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La brisa marina les dio la bienvenida cuando llegaron a la costa. El aire estaba impregnado de sal y humedad, envolviéndolos en una sensación de paz que contrastaba con el peso en el pecho de Ava. Las olas rompían suavemente contra la orilla, deslizándose sobre la arena con un murmullo constante y relajante. Cada paso que daban, sus pies se hundían en la arena húmeda, absorbiendo la calidez del suelo bajo ellos. No había prisas, no había palabras apresuradas ni necesidad de llenar el silencio con algo que no fuera real. Solo estaban ellos y el mar, vasto y eterno, como si fuera el único testigo de lo que llevaba dentro.Ava respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Su pecho dolía, pero no solo por el llanto reciente, sino por la verdad que había tenido que enfrentar. Miró de reojo a Ethan. Se veía tranquilo.—Lo vi —murmuró finalmente, con su voz todavía rasposa por el llanto.Ethan no dijo nada. No la apuró ni la presionó para que siguiera. Solo le dio un ligero
El día estaba acabando y Ava y Ethan no habían vuelto aún. Para Arthur, eso no significaba una buena noticia. No cuando dos pequeños huracanes llamados Donkan y Adrián estaban sueltos en la mansión.Arthur, siempre impecable, serio y vestido con trajes perfectamente planchados, intentaba concentrarse en su trabajo. Se encontraba en la elegante sala que usaba como oficina improvisada dentro de la mansión de Ethan, revisando documentos con un café en la mano.Sin embargo, la paz no duró mucho.—¡Arthur! —gritó Donkan con una sonrisita traviesa mientras corría hacia él.Arthur frunció el ceño y giró la cabeza con irritación.—¡Dios mío, no grites, Donkan! Estoy ocupado. Ethan me ha encargado que prepare los documentos de la reunión de mañana.Adrián, con su carita de niño inocente (pero en realidad, era un demonio disfrazado de angelito), jaló la manga del saco de Arthur con insistencia.—Arthur, Arthur, Arthur…El asistente suspiró pesadamente, ajustó su corbata y le dirigió una mirada
Después de un momento de paz, Arthur decidió ignorar el café y concentrarse en los documentos. Se sentó, tomó su pluma y comenzó a firmar papeles, disfrutando del silencio.—Bien, al menos aquí no pueden hacer nada…Pero apenas terminó de decirlo, sintió algo raro en su asiento. Intentó levantarse y su cuerpo apenas se movió. Frunció el ceño, hizo más fuerza y sintió un tirón incómodo en la parte trasera de sus pantalones. Se inclinó hacia adelante con dificultad y trató de despegarse de la silla, pero era como si estuviera fusionado con ella.—¡Oh, por Dios! ¡Estoy pegado!Menciono de forma dramatica… Las carcajadas infantiles llenaron la habitación. Desde la puerta, Donkan y Adrián se sostenían el estómago, doblándose de la risa.—¡Arthur, debes levantarte con energía! —dijo Donkan con una sonrisa traviesa.Arthur fulminó a los niños con la mirada.—¡Ustedes…! ¿Qué han hecho?Adrián se encogió de hombros con fingida inocencia.—Solo una pequeña ayudita para que trabajes más cómodo.
