—¡Estamos en Rusia, hace un frío terrible y se ve que me estoy congelando! — Respondo rápidamente llena de rabia. —¡Deja de actuar así, no tienes ni el más mínimo respeto por mí!
—¿Tú quieres que te respete?, ¡dime que no lo has dicho! —Comento riendo con tristeza. Su cerebro se ha evaporado, eso seguro. ¿Cómo puede pretender respeto después de todo lo que ha hecho? Digo yo, me ha secuestrado, me ha tratado de la peor manera posible, ¿y exige respeto? El coche frena bruscamente y salgo disparada hacia adelante. Por suerte las manos se apoyan en el salpicadero atenuando de esta manera el golpe.
—¡Debes respetarme! Me agarra por los brazos y me zarandea mientras nos miramos a los ojos. Su rostro está enrojecido y tiene los ojos fuera de las órbitas. Tiene la frente sudada y jadea.
Desconcertada y confusa, intento abrir los ojos lentamente. ¿Qué diantres ha pasado? Solo recuerdo que no me encontraba bien. Ahora me encuentro en la habitación, no estoy sola. En el sillón que está junto a la ventana se encuentra Vicenzo, con las manos apoyadas en las rodillas mirando el vacío.Mirándolo así, parece innocuo y adorable hasta cierto punto. ¡Oh, vamos! No puedo haber pensado eso. Debería odiarlo, no encontrarlo adorable. No me muevo, solo quiero que se dé cuenta de que lo estoy observando. Quiero disfrutar un poco más de este Vicenzo indefenso y carente de frialdad.Observo ese rostro cansado y preocupado. Su mirada está triste, no tiene ese extraño resplandor que he podido comprobar solo en nuestros momentos de paz. Entrecruza los dedos y suspira. Parece frustrado, quién sabe si será por mí. Solo le importa &
Dejo caer la toalla al suelo y me observo en el espejo. De perfil el abultamiento comienza a notarse. Han pasado dos meses desde el descubrimiento que ha cambiado todo. Se puede decir que ahora he aceptado la situación, no tengo mucha elección. La idea de tener un niño me asusta. Aun así, pienso que es una bendición.Una vida crece en mi interior. Acaricio la barriga con ambas manos y sonrío. Nunca habría imaginado un cambio tan radical, y sin embargo, ha tenido lugar. Sigo todavía pensando que ha tramado todo esto, aunque continúa negándolo. El cambio no solo me ha afectado a mí, sino a ambos… Él ha cambiado para mejor. Ya no adopta esa expresión penetrante y no trata de mandarme. Es cariñoso y atento, se preocupa siempre y cada pequeña queja para él equivale a una catástrofe.La semana pasada me visitó el m&e
Hoy me he despertado con extraños caprichos y me siento más descarada de lo habitual. Me he levantado de buen humor, me he tomado un desayunado completo con Vicenzo y luego se ha marchado. Me aburro sin hacer nada y, visto que por la comodidad de todos he aceptado la situación, querría pasar mis días de manera diferente. Mientras pensaba en lo vacíos que son mis días se me ha ocurrido preparar una sorpresa a Vicenzo. He pedido a uno de sus hombres si podía llamar a Sahara. Ella es la única que tiene contacto con el mundo exterior, espero que pueda ayudarme.Desde que estoy embarazada él está más relajado. Por la noche pasa horas y horas contemplándome, acariciándome mi barriga. Si por desgracia por la noche me levanto, ya que debido a mi estado tengo que ir a menudo al baño, él se levanta de golpe y pregunta fatídicamente: ¿estás b
