Las risas y el sonido de los cojines golpeando el suelo poco a poco comenzaron a disminuir. La gran nave espacial, aquella imponente estructura de cojines que había sido el centro de todas las aventuras intergalácticas, se tambaleó peligrosamente cuando Donkan intentó escalarla por última vez. Con un último grito de victoria, se dejó caer sobre los cojines, provocando una avalancha de risas entre todos.—Creo que nuestra nave ha llegado a su destino final —dijo Ava, acomodándose el cabello después de una de las tantas "batallas" que habían tenido.Adrián, con una expresión de agotamiento fingido, se dejó caer al suelo junto a Donkan.—Fue un viaje muy largo —respondió dramáticamente—. Pero al final, logramos salvar la galaxia.—¿Salvarla? —Ethan arqueó una ceja, mirando a Adrián con fingida seriedad—. ¿Estás seguro de eso? Porque yo vi a un extraterrestre escapando antes de que la nave se destruyera.Adrián y Donkan se miraron con complicidad y en un segundo saltaron sobre Ethan, empu
Ethan observó a Ava mientras la risa de los niños seguía llenando la habitación. Los pequeños corrían y jugaban alrededor, con la energía inagotable que caracteriza a los niños, pero sus risas no lograban desviar por completo su atención. Aunque Ava sonreía, un brillo de cansancio nublaba sus ojos, con un peso invisible que él conocía bien. Era un cansancio profundo, que no venía solo de los días largos, sino de las emociones no procesadas, de las preocupaciones que se acumulaban con el tiempo. Ethan lo notaba, y aunque no quería presionarla, sentía una necesidad imperiosa de hacerle saber que él estaba allí, que la entendía, que no estaba sola.Decidió no decir nada en ese momento. En lugar de eso, se acercó a ella, como si buscara transmitirle consuelo con su cercanía. Apoyó una mano en su hombro con suavidad, y ella, sin girar hacia él, solo inclinó ligeramente la cabeza, reconociendo el gesto sin palabras. La mirada de Ethan recorrió su rostro, y aunque su sonrisa se mantenía en s
Ava tomó una última respiración profunda y entró. El aire dentro de la habitación le resultó denso, y pesado. Parecía que cada paso que daba era un susurro en el silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. La luz tenue de la lámpara junto a la cama le daba a la escena un tono sombrío y casi irreal. La figura de su madre descansaba allí, con su cuerpo delgado y frágil, siendo un contraste cruel con la mujer fuerte y llena de vida que había sido en su juventud. El cabello, antes tan cuidado y brillante, estaba ahora revuelto sobre la almohada, como si su madre hubiera perdido incluso la fuerza para peinarse. Se veía más pequeña, más quebradiza de lo que Ava recordaba, y eso le rompió el corazón. Esa mujer que solía ser su fortaleza ahora parecía una sombra de sí misma.El dolor la envolvió como una manta pesada, y un nudo se formó en su garganta. Sabía lo que estaba por ver, pero no podía evitar sentir esa punzada de angustia al enfrentarse a la realidad. Sus ojos se llenaron
Ethan y Ava caminaron por el pasillo del hospital, con sus pasos resonando en la quietud del lugar. El aire, frío y clínico, parecía envolverlos a medida que se acercaban a la oficina del doctor. Ava, aún aferrada a Ethan, apenas podía concentrarse en el recorrido. Su mente seguía girando en torno a lo que acababa de vivir con su madre, pero no podía evitar la sensación de que algo peor estaba por venir. La visita al médico estaba llena de una incertidumbre opresiva, como si cada paso las acercara a una verdad que temían conocer.Cuando llegaron a la puerta de la oficina, Ethan la abrió sin vacilar, dejando que Ava pasara primero. El doctor estaba sentado tras su escritorio, revisando algunos papeles. Al notar su llegada, levantó la vista y, con una expresión seria pero amable, los saludó.—Ah, Ava, Ethan… —dijo el doctor, levantándose al instante para recibirlos. Su tono de voz denotaba profesionalismo, pero también una compasión contenida. —Pasen, por favor. Siéntense.Ethan hizo un
