Ethan y Ava caminaron por el pasillo del hospital, con sus pasos resonando en la quietud del lugar. El aire, frío y clínico, parecía envolverlos a medida que se acercaban a la oficina del doctor. Ava, aún aferrada a Ethan, apenas podía concentrarse en el recorrido. Su mente seguía girando en torno a lo que acababa de vivir con su madre, pero no podía evitar la sensación de que algo peor estaba por venir. La visita al médico estaba llena de una incertidumbre opresiva, como si cada paso las acercara a una verdad que temían conocer.Cuando llegaron a la puerta de la oficina, Ethan la abrió sin vacilar, dejando que Ava pasara primero. El doctor estaba sentado tras su escritorio, revisando algunos papeles. Al notar su llegada, levantó la vista y, con una expresión seria pero amable, los saludó.—Ah, Ava, Ethan… —dijo el doctor, levantándose al instante para recibirlos. Su tono de voz denotaba profesionalismo, pero también una compasión contenida. —Pasen, por favor. Siéntense.Ethan hizo un
El pasillo del hospital se extendía frente a ellos como un túnel interminable, iluminado por luces blancas y frías que parpadeaban de vez en cuando. El olor a antiseptico se mezclaba con el de la tristeza que impregnaba cada rincón de aquel lugar. Ava caminaba sin realmente ver por dónde iba, sus ojos estaban anegados en lágrimas que se negaban a dejar de caer, como si fueran la evidencia física de su dolor. Su pecho subía y bajaba de forma irregular, sintiendo que cada respiración era un esfuerzo titánico. Ethan seguía a su lado, con su presencia firme y constante, pero incluso su apoyo no parecía suficiente para evitar que el mundo de Ava se desplomara por completo.El aire clínico del hospital pesaba sobre sus pulmones, sofocante, atrapándola en una realidad de la que quería escapar. El murmullo de los médicos y enfermeras se mezclaba con los pitidos de las máquinas y el ocasional sollozo de algún otro paciente o familiar. La noticia de la inminente partida de su madre resonaba en s
El aire frío de la tarde golpeaba el rostro de Ava con la brutalidad de una tormenta en pleno auge, sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, sus pies apenas tocando el suelo mientras avanzaba sin rumbo fijo. Cada paso era una batalla contra su propio cuerpo, como si intentara escapar de algo invisible, pero mucho más grande que ella. El dolor dentro de su pecho era un peso insoportable, cada inhalación era una lucha para no perderse en la oscuridad de sus pensamientos. Las lágrimas caían sin control, deslizándose por sus mejillas y cayendo al suelo, como si fueran la manifestación de un sufrimiento sin fin. Su visión estaba nublada, borrosa por la sal de su tristeza, y sus pensamientos eran un torbellino de desesperación que no lograba controlar.El eco de sus pisadas resonaban en la calle desierta, como si el mundo a su alrededor se hubiera desvanecido. El frío calaba en sus huesos, pero era el dolor interno el que la consumía por completo, un dolor que no parecía tener fin, un
La brisa marina les dio la bienvenida cuando llegaron a la costa. El aire estaba impregnado de sal y humedad, envolviéndolos en una sensación de paz que contrastaba con el peso en el pecho de Ava. Las olas rompían suavemente contra la orilla, deslizándose sobre la arena con un murmullo constante y relajante. Cada paso que daban, sus pies se hundían en la arena húmeda, absorbiendo la calidez del suelo bajo ellos. No había prisas, no había palabras apresuradas ni necesidad de llenar el silencio con algo que no fuera real. Solo estaban ellos y el mar, vasto y eterno, como si fuera el único testigo de lo que llevaba dentro.Ava respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Su pecho dolía, pero no solo por el llanto reciente, sino por la verdad que había tenido que enfrentar. Miró de reojo a Ethan. Se veía tranquilo.—Lo vi —murmuró finalmente, con su voz todavía rasposa por el llanto.Ethan no dijo nada. No la apuró ni la presionó para que siguiera. Solo le dio un ligero