La abro y encuentro un reloj: el regalo para Vicenzo. Estoy muy agradecida a Sahara por haber pensado en esto, mañana le daré las gracias. Poso la caja en el comodín y después tomo las velas. Las posiciono aleatoriamente por la habitación, después tomo el conjunto, me desnudo y me lo pongo. La talla es adecuada y la barriga ni se nota. Me miro al espejo y me entran ganas de reír. Nunca habría pensado hacer algo así por un hombre.—¡Adrienna! Oh no, se ha acabado el tiempo. Corro como una loca por la habitación encendiendo las velas, y finalmente, tomo las bolsas y las escondo dentro del armario. Ya estoy lista. Al final me acuerdo de que me falta algo: la bata de satén a juego. Maldición. Apresuradamente voy hacia el armario y la tomo mientras la manilla de la puerta se mueve.—Adrienna, ¿por qué la puerta está cerrada c
Un ligero soplido llega a mi rostro, no puedo evitar sonreír. Abro los ojos y veo lo más bonito que he visto nunca: Vicenzo.—¡Buenos días, princesa! —Susurra con voz ronca. Permanezco contemplándolo durante algunos minutos y pienso que por la mañana es todavía más apuesto. Tiene el cabello despeinado y los mechones rebeldes le llegan hasta sus hermosos ojos azules.—¡Buenos días a ti también! —Respondo con un hilo de voz, mientras mi mano acaricia su rostro. Cierra los ojos y se deja abrazar, mientras su mano se posa en mi vientre y lo acaricia. Quisiera besarlo con pasión. Como si me hubiera leído el pensamiento, se acerca y yo me aparto velozmente.—¿Me estás rechazando? —Pregunta frunciendo el ceño. Es adorable, no puedo negarlo.—Voy primero a la
Observo la habitación satisfecha apoyada en la jamba de la puerta. He realizado un buen trabajo. Sonrío mientras veo todos los peluches esparcidos por la habitación y pienso que si tuviera una niña, no me desagradaría que su habitación fuera así. Saboreo la tranquilidad de la tormenta porque estoy segura de que se desencadenará el caos. Me pregunto cuánto gritará. Podría incluso sorprenderme, tomarlo con filosofía y reír. ¿Pero qué estoy diciendo? Él es Vicenzo Barone, enloquecerá. Me voy al salón y permanezco sentada en el sofá ojeando una revista esperando a que llegue. De repente la puerta se abre.—¡Hola, pequeña! —Exclama con entusiasmo mientras se acerca a grandes zancadas. Me comporto como si nada y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello mientras me atrae hacia él. Me besa, me acaricia el
Me despierto de sobresalto con un fuerte dolor en el bajo vientre. Intento cambiar de posición, pero la situación no mejora. Me vuelvo hacia Vicenzo, pero no lo encuentro. El dolor persiste y me doy cuenta de que algo extraño ocurre. No me siento bien.—¡Vicenzo! —Lo llamo con voz ronca mientras me retuerzo. Se despierta y todavía somnoliento enciende la luz y me mira con preocupación.—¿Qué sucede? —Yo… No lo sé, me duele… —Intento hablar, pero el dolor no ayuda. —Llamo al médico inmediatamente. Se levanta y poniéndose apresuradamente el pantalón del pijama sale de la habitación. Intento sentarme y con gran dificultad lo consigo. Respiro profundamente para tranquilizarme, pero no es fácil. Nunca he sentido tanto dolor. La puerta se abre y él entra, pálido. Nos miramos y por primera
Los días pasan en la más absoluta soledad. Veo a Vicenzo en el desayuno, en la comida y en la cena. Ni una palabra, ninguno de los dos ha comentado lo sucedido. Paso mis días encerrada en la habitación, no salgo, no como mucho. No me apetece hacer nada. A veces me mira fijamente esperando a que yo diga algo. Entre nosotros ha cambiado todo, yo he cambiado. Ninguna objeción, ninguna pregunta, ninguna protesta. Absoluto silencio. Me pregunto el sentido de mi presencia, visto que mantiene las distancias desde hace semanas. Quisiera volver a Italia y recomenzar, intentar olvidarlo, junto a todo este dolor.—¡La cena está lista! —Irrumpe en la habitación avisándome con cierta prepotencia. No lo miro, no le digo nada. Me levanto y me dirijo hacia la el comedor pasando a su lado. Es así como hemos pasado las últimas semanas, ignorándonos. Él ha in