ARTEA:
La manada bullía de ansiedad y desconfianza. El eco de los pasos apresurados resonaba por los pasillos, mezclándose con los susurros inquisidores que se extendían por cada rincón. El asesinato del alfa Ridel había dejado un vacío impredecible, y la desaparición de su hija Kaela sumía a todos en una paranoia desconcertante. La casa se sentía ahora como una arena tóxica, donde las miradas se transformaban en dagas listas para clavarse.
¡El descaro! Aquel puñado de lobos del consejo, los ancianos con Ruan a la cabeza y el arrogante Beta Rouf, se habían tomado libertades imperdonables. Mi rabia explotó como una tormenta en medio del caos. —¿Cómo se atreven? —grité, con el furor de quien ha sido traicionada—. ¡¡Yo soy la Luna!! Mi hijo, Arteón, es el legítimo heredero; fue educado para gobernar por el difunto alfa Ridel, y no permitiré que lo releguen. La puerta del despacho se abrió de pronto. El consejo en pleno de la manada estabKAESAR: Las dos extrañas lobas fueron arrastradas fuera de mi vista mientras yo permanecía inmóvil. Cuando los guardias sacaron a las jóvenes lobas, la Omega Nina apenas podía disimular el temblor que recorría su cuerpo; su miedo se destilaba con cada paso. Pero mi Luna no mostraba debilidad. Me lanzó una mirada que, al principio, contenía un vestigio de agradecimiento, solo para transformarse rápidamente en un frío y desafiante reproche. El rugido de mi lobo Kian vibraba en mi pecho, satisfecho por haber llegado justo a tiempo. Sin embargo, había una inquietud que se deslizaba bajo mi piel. Mi Luna no me había aceptado, y su mirada, esas brasas heladas que cruzaron la distancia entre nosotros, despertaban algo dentro de mí que confundía mi instinto. La protección, la posesividad, incluso el hambre que emanaba el vínculo que nos unía, se mezclaban con la frustración de saber que ella estaba convencida de que yo había cometido un acto tan cruel. Podía ver que no estaba de acuerdo
KAELA: No podía creer lo que Kaesar había hecho delante de todos. ¿Qué pretendía llevándonos con él? Aunque no se lo diga, le agradezco que haya llegado; la sola idea de ser dama de compañía de una de mis enemigas, no lo soportaría. Pero, ¿qué vamos a hacer en sus aposentos? Este será un problema tremendo con su madre, la luna Artemia. Todavía no sé el verdadero objetivo de que me trajeran a su palacio, pero voy a averiguarlo. Ahora estábamos detenidos frente a la entrada de sus aposentos. El Beta, Otar, lo miraba con incredulidad; al mismo tiempo, notaba su mirada llena de curiosidad puesta sobre nosotras. —Colócalas en la habitación que está entre la mía y la tuya —ordenó Kaesar, sin dignarse a mirarnos. —¿En ese cuartuchito? Solo hay una cama —protestó Otar, pero Kaesar permaneció impasible. Yo, por mi parte, lo odié aún más. Estaba convencida de que, lejos de protegernos, esto nos ponía más en la mira de las demás lobas de lo que ya estábamos. —Mi Alfa, nosotras podemos que
KAESAR:Entré en mi habitación para escapar de mi Luna. Sabía que ella tenía razón en su preocupación. Mi madre arrojaría el grito al cielo cuando se enterara de que yo había permitido que ocuparan la antigua habitación de mi nana. Pero, después de lo sucedido, proteger a mi Luna era lo único que importaba. Sin embargo, no podía dejar de pensar que tal vez, regresando a su manada, estaría más segura. Aunque la idea me desgarraba por dentro, sabía que era la mejor opción.Escuché el sonido de la puerta que daba a la habitación de mi beta cerrarse. Esperé unos minutos antes de abrir la que conectaba con la mía. Mi Luna se giró de inmediato, mirándome con intensidad, mientras la omega se escondía, cubriendo la cabeza bajo su cola en un acto instintivo de sumisión. No dije nada al principio, solo le hice una señal con la cabeza para que viniera a hablar conmigo, pero ella negó, desafiando en silencio mi autoridad como alfa. Insistí; esta vez hablé: —Lya, ven aquí. Necesito que hagas alg
