KAESAR: Regresé despacio a mi habitación, sintiendo el eco de sus pasos desaparecer tras doblar la esquina. Dentro de mí, Kian rugía herido, furioso, desgarrado por el dolor que Kaela nos había dejado en el alma. —¡Cállate, no nos ha rechazado todavía! —espeté mientras intentaba recobrar la calma. Era una orden dirigida tanto a él como a mí mismo—. Tenemos mucho que investigar. Vamos al despacho. Hoy no puedo dormir. —Mejor vayamos a correr —rugió molesto, luego agregó—. Veamos si escuchamos algo en la manada de nuestra Luna. La tía Artea y el inútil de Arteón deben estar detrás de lo que le sucedió al alfa Ridel. Eso era verdad. Mi tía Artea se mudó a la manada justo la semana antes de la muerte de la madre de mi Luna. Lo extraño fue que Ridel, después de su muerte, aceptó a la tía y su hijo. Seguramente esos dos tenían algo que ver con todo esto, y no me sorprendería que mi madre también estuviera implicada. Esas serpientes seguramente estaban detrás de todo. —Y seguro nue
KAELA: Cerré la puerta de nuestra pequeña habitación, sintiendo cómo mi corazón latía desenfrenadamente, como si buscara escapar de mi pecho por puro temor y adrenalina. Kian... era impresionante, hermoso y aterrador a la vez. Su presencia parecía capaz de dominar cualquier espacio, incluso el aire mismo. Nina, mi compañera de cuarto, se dejó caer sobre su cama como si el esfuerzo de regresar viva la hubiera agotado hasta los huesos. Su respiración temblorosa inundaba la habitación mientras yo me dejaba caer despacio en mi cama, sintiendo que mis piernas ya no eran capaces de sostenerme. —¿Lya, te volviste loca? —gritó de pronto mientras se sentaba abruptamente en la cama—. ¿Qué hacías allá afuera hasta estas horas? Sabes perfectamente que al alfa no le gusta que estemos en los pasillos por la noche. Aún no entiendo cómo nos dejó escapar. ¡Uff, qué miedo sentí cuando Kian me miró! Por un momento, juro que creí que acabaría con nosotras. Pero tú... ¿cómo pudiste mirarlo? Nina h
KAESAR: Me dirigí hacia el bosque para encontrarme de lleno con mi Beta, Otar, que me miraba con sus ojos dorados. Me detuve en seco y me convertí en humano. Algo en su postura me inquietaba. El leve giro de su cabeza, ese gesto instintivo de quien busca algo que no debería estar ahí, me obligó a avanzar entre la vegetación con cautela. Mis pasos eran silenciosos y precisos; era un depredador ante la incertidumbre de que alguien pudiera acechar mi territorio. —¿Qué sucede? —pregunté en cuanto estuve a su lado. Otar no apartó la mirada de los árboles que se alzaban cerca de la cocina. Tenía la mandíbula apretada y sus sentidos estaban alertas. Podía escuchar el leve crujido de sus nudillos al flexionar las manos, listo para actuar de inmediato. Seguía observando con su mirada dorada, afilada y brillante en la oscu
KAELA: Estaba en la cama sin poder dormir cuando mi loba comenzó a moverse inquieta dentro de mí. Era un murmullo constante, una sensación que me incomodaba; algo no estaba bien. Me levanté lentamente, tratando de no hacer ruido, y caminé hacia la ventana. Necesitaba aire, algo que me ayudara a calmar ese peso en el pecho. Abrí los postigos para respirar profundo, pero entonces lo escuché. Mi agudo oído captó unas voces justo afuera de la puerta. Mis orejas se alzaron instintivamente y mi cuerpo se tensó. Caminé sigilosamente, colocando los pies con cuidado en el suelo para no alertar a nadie. Una vez cerca, pegué la cabeza al costado de la puerta, buscando captar cada palabra con claridad. —Nos ordenaron llevar a las sirvientas a la torre para que la limpien —decía una voz femenina que jamás había escuchado ante
