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Capítulo 5: la mansión del enemigo

Su magia de curación ya estaba haciendo efecto en su cuerpo tratando de curar la herida con la que se había levantado apenas despertó por primera vez y esta segunda por la caída del caballo.

El trayecto fue silencioso entre ambos mientras las fuerzas oscuras arrastraban la carroza. Rodearse de tanta magia m*****a era agotador para ella quien siempre había trabajado con la magia blanca.

—Estoy un poco mareada — confeso con miedo a perder el conocimiento.

—Tendrás que acostumbrarte. —Que siquiera le respondiera ya era mucho.

—Si me estas llevando como rehén ¿Qué planeas obtener de mi? ¿o es que acaso ni siquiera has pensado en tu siguiente movimiento aun? —soltó con altanería

—Sigues hablando como si creyeras conocerme

—Si es por interés. Eso quiere decir que… ¿me crees?

—No —entonces sus ojos azules se desviaron hacia ella —Pero te dejare explicarte por ahora. Quien sabe, quizás me convenzas.

Ella desvió su vista de el sintiéndose incomoda, ahora al verlo mas detenidamente podía notar diferencias, y estas eran como para romperle el corazon. Cada palabra de el dolía. Como cuchillos clavándose en sus costillas. Su tono jamás fue tan frio y desinteresado para con ella.

Su aprendiz había cambiado. Tenia el rostro acentuado con mas rudeza, de alguna forma ahora era mas alto que ella, y había sacado músculos quien sabe de donde. Al parecer el tiempo había pasado para el, pero ahora… en algún punto dejo de estarlo, dejo de envejecer.

¿Cómo había conseguido siquiera esta inmortalidad? Ella no conocía ninguna magia capaz de lograr eso.

Entonces al ver la oscuridad del mundo se sintió peor. Ella había provocado esto. Su muerte había creado a este monstruo. Quizás ya no era el Reined que conocía…

—¿En que estas pensando ahora?

Y por un momento, creyó ver un atisbo pequeño de curiosidad genuina en su voz.

—Lamento no haber llegado al lago esa noche…

—…

—Siento que fracase como tu maestra.

—Mi maestra no fracaso. Esos idiotas. Esas personas a las que ella ayudaba, ni siquiera merecían respirar el mismo aire que ella

Sus ojos se estrecharon molestos hacia el. —¿Por qué sigues diciendo esas cosas? Mi vida estaba destinada a servir, incluso a costa de mi vida. Te salve de los lobos aquella noche. Te vi a los ojos. Al joven de quince años que necesitaba ayuda y estaba tan perdido. —una pausa —Dime, ¿Cómo es posible que te vea ahora y piense que estas mas perdido que en aquel entonces?

Sus manos en puños y sus ojos vacilaron. ¿Por qué ella seguía diciéndole cosas que solo Edahi conocía?

Bajo su rostro con sus cabellos oscuros tapándole los ojos.

—¿Cómo pudiste quemar el monte Olida? Era Nuestro hogar…

—No fue así.

—¿Que?

—Fue quemado para salvarse.

—¿Qué quieres deci…?— pero no pudo continuar cuando el carruaje se detuvo.

Una inmensa estructura antigua se alzaba sobre ellos. No mentía cuando decía que su fortaleza se trataba de un castillo

—Bienvenida a la guarida del rey maldito. —rio burlonamente y bajo del carruaje

Ella se levanto medio temblorosa. Nunca antes había sentido miedo, pero esta situación la superaba por mucho.

Entonces noto la mano estirada de su aprendiz hacia ella.

—Puedo bajar sola— entonces con el poco orgullo que le quedaba descendió sin ayuda.

—Dime cual es tu nombre — pidió el en demanda

—Ya te he dicho que mi nombre es Selen… —pero antes de poder terminar su espada viajo hasta su cuello dejándola desconcertada

—Vuelves a decir su nombre y te cortare el cuello. —advirtió sonriendo —no jugaremos a ese papel. Dime tu nombre. —repitió

Entonces recordó el nombre del cuerpo que estaba usando—Naevia — porque así la había llamado aquel rubio soldado. —Al parecer… soy Naevia ahora.

—Y es todo lo que serás — guardo la espada —sígueme.

No sabia como siquiera se había atrevido a darle la espalda. ¿Acaso no tenia miedo de que lo atacara? ¿O es que acaso confiaba tanto en si mismo y en sus habilidades como para detenerlo?

En un pasado, ella siempre iría adelante. Cuanto había cambiado todo.

Para su aprendiz habían sido cien años, para ella, un día.

