—¿Qué más da? Ni payo ni señorito… ni siquiera un calorro…— replicó con desprecio para luego exhalar un suspiro de resignación—… Un mestizo y nada más… es lo que se gana por ser hijo de una calorra y un payo… ¿Qué más da? Quizás, sonaba desalentador para quien lo oyera. Pero eso no era nada más que la mera y cruel verdad. Él no era más que un simple mestizo que jamás sería aceptado por completo entre los payos. Ni entre los calorros. Quizás, algo de su tono de voz o sus palabras le disgustaron o preocuparon a Lorette. No estaba seguro, pero creía que algo de lo que había dicho hizo eco en la mente de la joven, quien se detuvo para observarlo por encima del hombro. Por un momento, vio los ojos verdes de ella brillar, con la actitud de quien estuviera viendo a través de él y no solo lo que él quería mostrar en la superficie. Por un momento, se sintió desnudo delante de ella. Desvió la mirada, intentando ocultar su incomodidad. Buscó en su mente, cualquier excusa para desviar la
En el rostro de aquel hombre, Lawrence, creyó ver el asomo de la inconformidad. Como si estuviera juzgando su sola presencia. Como si viera en él a alguien indigno de la mano de su hija. «Sabe a que he venido, es evidente que lo sabe… y quiere que le tema o mejor dicho, que me vaya ¿Está ofendido conmigo? Eso parece.» Decidió al creer que había descubierto el mensaje oculto detrás de aquel pesado silencio. No le sorprendía que lo juzgara una ofensa. A fin de cuentas ¿Qué gitano, en su sano juicio, aceptaría el trato de casar a su hija con el hijo de un payo? Si lo pensaba mejor, lo que no tenía sentido era que él se encontrara allí para confirmar el trato que había hecho su padre con ese hombre. Trato que, tampoco se explicaba que hubiera salido de su padre. Entre más lo pensaba, menos sentido tenía aquella situación. Pero, sea, así eran las cosas y, en ese momento, él se encontraba de pie tapando la entrada de la carpa, observando a un hombre que parecía despreciarlo y que bu
Lawrence tragó saliva en seco. Debía reconocer que se sentía acorralado. A sus ojos, esa anécdota familiar era demasiado absurda y vergonzosa para contarla. No obstante, los ojos de Joel, eran claros en sus intenciones. No quería, ¡Exigía!, que le contase aquella parte de su historia. De modo que tomó aire y se aventuró a responder. —…Mi bato, contaba, pues, que se batió a duelo con un pretendiente de ella…— comenzó a explicar, notando como usaba muchas muletillas en ese esfuerzo—… Que estuvo a punto de matarlo. Pero, las suplicas de mi madre, que quería salvar aquel antiguo pretendiente que tanto la había amado, hizo que le perdonara la vida… Hizo una pausa, sintiendo sobre él, el peso de la mirada fría de ese hombre que parecía juzgar la veracidad de a breve relato. O quizás, estaba sopesando cuánto de eso creía que era cierto. —¡Oh! Bueno, es mi bato, dudo mucho de la veracidad de aquella historia…— tuvo la necesidad de agregar. Por toda respuesta, Joel ensanchó una
—¿Y bien? ¿Tú qué piensas, tú, plani?— preguntó Lorette, nerviosa, después de haberle comentado a su hermana todo lo ocurrido en la noche anterior. Se veía confundida y un tanto preocupada. Para Alelí, resultaba evidente que Lorette no era plenamente consiente del poder que poseía. Alelí cruzó los brazos sobre su pecho, pensativa. Había veces en que su hermanita podía ser muy incrédula si se lo permitía. Ya se lo había explicado, no una, sino muchas veces. Las mujeres como ella, nacían con un don y, en ella, ese don era aun más fuerte. Sin embargo, no importaba cuánto se lo explicara, simplemente, Lorette, se resistía a creer en eso. Pero allí estaba, sorprendida por todo lo que había ocurrido la noche anterior. Le había confesado, sin omitir detalle alguno, que había seguido sus consejos al pie de la letra. Tampoco se guardó de comentarle los resultados. Por ese motivo, no cabía en sí de la sorpresa al ver cuan acertadas habían sido las sugerencias de su hermana. Pero, a su