KAELA: Aunque traté de reprimirme, los celos me consumían, ardían como un fuego vivo que se expandía sin control cada vez que recordaba las palabras que había escuchado en la cocina entre las sirvientas. Artemí. Según ellas, era quien estaba destinada a ocupar el lugar de Luna junto a Kaesar, un destino que me pertenecía y que desafiaba mi cordura. ¡Yo era su Luna! Apreté los puños, sintiendo cómo mis garras se clavaban en la carne de mis palmas hasta que un leve rastro de sangre emergió. Él no significaba nada, o al menos eso era lo que intentaba convencerme. Había asesinado al único familiar que me quedaba en el mundo; ahora solo quería venganza, a pesar de que era mi pareja destinada, mi mitad. ¡No lo perdonaría! Pero el simple pensamiento de que Artemí, la idea de ella usurpando el lugar que se suponía era mío, hacía que mi loba rugiera de furia. No importaba que aún no hubiera descubierto si era o no el asesino de mi padre. Esa incertidumbre no lograba calmar el torbellino de
KAELA:Kaesar respiró profundamente. Podía notar cómo contenía una tormenta dentro de sí, una mezcla de emociones que yo no lograba descifrar. Sus mirada me perforaba con una intensidad capaz de clavar dudas y desenterrar certezas que aún se debatían ferozmente en mi interior. Finalmente, cuando habló, lo hizo con una calma calculada que, lejos de tranquilizarme, lo hacía parecer más peligroso. —No tengo nada que ocultar, Kaela —dijo como si fuera una sentencia irrevocable—. Yo también quiero saber quién hizo esto. Quiero justicia para tu padre y respuestas para mí. Pero esto es mucho más grande de lo que crees. Aunque intentaba que sus palabras calmaran la furia ardiente que llenaba mi pecho, no lograron disipar la tormenta. Mi instinto me susurraba que existía entre nosotros una batalla por la verdad. Quería cr
KAELA: Me detuve a centímetros de él, lo suficiente para que mi aliento rozara su piel desnuda. El dilema seguía creciendo, entre lo tentador y lo aterrador. Abrirme por completo a esa posibilidad me hacía dudar si valía la pena. Mis pensamientos eran contradictorios; sabía que, cualquiera que fuera mi decisión, pesaría como un juicio eterno. —¿Sabes lo que estás pidiendo? —pregunté en un susurro. No aparté mi mirada de él, buscando algún indicio de debilidad o mentira, pero solo encontraba determinación. Sin previo aviso, me atrapó, lanzándome sobre la cama con un movimiento firme y seguro. Él estaba de nuevo encima de mí. Esta vez, no me resistí. No solo no podía, sino que una parte de mí no quería. Lo anhelaba, aunque me doliera reconocerlo. Tal vez era mi propia necesidad de pertenecer, de encontrar un lugar que pudiera llamar mío. Lo miré fijamente, buscando rastros de Kaesar, pero no era él quien me dominaba ahora. Era su lobo, Kian, cuya presencia era tan arrolladora que me
KAELA:Mi corazón latía desbocado, una tormenta incontenible rugiendo en mi pecho. Quería tanto decir que sí, aceptar lo que Kian y mi loba pedían a gritos. Quería sentirme amada, deseada, pertenecerle sin reservas. Pero no podía, no debía. Las cosas se complicarían aún más si cedía, y lo sabía. Y aun así, algo más fuerte que mi razón me empujó hacia él. Lo besé. Lo besé como nunca había besado a nadie, con todo el dolor acumulado, con el temor ardiendo en mi interior, con todos los miedos que me consumían, pero también con una pasión desgarradora que no podía reprimir. Mis labios buscaron los suyos, desesperados, reclamándolo como si ese momento pudiera ser el único en la eternidad. Su calidez me envolvía, y por un instante, olvidé todo. Olvidé el dolor de mi pérdida, la sombra de mis dudas, la carga de las promesas que no se habían cumplido. Solo éramos él y yo, la fuerza indomable de dos almas destinadas que, al unirse, podían desatar un poder mayor que el de cualquier criatura d
KAESSAR:Estaba realmente agradecido por lo que había logrado mi lobo. Kian había revelado lo que durante tanto tiempo había temido confesar, una verdad que debía cargar como un juramento de lealtad. Kaela debía saberlo, aunque no me creyera del todo. No éramos culpables de la muerte de su padre, ni teníamos idea de quién había sido el que la había traído a mi palacio y quería verla sometida como sirvienta, con un collar de plata en su cuello; una imagen que me atormentaba desde que la vi.Necesitaba que entendiera que no había nada en el mundo que quisiera proteger más que a ella, aunque sus ojos todavía reflejaran dudas, sombras que yo sabía no serían fáciles de disipar. En esos momentos, podía sentir el peso de todo lo que la había alejado de mí. Aunque aceptaba algunas verdades sobre nuestra conexión, su mirad