Hubiera podido esperar de todo al entrar. Ver lo que sea. Estaba ya preparada mentalmente para ver la cosa más horrorosa y temible del mundo. Tortura. Cuerpos. Lo que fuera. Pero casi se cae de bruces cuando se observo a si misma en el gran retrato de la inmensa escalera.

Ay dioses...

Que... que es...

—¿Pero que…?

Reined se detuvo al inicio de los escalones—¿Qué estas esperando?—la pregunta estaba destinada para instarla a seguir caminando.

—¿Porque…? ¿Por qué tienes….?— incapaz de dar un paso.

Entonces el comprendió a lo que esta miraba.—Ah —dijo —ella, ella es mi maestra —la presento —la gran maga Selene.

Sabia que su alumno la adoraba. Sabia que la admiraba muchísimo. Pero esto… esto era demasiado.

—Sabes… tanta adoración es un poco…

—¿Un poco que? —la reto a que continuara

Ella soltó el aire que no sabia que estaba conteniendo —es un poco enfermiza —finalizo —han pasado ya cien años. Aunque hubiera muerto, deberías haberme superado. Deberías haber seguido viviendo tu vida. Tu deberías…—la corto.

—¿Vivir? —sus ojos parecían nublados —ella es todo lo que tengo. Lo que fui y lo que soy. Presente, pasado, y futuro. Edahi. Selene. Ella es mía.—sentencio con algo en sus ojos.

Entonces ella creyó entender algo que se le había estado escapando hasta ahora. Y sintió un escalofrió recorrerle la espalda con una comprensión impensable.

Su voz carente de toda emoción —Dime algo Reined. ¿Qué tipo de amor sentías por tu maestra?—la tensión en todo su cuerpo.

Y el la miro sin inmutarse —yo la amaba —y no había culpa es su voz. Nada

Ella retrocedió un paso —no. no. Quiero decir… es normal que la amaras. Yo también… es decir. Hablo de otro tipo de amor. Yo hablo de…

—Un amor romántico. Yo se de lo que estas hablando. Y si. La amaba.

Su mente trabajaba rápidamente buscando pistas, señales, momentos, cualquier cosa en el pasado que pudiera justificar esto—No. —negó nuevamente

El rio —¿Y porque no?

—Tu jamás dijiste nada. Nunca lo mencionaste… Yo no…

—¿Tu no que? ¿No me hubieras amado? — parecía estarse divirtiéndose con ella y de la expresión que cargaba ella ahora mismo

—¡Claro que no! Tu eras un niño. ¡Por amor a …! —negó pesadamente —Yo tenia treinta y seis años y tu veintiséis. Yo te crie. Te conocí, y rescate de los lobos a tus quince. Te vi crecer. ¿Cómo podría haberte visto de otra manera? Eras… —lo miro con pena y culpa mezclada —eras apenas un niño…

Entonces el se acerco y ella tropezó en nerviosismo hasta caer al suelo. Pero antes de siquiera alzar la mirada el monarca ya estaba sobre ella, con una mano en su muñeca y la otra sujetándole el rostro. Sus ojos azules eran hielo sobre ella congelándola —Dime, supuesta Edahi, aun ahora, después de cien años ¿te sigo pareciendo un niño?

Su corazón paralizado. Su voz se había secado y atorado en su garganta. Como si esta hubiera desaparecido.

El tenia razón en algo. Este hombre frente a ella era mas grande ahora. Ella era pequeña a su lado. Es como si los papeles se hubieran invertido luego de cien años. Era mas grande y mas alto que ella. Y de alguna forma muy poco reconocible.

—Dime, sino es el edad, ¿Cuál seria tu excusa ahora para rechazarme? A como yo lo veo, soy mucho mayor que tu, ¿no?

Sus ojos se llenaron de lagrimas, no sabia si de impotencia, coraje, dolor, amargura, u odio.

Trato de sacárselo de encima forcejeando, pero no pudo moverlo ni un centímetro y esta diferencia de fuerza la dejo consternada e indefensa.

Nunca. Nunca en su vida, se había sentido tan indefensa…

Entonces ella dejo de luchar y bajo el rostro.

Sumisa. Si. Resignada…

—Bien. —solo entonces el la soltó levantándose. —Ella es todo lo que quiero. Un amanecer. Los colores del sol en sus ojos y cabellos. Un roció bañado en oro. —entonces la miro casi despectivo —Tu no eres como ella. Tus cabellos son rojizos, tus ojos son verdes. Tu eres todo lo opuesto a ella. No me interesas en ese sentido. Quiero dejarte claro que solo me interesa ella. —se estaba divirtiendo con esta situación y rio —Dime, ¿Qué crees que me diría Edahi ahora?

Entonces sus ojos lo vieron con una promesa grabada en fuego —Yo jamás seré tuya.

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