El silencio en la habitación de huésped se había llenado con los suspiros entrecortados y el crujido de la cama. La respiración de Calia aún temblaba mientras se encontraba tendida entre los brazos de Aleckey, el calor de sus cuerpos fusionados brindándole seguridad a la luna.Aleckey no dijo nada al principio. Solo descendió con lentitud, dejando una cadena de besos suaves sobre el vientre desnudo de su luna. Sus labios tocaban esa piel con cariño, como si cada roce fuera una promesa de su amor. Sus dedos, tan rudos en momentos de pelea, se movían ahora con una delicadeza que estremecía a Calia. Se detuvo justo sobre el lugar donde escuchaba el latido más pequeño, más sagrado, y cerró los ojos.—Míos —gruñó, casi en un susurro ronco, con una voz que llevaba dentro todo lo que alguna vez creyó perdido. Volvió a subir, cubriéndola con su cuerpo, sin agobiarla, sino como un escudo viviente. La envolvió entre sus brazos, pegándola a su pecho mientras sus dedos se entrelazaban sobre su ci
Aleckey alzó el rostro, olfateó el aire y echó a andar con pasos seguros. Su mirada se fijó en el oeste.—Hay un lago no muy lejos —murmuró—. Si no me equivoco, todavía debe estar oculto entre los sauces. Lo usábamos como punto de descanso en las antiguas cacerías.Calia lo observó de reojo mientras limpiaba una herida leve en el antebrazo de una de las guerreras. El alfa todavía respiraba con pesadez, su piel cubierta de marcas y sangre ajena. No obstante, se mantenía firme, imponente.El grupo se puso en marcha, avanzando con cautela entre los árboles hasta que el bosque se abrió como un suspiro. Allí, la luz del anocheser se reflejaba sobre las aguas cristalinas de un lago escondido entre colinas cubiertas de niebla. Los árboles alrededor formaban una cúpula natural, y la paz del lugar contrastaba con la violencia vivida horas antes.—Aquí estaremos a salvo por esta noche —anunció Aleckey mientras se agachaba frente al lago y bebía con lentitud. Luego se giró su rostro hacia Calia—
La manada Suroeste era conocida por su fiereza y sus tradiciones antiguas, y su líder, Toren Blackbrook, por ser uno de los pocos alfas que podía mirar a Aleckey a los ojos sin inclinar la cabeza.Calia apretó los dedos sobre el pelaje rojizo del lobo que la llevaba. Sintió la rigidez en los músculos de Aleckey. Lo conocía lo suficiente para entender que algo no estaba bien.—¿Qué ocurre? —susurró, su voz rozando apenas la brisa.Las torres de piedra negra, empalizadas adornadas con huesos y banderas carmesí ondeaban al viento. Aleckey no respondió. Solo gruñó con fuerza, y cuando cruzaron el arco de entrada en el territorio de Toren, se detuvo en seco. El resto del grupo lo siguió, tensos, en formación.Allí estaba Toren.Un hombre enorme, de piel bronceada y torso desnudo cubierto de cicatrices. Su cabello oscuro caía en ondas salvajes hasta los hombros y sus ojos verdes tenían el filo de un cuchillo recién afilado. No sonrió. No saludó.Cruzó los brazos sobre su pecho y caminó haci
—Prométeme que no te perderás en esa oscuridad otra vez —susurró.Aleckey asintió, sin palabras. Luego colocó una mano sobre su vientre, acariciándolo lentamente con un ronroneo suave que nació en su garganta.—Este será el lobo que nos recordará por generaciones —dijo—. Y juro que nunca lo dejaré crecer en un mundo regido por un impostor.Calia cerró los ojos, escuchando los festejos, los cantos salvajes, los crujidos del fuego. Allí, en la tierra de los lobos más primitivos, con su lobo alfa restaurado y fuerte a su lado, supo que el final aún estaba lejos… pero cada paso los acercaba más a la victoria.—Debemos tomar un descanso —murmuró Aleckey en voz baja, ladeando el rostro hacia ella, quien asintió con una pequeña sonrisa y lo siguió dentro de la tiendas atrás de ellos, algo apartada del resto, con pieles gruesas extendidas en el suelo y una manta colgando como puerta. Aleckey la corrió con una mano y la dejó entrar primero.El interior era cálido, sencillo. Pieles suaves forma