KAESAR: Me quedé a la espera de que los miembros de la manada Colmillos Reales me atacaran, pero, en su lugar, bajaron la cabeza ante mí, con un respeto que parecía casi ancestral. Yo era el último Alfa Real, y ellos lo sabían. Esa reverencia no provenía únicamente de mi posición, sino de la línea de sangre que me precedía. Habían sido liderados toda su vida por alfas reales como yo, como Ridel y mi padre. Ahora solo quedábamos Kaela y yo, los últimos herederos de esa verdad absoluta que dictaba que las manadas debían someterse ante un Alfa Real, incluso en circunstancias inciertas. —Sabemos que no harías tal cosa, aun cuando es lo que nos dijeron —dijo Ruan, rompiendo el silencio con prudencia—. Pero también sabemos que, como Alfa Real, eres el único que puede encontrar a nuestra futura Alfa, a Kae
ARTEA:La manada bullía de ansiedad y desconfianza. El eco de los pasos apresurados resonaba por los pasillos, mezclándose con los susurros inquisidores que se extendían por cada rincón. El asesinato del alfa Ridel había dejado un vacío impredecible, y la desaparición de su hija Kaela sumía a todos en una paranoia desconcertante. La casa se sentía ahora como una arena tóxica, donde las miradas se transformaban en dagas listas para clavarse. ¡El descaro! Aquel puñado de lobos del consejo, los ancianos con Ruan a la cabeza y el arrogante Beta Rouf, se habían tomado libertades imperdonables. Mi rabia explotó como una tormenta en medio del caos. —¿Cómo se atreven? —grité, con el furor de quien ha sido traicionada—. ¡¡Yo soy la Luna!! Mi hijo, Arteón, es el legítimo heredero; fue educado para gobernar por el difunto alfa Ridel, y no permitiré que lo releguen. La puerta del despacho se abrió de pronto. El consejo en pleno de la manada estab
KAESAR: Las dos extrañas lobas fueron arrastradas fuera de mi vista mientras yo permanecía inmóvil. Cuando los guardias sacaron a las jóvenes lobas, la Omega Nina apenas podía disimular el temblor que recorría su cuerpo; su miedo se destilaba con cada paso. Pero mi Luna no mostraba debilidad. Me lanzó una mirada que, al principio, contenía un vestigio de agradecimiento, solo para transformarse rápidamente en un frío y desafiante reproche. El rugido de mi lobo Kian vibraba en mi pecho, satisfecho por haber llegado justo a tiempo. Sin embargo, había una inquietud que se deslizaba bajo mi piel. Mi Luna no me había aceptado, y su mirada, esas brasas heladas que cruzaron la distancia entre nosotros, despertaban algo dentro de mí que confundía mi instinto. La protección, la posesividad, incluso el hambre que emanaba el vínculo que nos unía, se mezclaban con la frustración de saber que ella estaba convencida de que yo había cometido un acto tan cruel. Podía ver que no estaba de acuerdo
KAELA: No podía creer lo que Kaesar había hecho delante de todos. ¿Qué pretendía llevándonos con él? Aunque no se lo diga, le agradezco que haya llegado; la sola idea de ser dama de compañía de una de mis enemigas, no lo soportaría. Pero, ¿qué vamos a hacer en sus aposentos? Este será un problema tremendo con su madre, la luna Artemia. Todavía no sé el verdadero objetivo de que me trajeran a su palacio, pero voy a averiguarlo. Ahora estábamos detenidos frente a la entrada de sus aposentos. El Beta, Otar, lo miraba con incredulidad; al mismo tiempo, notaba su mirada llena de curiosidad puesta sobre nosotras. —Colócalas en la habitación que está entre la mía y la tuya —ordenó Kaesar, sin dignarse a mirarnos. —¿En ese cuartuchito? Solo hay una cama —protestó Otar, pero Kaesar permaneció impasible. Yo, por mi parte, lo odié aún más. Estaba convencida de que, lejos de protegernos, esto nos ponía más en la mira de las demás lobas de lo que ya estábamos. —Mi Alfa, nosotras podemos