Después del inesperado día de spa, Arthur, Donkan y Adrián regresaron a casa, con los dos niños a cuestas y un semblante agotado, pero Arthur sabía que esa fatiga era solo momentánea. Los niños, a pesar de estar visiblemente cansados, aún mostraban rastros de energía reservada, como si estuvieran a punto de reventar en cualquier momento, dispuestos a hacer más travesuras, a hacer más ruido, a explorar aún más el mundo que les rodeaba. Era algo característico en ellos, una especie de chispa inagotable que solo se apaga cuando caen profundamente dormidos.Arthur, por otro lado, no podía evitar sonreír ante la situación. En esos momentos, pensaba en lo impredecibles que eran los niños, cómo podían pasar de la completa excitación a la total calma en cuestión de segundos. No solo era su responsabilidad como cuidador, sino que, a veces, se sentía como una especie de compañero en esta divertida, aunque desafiante, aventura de crianza. De todos modos, la paz de la casa era, por fin, tangible,
La noche había caído completamente cuando Ethan y Ava llegaron a casa. El cielo era un manto de terciopelo negro salpicado de estrellas titilantes, y el aire tenía esa frescura característica de las noches tranquilas. La mansión, imponente y elegante, estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el murmullo del viento que hacía crujir las ramas de los árboles en el extenso jardín. Un par de faroles iluminaban la entrada con una luz tenue, proyectando sombras largas sobre el camino de piedra.Ethan apagó el motor del auto y giró el rostro hacia Ava. La observó con atención, notando lo agotada que estaba. Sus ojos, normalmente vibrantes y llenos de vida, estaban entrecerrados, y su postura delataba un cansancio extremo.—Llegamos —murmuró con suavidad, posando una mano cálida sobre su hombro.Ava parpadeó lentamente, como si procesara con retraso sus palabras. Asintió y se estiró, sintiendo cómo su cuerpo protestaba después de un día interminable.—Por fin… —susurró con un boste
Arthur terminó su café y estaba a punto de retirarse cuando escuchó la voz de Ethan a sus espaldas.—¿Disfrutaste viendo a Ava?Arthur sonrió con ligereza, comprendiendo el tono bromista de su jefe. Se giró y recargó una mano en la encimera, observando a Ethan con una ceja en alto.—Ava es encantadora, jefe. Se sacó la lotería con ella.Ethan soltó una leve carcajada y asintió.—No tengo duda en eso.Por un momento, la expresión de Ethan se suavizó, como si su mente divagara por recuerdos cálidos y preciados. Sin embargo, la sensación duró poco. Un suspiro escapó de sus labios, y su postura perdió un poco de su habitual confianza. Sus hombros se relajaron levemente, sus ojos adquirieron un matiz de preocupación y su mandíbula se tensó de manera casi imperceptible.Arthur, que lo conocía bien, notó el cambio inmediato en su semblante. No era común ver a Ethan así. Su jefe siempre mantenía una imagen de control absoluto, de alguien que nunca titubeaba ni se dejaba afectar por los proble
El desayuno transcurrió en silencio, como si el ruido de la vida cotidiana hubiera sido absorbido por la tristeza que pesaba sobre todos los presentes. Donkan y Adrián, ajenos a la preocupación de los adultos, comieron con entusiasmo, con su energía desbordando el espacio que los rodeaba. Ambos niños, sin comprender completamente la gravedad de la situación, se sumergieron en sus propias conversaciones sobre los planes para el día. Donkan, con su naturaleza curiosa y su mente siempre en movimiento, mencionaba que quería jugar con sus coches de carreras, mientras Adrián, más centrado, comentaba que preferiría leer su libro de aventuras.Sin embargo, a pesar del bullicio infantil, había una clara desconexión en la mesa. Ethan y Ava se lanzaban miradas cómplices, esas miradas cargadas de significados no expresados, de silenciosos acuerdos y decisiones que aún tenían que tomarse. Cada uno sentía el peso de lo que estaba por venir, un peso que no podía ser aliviado con palabras. Sus ojos
La tensión no había desaparecido del todo desde el desayuno, pero los niños seguían ajenos a la carga emocional que pesaba sobre los adultos. Donkan, siempre inquieto, había preguntado por su madre, una pregunta que había desmoronado por completo la falsa normalidad de la mañana. Ethan ahora observaba a los dos pequeños en la mesa, con sus risas y juegos, mientras una nube de melancolía oscurecía el ambiente.Ava, sentada al lado de él, parecía absorta en sus propios pensamientos. Su mente se debatía entre la necesidad de ser fuerte para su hermano pequeño y el dolor que cada día le recordaba lo inevitable. Cada minuto parecía más pesado que el anterior, cada respiración más difícil de sostener. No era solo la angustia de lo que vendría, sino también el hecho de que no podía evitar preguntarse cómo serían las cosas después, cómo podría reconstruir su vida cuando todo esto terminara.Fue Ethan quien, por fin, rompió el silencio.—Adrián, ven —dijo con voz suave, llamando al niño que ju