Los dedos de Calia se pasearon con lentitud por el torso desnudo de Aleckey, quien dormía plácidamente a su lado, con su ceño levemente fruncido y un brazo rodeando su cintura, manteniéndola pegada a él como si incluso en sueños temiera que ella desapareciera. La respiración del alfa era profunda, su pecho subía y bajaba con tranquilad que contrastaba con la intensidad que solía llevar dentro.Calia no quería despertarlo aún. Después de la noche que habían compartido en la tienda, era la primera vez que lo veía descansar sin esa sombra de rabia y dolor en sus ojos. Sin embargo, el día había llegado y el viaje hacia el noreste no podía posponerse más.Aleckey gruñó suavemente en sueños y presionó su rostro contra el cuello de Calia, inhalando su aroma como si eso pudiera mantenerlo dormido por siempre. Ella sonrió, besando su frente.—Creo es hora irnos —susurró ella paseando sus dedos por su barbilla.El alfa gruñó.—Hueles a mi —la voz de Aleckey fue ronca provocando que Calia suspir
Calia jadeaba, su cuerpo aún tembloroso tras el orgasmo que la había sacudido. Se encontraba sobre el regazo de Aleckey, todavía con él enterrado en su interior, sintiendo cada pulsación de su miembro que parecía negarse a ceder. El rey alfa distribuía besos por su cuello con una mezcla de ternura y posesividad, y luego mordisqueó suavemente la marca en la base de este, haciendo que un gemido ahogado escapara de los labios de su luna.—¿Por qué te deseo tanto? —murmuró Calia entre suspiros, con la frente apoyada contra la suya, sus dedos trazando líneas suaves por la nuca del alfa.Aleckey gruñó en tono bajo, el sonido vibrando en su pecho amplio y cálido mientras sus manos recorrían lentamente la espalda desnuda de ella, como si necesitara memorizarla.—El embarazo… provoca que tus hormonas se descontrolen. Tu libido aumenta —explicó en un susurro áspero, casi divertido, antes de levantarse con ella aún abrazada a su cuerpo, las piernas de Calia rodeándole la cintura.Ella se sostuvo
El sol del amanecer se alzaba sobre los jardines colgantes de la Torre del Alba, un paraíso suspendido en el último piso de la torre de Elyra Meraki, Alfa del Noreste. Las fuentes de agua danzaban en sincronía mágica, rodeadas de flores azules que solo florecían al borde de la luz del día. Todo allí parecía perfecto.Aleckey, caminaba por el sendero de piedra blanca flanqueado por estatuas de guerreros antiguos. Sus pasos eran seguros, poderosos. Llevaba una túnica negra abierta por el pecho, su cabello rojo recogido en una trenza que rozaba su espalda. Las cicatrices de batalla resaltaban como emblemas sobre su piel, pero no había dureza en su rostro, solo vigilancia.Elyra lo esperaba apoyada en los barandales de su torre mirando todo su territorio desde lo alto, con una copa de vino oscuro en una mano. Su vestido negro entallado dejaba al descubierto su espalda y el tatuaje de un cuervo en vuelo, símbolo de su linaje. Sus ojos celestes brillaban con inteligencia calculadora.—Llega
—¿Qué ocurre, Aleckey? —preguntó Darren, siempre directo, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la pared.La sala privada donde Aleckey se reunía con sus betas en el último piso de la torre de Elyra estaba hecha de piedra oscura y cristal reforzado, una combinación antigua y moderna que representaba bien el estilo de esa manada. Nadie más que ellos tenía acceso allí. Nadie más que ellos estaba lo suficientemente cerca del rey como para escuchar lo que diría a continuación.Asher fue el último en entrar, cerrando la puerta tras él con un clic seco.El rey alfa estaba de pie junto a una mesa de madera tallada con símbolos antiguos de la realeza. Tenía la mandíbula tensa, la mirada encendida con esa luz dorada que solo brillaba cuando algo lo enfurecía.—Elyra me hizo una propuesta —dijo finalmente, sin rodeos—. A cambio de su lealtad oficial ante las demás manadas… quiere acostarse conmigo.Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Las respiraciones se contuvieron. Alastair