Ethan soltó una risa suave cuando Ava, entre lágrimas y carcajadas, le dijo que eran las hormonas. Con delicadeza le pasó el pulgar por la mejilla y besó su frente con ternura.—Entonces vamos a casa, ¿sí? —murmuró él, aún abrazándola con fuerza.Ava asintió despacio, y él la guió hacia el coche, tomando también la mano de Dunkan, quien se acomodó felizmente entre ambos. El trayecto fue en silencio, pero no de esos silencios incómodos, sino de esos llenos de pensamientos, de emociones que no necesitan palabras para ser comprendidas.Cuando llegaron, Ava bajó lentamente y miró alrededor. El aire de ese lugar le resultaba familiar, cálido, casi como si el tiempo no hubiera pasado. Al entrar, su corazón dio un vuelco. La casa estaba casi igual a como la recordaba. La cocina con sus azulejos azules, los dibujos que una vez pegaron en la nevera, la alfombra en la sala donde solían jugar con los niños. Sonrió, pero esa sonrisa estaba cargada de nostalgia. Había tanto amor ahí, y al mismo ti
Ethan estaba de pie junto a la ventana, observando el jardín sin realmente verlo. Su mente estaba en otro lugar, centrada en Adrián, en su promesa de llevarlo de vuelta con él, en cómo las cosas parecían complicarse más con cada paso que daba. Pero había algo más, algo que sentía en el pecho, que no podía ignorar. Una incomodidad sutil, pero insistente, que le quemaba por dentro.—¿Ethan? —la voz suave de Ava lo sacó de sus pensamientos. La miró de reojo, y ella estaba frente al espejo, vistiéndose. El sonido de la tela deslizándose sobre su piel le hizo detenerse un momento. La imagen de Ava con esa camisa de él, tan suya y al mismo tiempo tan ajena, lo hizo sonreír sin querer.Ella se acomodó la prenda y lo miró a través del espejo, notando la expresión pensativa de Ethan.—¿Qué pasa? —preguntó, con una sonrisa preocupada en sus labios.Ethan dejó escapar un suspiro y caminó hacia ella, pero sin apartar los ojos de su vientre. Ava se dio cuenta de inmediato de que él no dejaba de m
La luz de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas, pintando de dorado el dormitorio. Ava se despertó antes de que Dunkan y Ethan se levantaran. El reloj marcaba las seis y media, pero ella ya estaba alerta, ansiosa por empezar el día. Se estiró un poco en la cama, sintiendo el peso de su vientre, que comenzaba a hacerle compañía en todo momento. Era algo extraño, pero maravilloso, saber que estaba creando una vida, que dentro de ella latía una pequeña parte de su amor por Ethan.Con cuidado, se deslizó fuera de la cama sin hacer ruido, para no despertar a Ethan. Se acercó al armario y, tras elegir algo cómodo, se dirigió en silencio hacia la cocina. La casa estaba tranquila, y la sensación de paz la envolvió mientras caminaba por el pasillo. Se sentía bien estar allí, en ese hogar que compartía con el hombre que amaba y el bebé que llevaba dentro. En ese instante, pensó que las cosas no podían ser mejores. A pesar de la distancia y las complicaciones con Adrián, sent
Adrián despertó con los ojos hinchados y ardientes. La noche había sido un desastre, y no por monstruos debajo de la cama o pesadillas con criaturas de otro mundo, sino por algo mucho peor: su mamá, Helena, le había dicho con frialdad que no podría ver a su papá, Ethan, en un largo tiempo. Para un niño de cinco años, esa frase había sido como un golpe directo al corazón.Con el rostro arrugado por el dolor emocional, se quitó las cobijas de encima y bajó de la cama. El sol apenas entraba por la ventana, tiñendo el cuarto con una luz suave y dorada, casi indiferente a su tristeza. A paso apresurado, con sus pequeños pies descalzos tocando el frío suelo de madera, salió de su habitación. Sabía a quién buscar.—¡Sofía! ¡Sofía! —gritaba con su voz aguda mientras corría por el pasillo, con los rizos alborotados y los ojos aún húmedos.Sofía, la empleada de la casa, estaba en la cocina preparando el desayuno cuando escuchó su nombre. Giró rápidamente, dejando la cuchara a un lado, y se agac