El día estaba acabando y Ava y Ethan no habían vuelto aún. Para Arthur, eso no significaba una buena noticia. No cuando dos pequeños huracanes llamados Donkan y Adrián estaban sueltos en la mansión.Arthur, siempre impecable, serio y vestido con trajes perfectamente planchados, intentaba concentrarse en su trabajo. Se encontraba en la elegante sala que usaba como oficina improvisada dentro de la mansión de Ethan, revisando documentos con un café en la mano.Sin embargo, la paz no duró mucho.—¡Arthur! —gritó Donkan con una sonrisita traviesa mientras corría hacia él.Arthur frunció el ceño y giró la cabeza con irritación.—¡Dios mío, no grites, Donkan! Estoy ocupado. Ethan me ha encargado que prepare los documentos de la reunión de mañana.Adrián, con su carita de niño inocente (pero en realidad, era un demonio disfrazado de angelito), jaló la manga del saco de Arthur con insistencia.—Arthur, Arthur, Arthur…El asistente suspiró pesadamente, ajustó su corbata y le dirigió una mirada
Después de un momento de paz, Arthur decidió ignorar el café y concentrarse en los documentos. Se sentó, tomó su pluma y comenzó a firmar papeles, disfrutando del silencio.—Bien, al menos aquí no pueden hacer nada…Pero apenas terminó de decirlo, sintió algo raro en su asiento. Intentó levantarse y su cuerpo apenas se movió. Frunció el ceño, hizo más fuerza y sintió un tirón incómodo en la parte trasera de sus pantalones. Se inclinó hacia adelante con dificultad y trató de despegarse de la silla, pero era como si estuviera fusionado con ella.—¡Oh, por Dios! ¡Estoy pegado!Menciono de forma dramatica… Las carcajadas infantiles llenaron la habitación. Desde la puerta, Donkan y Adrián se sostenían el estómago, doblándose de la risa.—¡Arthur, debes levantarte con energía! —dijo Donkan con una sonrisa traviesa.Arthur fulminó a los niños con la mirada.—¡Ustedes…! ¿Qué han hecho?Adrián se encogió de hombros con fingida inocencia.—Solo una pequeña ayudita para que trabajes más cómodo.
Después del inesperado día de spa, Arthur, Donkan y Adrián regresaron a casa, con los dos niños a cuestas y un semblante agotado, pero Arthur sabía que esa fatiga era solo momentánea. Los niños, a pesar de estar visiblemente cansados, aún mostraban rastros de energía reservada, como si estuvieran a punto de reventar en cualquier momento, dispuestos a hacer más travesuras, a hacer más ruido, a explorar aún más el mundo que les rodeaba. Era algo característico en ellos, una especie de chispa inagotable que solo se apaga cuando caen profundamente dormidos.Arthur, por otro lado, no podía evitar sonreír ante la situación. En esos momentos, pensaba en lo impredecibles que eran los niños, cómo podían pasar de la completa excitación a la total calma en cuestión de segundos. No solo era su responsabilidad como cuidador, sino que, a veces, se sentía como una especie de compañero en esta divertida, aunque desafiante, aventura de crianza. De todos modos, la paz de la casa era, por fin, tangible,
La noche había caído completamente cuando Ethan y Ava llegaron a casa. El cielo era un manto de terciopelo negro salpicado de estrellas titilantes, y el aire tenía esa frescura característica de las noches tranquilas. La mansión, imponente y elegante, estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el murmullo del viento que hacía crujir las ramas de los árboles en el extenso jardín. Un par de faroles iluminaban la entrada con una luz tenue, proyectando sombras largas sobre el camino de piedra.Ethan apagó el motor del auto y giró el rostro hacia Ava. La observó con atención, notando lo agotada que estaba. Sus ojos, normalmente vibrantes y llenos de vida, estaban entrecerrados, y su postura delataba un cansancio extremo.—Llegamos —murmuró con suavidad, posando una mano cálida sobre su hombro.Ava parpadeó lentamente, como si procesara con retraso sus palabras. Asintió y se estiró, sintiendo cómo su cuerpo protestaba después de un día interminable.—Por fin… —susurró con un boste