KAELA: Aunque traté de reprimirme, los celos me consumían, ardían como un fuego vivo que se expandía sin control cada vez que recordaba las palabras que había escuchado en la cocina entre las sirvientas. Artemí. Según ellas, era quien estaba destinada a ocupar el lugar de Luna junto a Kaesar, un destino que me pertenecía y que desafiaba mi cordura. ¡Yo era su Luna! Apreté los puños, sintiendo cómo mis garras se clavaban en la carne de mis palmas hasta que un leve rastro de sangre emergió. Él no significaba nada, o al menos eso era lo que intentaba convencerme. Había asesinado al único familiar que me quedaba en el mundo; ahora solo quería venganza, a pesar de que era mi pareja destinada, mi mitad. ¡No lo perdonaría! Pero el simple pensamiento de que Artemí, la idea de ella usurpando el lugar que se suponía era mío, hacía que mi loba rugiera de furia. No importaba que aún no hubiera descubierto si era o no el asesino de mi padre. Esa incertidumbre no lograba calmar el torbellino de
KAELA:Kaesar respiró profundamente. Podía notar cómo contenía una tormenta dentro de sí, una mezcla de emociones que yo no lograba descifrar. Sus mirada me perforaba con una intensidad capaz de clavar dudas y desenterrar certezas que aún se debatían ferozmente en mi interior. Finalmente, cuando habló, lo hizo con una calma calculada que, lejos de tranquilizarme, lo hacía parecer más peligroso. —No tengo nada que ocultar, Kaela —dijo como si fuera una sentencia irrevocable—. Yo también quiero saber quién hizo esto. Quiero justicia para tu padre y respuestas para mí. Pero esto es mucho más grande de lo que crees. Aunque intentaba que sus palabras calmaran la furia ardiente que llenaba mi pecho, no lograron disipar la tormenta. Mi instinto me susurraba que existía entre nosotros una batalla por la verdad. Quería cr
KAELA: Me detuve a centímetros de él, lo suficiente para que mi aliento rozara su piel desnuda. El dilema seguía creciendo, entre lo tentador y lo aterrador. Abrirme por completo a esa posibilidad me hacía dudar si valía la pena. Mis pensamientos eran contradictorios; sabía que, cualquiera que fuera mi decisión, pesaría como un juicio eterno. —¿Sabes lo que estás pidiendo? —pregunté en un susurro. No aparté mi mirada de él, buscando algún indicio de debilidad o mentira, pero solo encontraba determinación. Sin previo aviso, me atrapó, lanzándome sobre la cama con un movimiento firme y seguro. Él estaba de nuevo encima de mí. Esta vez, no me resistí. No solo no podía, sino que una parte de mí no quería. Lo anhelaba, aunque me doliera reconocerlo. Tal vez era mi propia necesidad de pertenecer, de encontrar un lugar que pudiera llamar mío. Lo miré fijamente, buscando rastros de Kaesar, pero no era él quien me dominaba ahora. Era su lobo, Kian, cuya presencia era tan arrolladora que me
KAELA:Mi corazón latía desbocado, una tormenta incontenible rugiendo en mi pecho. Quería tanto decir que sí, aceptar lo que Kian y mi loba pedían a gritos. Quería sentirme amada, deseada, pertenecerle sin reservas. Pero no podía, no debía. Las cosas se complicarían aún más si cedía, y lo sabía. Y aun así, algo más fuerte que mi razón me empujó hacia él. Lo besé. Lo besé como nunca había besado a nadie, con todo el dolor acumulado, con el temor ardiendo en mi interior, con todos los miedos que me consumían, pero también con una pasión desgarradora que no podía reprimir. Mis labios buscaron los suyos, desesperados, reclamándolo como si ese momento pudiera ser el único en la eternidad. Su calidez me envolvía, y por un instante, olvidé todo. Olvidé el dolor de mi pérdida, la sombra de mis dudas, la carga de las promesas que no se habían cumplido. Solo éramos él y yo, la fuerza indomable de dos almas destinadas que, al unirse, podían desatar un poder mayor que el de cualquier criatura d
KAESSAR:Estaba realmente agradecido por lo que había logrado mi lobo. Kian había revelado lo que durante tanto tiempo había temido confesar, una verdad que debía cargar como un juramento de lealtad. Kaela debía saberlo, aunque no me creyera del todo. No éramos culpables de la muerte de su padre, ni teníamos idea de quién había sido el que la había traído a mi palacio y quería verla sometida como sirvienta, con un collar de plata en su cuello; una imagen que me atormentaba desde que la vi.Necesitaba que entendiera que no había nada en el mundo que quisiera proteger más que a ella, aunque sus ojos todavía reflejaran dudas, sombras que yo sabía no serían fáciles de disipar. En esos momentos, podía sentir el peso de todo lo que la había alejado de mí. Aunque aceptaba algunas verdades sobre nuestra conexión, su mirad
KAESAR:Miraba a la omega Nina mientras rehuía mi mirada, refugiándose en los brazos de Kaela, quien la sostenía con firmeza. Su fragilidad era evidente y estaba llena de temor. Nadie entraba sin mi permiso. Era algo que todos sabían y cumplían. Y, sin embargo, allí estaba la realidad: se había roto el control de mis propios aposentos. Entonces, mi mirada se clavó en Nina. Ella debió haberle abierto. —Nina, ¿qué sucedió? —pregunté con firmeza—. ¿Por qué abriste? Nina titubeó y se sentó con dificultad en una silla. Aún temblaba, cubriendo su rostro con las manos e intentando contener las lágrimas que seguían fluyendo. Su suspiro, entrecortado y pesado, finalmente rompió el silencio. —Yo... yo soy de la manada de los Arteones —comenzó su historia—. Ellos m
ARTEMIA: Me desperté sobresaltada al escuchar el primer rugido de Kaesar, potente como el trueno de una tormenta. Era un sonido que helaba la sangre y en mi garganta se apretó el miedo. Me vestí apresuradamente, pero apenas había sujetado el último broche cuando otro rugido aún más aterrador atravesó los muros del palacio. Sin pensarlo dos veces, me convertí en loba, sintiendo el calor de mi séquito detrás de mí mientras corríamos en dirección al caos. Mi corazón latía con fuerza mientras mis patas se impulsaban hacia los aposentos de Kaesar, donde el estruendo había comenzado. Los pasos pesados de los guardias retumbaban junto al mío, todos alertas, preparados para cualquier amenaza. La escena que encontramos, sin embargo, no fue un ataque externo, sino una batalla interna que nadie esperaba. Kaesar, co
KAESAR: La orden era clara. No respondería nada delante de ellas. Lo vi ajustar su postura, preparándose para seguirme, mientras yo inclinaba ligeramente la cabeza en dirección a uno de los corredores que se extendía hacia las profundidades del palacio. Sabía que los Arteones estaban tramando algo contra la manada, desde antes incluso de la muerte de mi padre. Una muerte que todavía no entendía cómo había sucedido, pero lo averiguaré. Lo extraño fue que justo en su funeral apareció su hermano, mi tío Rudof. No había sido visto desde que mi abuelo lo desterró por intentar reclamar el puesto de alfa. Mi tío tenía un hambre insaciable de poder, y eso lo convirtió en un peligro para la manada. Su regreso, inesperado y lleno de un aura distinta a la que había tenido en el pasado, me despertó una sospecha inmediata. &nb