—¡Adrián, mi vida! ¿Estás bien?—Papá, ven por mí. Mi mamá se fue con el hombre con el que se estaba besando ayer. Yo no quiero estar aquí. Te extraño mucho. Ya ven por mí, por favor, ya...La voz de Adrián temblaba, como si contuviera un torrente de lágrimas contenido con esfuerzo. Cada palabra, cada sílaba que salía de su boquita, era como un dardo clavado directo al corazón de Ethan. El hombre se quedó inmóvil por una fracción de segundo, como si el tiempo se hubiera detenido. Luego se puso de pie con un impulso tan brusco que la silla sobre la que estaba sentado cayó al suelo con un golpe sordo.—Mi amor, tranquilo. ¿Estás enfermo? ¿Te sientes mal?—No estoy enfermo, pero ya no quiero estar aquí. Ya no quiero estar sin ti, papá...Ethan apretó los dientes. El temblor en su hijo no era de fiebre, era de abandono. La angustia del pequeño se colaba a través del teléfono, quebrándolo todo. Entró corriendo a su habitación, abrió los cajones con torpeza mientras sujetaba el teléfono ent
Adrián seguía temblando en los brazos de Ethan. El hombre no dejaba de acariciarle el cabello con suavidad, con su respiración agitada, y el corazón palpitándole con fuerza. Sentía como si el mundo estuviera a punto de venirse abajo, pero, a pesar de todo, nada lo haría soltar a ese niño. No después de todo lo que había pasado. Después de todo lo que había visto, de todo lo que había hecho por él. No. No iba a perderlo ahora. Sin embargo, la calma que había intentado construir en su mente, esa sensación efímera de seguridad, se rompió en mil pedazos cuando desde lo alto de las escaleras, la voz que más detestaba en ese momento resonó, como un rugido de tormenta. —¿Qué crees que estás haciendo? —gritó Helena, su tono era afilado como cuchillas. Ethan levantó la cabeza con los ojos entrecerrados, y un escalofrío recorrió su columna vertebral al ver a Helena bajando los escalones. Su presencia era aterradora, no solo por la furia que se reflejaba en su rostro, sino por esa energía desb
Ethan no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al escuchar el llanto de Adrián. Aunque el niño había permanecido en sus brazos todo el tiempo, hasta ahora se había mantenido en silencio, como si estuviera esperando una señal para expresar todo lo que llevaba dentro. Al salir de la casa de Helena, con la puerta cerrándose de golpe detrás de ellos, el llanto de Adrián era lo único que se escuchaba en la tranquila tarde. Ethan ajustó a Adrián en sus brazos, intentando darle seguridad mientras se apartaban de la casa. El niño sollozaba con fuerza, aferrándose a él, y no era un llanto común, sino uno profundo, cargado de una tristeza que Ethan no había visto antes en el pequeño. —¿Por qué lloras, Adrián? —preguntó Ethan suavemente, con su voz llena de preocupación mientras miraba al niño con sus ojos brillosos, buscando alguna pista en su rostro. Adrián levantó la mirada hacia él, con los ojos llenos de lágrimas. Con un sollozo entrecortado, sus palabras salieron en un susurro débil:
Ethan giró la llave en la cerradura con más ansiedad de la que recordaba haber sentido en mucho tiempo. La mano que sostenía la llave temblaba ligeramente, no por el frío, sino por la mezcla de emociones que lo asaltaban. Había pasado mucho tiempo desde que no regresaba a casa con Adrián a su lado, y el eco de esa sensación vacía era algo que había aprendido a soportar en su ausencia. Pero ahora todo era diferente. El regreso de su hijo, esa pequeña victoria contra el caos de su vida, lo llenaba de una profunda satisfacción. Adrián, todavía mojado por el sudor de la huida y el frío de la mañana, se aferró a su mano mientras su padre abría la puerta. A pesar de su cansancio, el brillo en sus ojos era evidente. Cada paso que daban juntos, hacia el interior de esa casa que siempre había sido su refugio, era un paso hacia la normalidad, hacia algo que, aunque había estado lejos durante mucho tiempo, parecía estar al alcance de la mano. El aire dentro de la casa estaba impregnado de calid