El pasillo del hospital se extendía frente a ellos como un túnel interminable, iluminado por luces blancas y frías que parpadeaban de vez en cuando. El olor a antiseptico se mezclaba con el de la tristeza que impregnaba cada rincón de aquel lugar. Ava caminaba sin realmente ver por dónde iba, sus ojos estaban anegados en lágrimas que se negaban a dejar de caer, como si fueran la evidencia física de su dolor. Su pecho subía y bajaba de forma irregular, sintiendo que cada respiración era un esfuerzo titánico. Ethan seguía a su lado, con su presencia firme y constante, pero incluso su apoyo no parecía suficiente para evitar que el mundo de Ava se desplomara por completo.El aire clínico del hospital pesaba sobre sus pulmones, sofocante, atrapándola en una realidad de la que quería escapar. El murmullo de los médicos y enfermeras se mezclaba con los pitidos de las máquinas y el ocasional sollozo de algún otro paciente o familiar. La noticia de la inminente partida de su madre resonaba en s
El aire frío de la tarde golpeaba el rostro de Ava con la brutalidad de una tormenta en pleno auge, sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, sus pies apenas tocando el suelo mientras avanzaba sin rumbo fijo. Cada paso era una batalla contra su propio cuerpo, como si intentara escapar de algo invisible, pero mucho más grande que ella. El dolor dentro de su pecho era un peso insoportable, cada inhalación era una lucha para no perderse en la oscuridad de sus pensamientos. Las lágrimas caían sin control, deslizándose por sus mejillas y cayendo al suelo, como si fueran la manifestación de un sufrimiento sin fin. Su visión estaba nublada, borrosa por la sal de su tristeza, y sus pensamientos eran un torbellino de desesperación que no lograba controlar.El eco de sus pisadas resonaban en la calle desierta, como si el mundo a su alrededor se hubiera desvanecido. El frío calaba en sus huesos, pero era el dolor interno el que la consumía por completo, un dolor que no parecía tener fin, un
La brisa marina les dio la bienvenida cuando llegaron a la costa. El aire estaba impregnado de sal y humedad, envolviéndolos en una sensación de paz que contrastaba con el peso en el pecho de Ava. Las olas rompían suavemente contra la orilla, deslizándose sobre la arena con un murmullo constante y relajante. Cada paso que daban, sus pies se hundían en la arena húmeda, absorbiendo la calidez del suelo bajo ellos. No había prisas, no había palabras apresuradas ni necesidad de llenar el silencio con algo que no fuera real. Solo estaban ellos y el mar, vasto y eterno, como si fuera el único testigo de lo que llevaba dentro.Ava respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Su pecho dolía, pero no solo por el llanto reciente, sino por la verdad que había tenido que enfrentar. Miró de reojo a Ethan. Se veía tranquilo.—Lo vi —murmuró finalmente, con su voz todavía rasposa por el llanto.Ethan no dijo nada. No la apuró ni la presionó para que siguiera. Solo le dio un ligero
El día estaba acabando y Ava y Ethan no habían vuelto aún. Para Arthur, eso no significaba una buena noticia. No cuando dos pequeños huracanes llamados Donkan y Adrián estaban sueltos en la mansión.Arthur, siempre impecable, serio y vestido con trajes perfectamente planchados, intentaba concentrarse en su trabajo. Se encontraba en la elegante sala que usaba como oficina improvisada dentro de la mansión de Ethan, revisando documentos con un café en la mano.Sin embargo, la paz no duró mucho.—¡Arthur! —gritó Donkan con una sonrisita traviesa mientras corría hacia él.Arthur frunció el ceño y giró la cabeza con irritación.—¡Dios mío, no grites, Donkan! Estoy ocupado. Ethan me ha encargado que prepare los documentos de la reunión de mañana.Adrián, con su carita de niño inocente (pero en realidad, era un demonio disfrazado de angelito), jaló la manga del saco de Arthur con insistencia.—Arthur, Arthur, Arthur…El asistente suspiró pesadamente, ajustó su corbata y le dirigió una mirada