito, así que vine a verla —pronuncié en voz baja.

—¿Desde cuándo eres tan buena?

Leticia desconfiaba un poco de mí.

Después de todo, había tenido algunas peleas con ella antes de esto.

¿Por qué? Muy simple, me ponía celosa cada vez que se juntaba con mi marido.

Y discutí con ella en algunas veces que los vi comiendo juntos.

—Me he dado cuenta de que Fernando solo te ama a ti, y no quiero seguir forzando una relación.

—Si quieres ser la Sra. Gutiérrez, te entrego el título —dije mientras tiraba del pelo de Ana mientras no miraba.

No la estaba convenciendo.

—Si estabas tan enamorada de Fernando, ¿a qué viene esto de repente?

—Porque él no me quiere y ya me cansé de exigir el amor, si no me crees, puedes venirte a vivir un tiempo en nuestra casa, te demostraré mi intención.

Después de eso me fui.

Sabía que no rechazaría esa oportunidad.

Ya Fernando lo mencionó una vez.

Decía que le daba pena que una madre soltera viviera sola sin ayuda de nadie.

Pero en ese momento le borré la idea con un no rotundo, y el tema no volvió a ser mencionado.

Llevé el cabello de Ana a hacer la prueba de paternidad con el pelo de Fernando.

Los resultados del informe se conocieron una hora más tarde.

Sin ninguna sorpresa, Ana era su hija.

Apreté con fuerza la prueba de paternidad y mi corazón era todo tristeza.

Había amado a Fernando durante tantos años, pero él solo me usaba como una herramienta para concebir un niño de su sangre.

Por suerte, Dios me ayudó a desenmascararlo a tiempo.

Cuando llegué a casa, Fernando ya había hecho la cena.

Me abrazó con alegría.

—Lety me contó que la invitaste a vivir aquí. Sheila, te agradezco tu comprensión.

Era la primera vez que veía una sonrisa tan feliz en su cara.

Le devolví el abrazo.

—Tienes que cuidarla bien, como mujer, sé muy bien lo duro que es ser madre soltera.

—Claro.

Sonrió ampliamente.

Pronto, Leticia llegó con Ana.

Fernando se emocionó mucho y abrazó a Ana.

—Ana, te preparé algo delicioso, ven a probarlo.

Amaba su hija con Leticia, pero pasaba de mis cinco hijos.

Mi corazón finalmente se destrozaron en añicos.

Leticia me miró y me susurró: —No es tarde que te hayas dado cuenta de que no te quiere.

Sonreí ligeramente: —Fernando es todo tuyo.
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