—No podía dejar pasar aquella afrenta, entonces acordé junto con tu padre que cuando tuviéramos hijos, estos se casarían…— explicaba Joel con una mueca que similar al desagrado. Resultaba evidente para Lawrence que no le gustaba en lo más mínimo tener que desgranar esa parte de la historia. No era para menos, tal lo visto, ese hombre todavía amaba a esa mujer. Tanto así que, prefirió elegir la felicidad de ella a costa de la suya. ¿A qué hombre no le desagradaría mostrar su orgullo herido ante el hijo de quien había sido su querida? Al menos, por lo que Lawrence supiera, a ninguno. Y, por experiencia propia, se arriesgaba a admitir que, a él, menos que menos. —… A tu padre, mucho no le gustó el asunto y, por lo que recuerdo, a tu abuelo menos que menos.— escuchó que la historia seguía, esta vez, con un tono de burla en la voz— Pero, uno puede ser muy persuasivo si se lo propone… Creo que me entiendes muy bien de lo que hablo ¿Verdad, chaval? Al decir aquello, Joel, esbozó una
« ¿Así que al fin te has enterado de mi presencia, señorito Armstrong? ¡Ja! Vaya que eres idiota… No me sorprende, eres un payo…» Dijeron ese par de ojos burlones y maliciosos que lo observaban. Palabras y desprecios que, en otro momento y lugar, lo habrían ofendido. Pero, no era ese el caso. Por el contrario, Lawrence, al oírlo, no pudo ni quiso evitar expandir su escancia. Estaba seguro que su acompañante, de nada se enteraría. Además, lo que para él podrían parecer horas, para quien no era especialmente sensible, solo serían segundos. De modo que fue así que la gran carpa desapareció ante sus ojos, junto con la presencia de Joel y todo lo demás. En cambio, en ese mundo astral se dibujó un lugar conocido para él: La orilla del río en donde había conocido a Lorette. —Te equivocas…— respondió irónico al lobo hambriento que no dejaba de observarlo —Sol
A penas hubieron llegado del campamento gitano, en esa misma tarde, aun incómodo por el viaje, Lawrence decidió darle la bienvenida con las atenciones que él había juzgado más oportunas. Es decir, con una opulenta cena digna de comparecer ante la mismísima Reina de Inglaterra.Algo que ella horrorizó, pues, fiel a sus creencias, estaba segura que aquel inicio sería un mal presagio en los días futuros. Tentada estuvo a hacer aquella observación, pero al ver el empeño puesto en aquel banquete privado, decidió callar. Además, fue la misma Mary, quien le hizo entender con comentarios sutiles que aquel despilfarro de comida bien podría ser bueno para la ocasión.—¡Qué gran alegría es tenerla aquí, señorita Lorette!— exclamó la vieja criada con una enorme sonrisa en los labios y un par de bandejas de cubiertos en las manos — Permítame tomarme el atrevimiento de agradecerle por su presencia ¡Hace mucho tiempo que no se lo veía al señorito Lawr
Al oírlo, Lorette alzó la vista, curiosa y risueña, para encontrarse con los ojos claros de Lawrence, quien la observaba con calmada naturalidad. Lo vio encogerse de hombros, para luego reír entre dientes. Ella, por su parte, arqueó una ceja, intrigada. ¡Vaya que se lo veía de muy buen humor! Lorette casi no podía reconocer al joven que, en esa mañana estaba pálido y sudoroso a su lado en el carro. Suspiró resignada. Tal lo visto, su futuro esposo, tenía muchos secretos que guardar sobre su persona. Lo observó un tanto suspicaz sin dejar de admitirse a sí misma que se moría de ganas por obligarlo a responder absolutamente todo lo que ella quería saber. Mas, se lo pensó mejor y prefirió seguirle el juego. Quizás, de esta forma, podría llegar a ganarse su confianza. —¿Cómo dices?— indagó ella, toda sonrisas.